Historia del retrete o el cuartito de la negación

Escrito por Bernardo Farill @bernarducho

Hace un año, el que ha de ser uno de los hombres más inteligentes que hayan existido, Stephen Hawking, confesó que sí cree que es posible viajar en el tiempo. Esta declaración polémica venía con un fuertecaveat: solamente sería posible viajar al pasado sin la posibilidad de regresar al tiempo de origen. Yo pensé inmediatamente: no importa, no se va a saturar el turismo temporal todavía por una sencilla razón: de los casi 8000 años de historia de nuestras civilizaciones, solamente los 100 años más recientes incluyen un baño con escusado.

Lo siento en el alma, pero nosotros los que nacimos en esos últimos 100 años planeamos nuestras vidas enteras en torno a la existencia de un retrete medianamente limpio y confiable. No nos hagamos ilusiones: volamos distancias inmensas solamente porque los aviones tienen unos baños absurdamente pequeños e incómodos, pero sin los cuales la globalización sería un asunto totalmente distinto. Escogemos restaurantes, hoteles y viviendas en función de lo que nos ofrece su baño. Mientras esté limpio el baño, tomar un frappuccino o un café de medio pelo es un asunto secundario.

Hace mucho tiempo y durante mucho tiempo, los humanos convivimos en paz con nuestras heces fecales. Desde las primeras civilizaciones humanas han existido reglas básicas de higiene al convivir en comunidad. Una civilización no se preciaba de serlo sin una fuente de agua potable y un drenaje. Las tuberías internas, letrinas y excusados se inventaban y olvidaban intermitentemente, casi siempre reservados a las élites en las ciudades (fuera de las ciudades, hasta las élites tenían que cavar un agujero o buscar un arbusto). Roma fue la primera gran civilización cuyo modus operandi consistió en construir acueductos, baños públicos y letrinas en todos sus territorios (Nótese que escribo “baños y letrinas” por separado, porque es hasta tiempos recientes que juntamos en un mismo espacio estos dos actos contrarios cuyo único factor común es la tubería de agua).

Tras la caída de Roma se volvió a abandonar el uso de baños y letrinas públicas. El progreso humano nunca ha podido garantizar el abasto de sí mismo: Roma fue en ocasiones mucho más ilustrada que el medioevo, de la misma forma que la existencia de la Bauhaus no impidió dos guerras mundiales en pleno siglo XX.

Curiosamente en Asia y Mesoamérica se dieron los mejores ejemplos de sustentabilidad escatológica. A diferencia de Europa, donde el abundante ganado era suficiente para generar el abono requerido para la agricultura, en ciudades como Tenochtitlán se recolectaba todo el excremento humano posible para utilizarlo como fertilizante. Esta necesidad llevó incluso a la comercialización de excremento humano y las complicaciones consecuentes (¿A quién se le paga? ¿al dueño de la construcción? ¿o al productor original del excremento?). Por supuesto no era un sistema perfecto: los ríos y lagos tenían áreas contaminadas y las provincias no eran tan organizadas.

A su vez, el exceso de caca en Europa derivó en condiciones de desaseo e infección. Si el sistema anterior no era perfecto, este era una franca amenaza. Más de una plaga se esparció por ciudades sin saneamiento arrasando con regiones enteras.

A fuertes amenazas le siguen fuertes decisiones. En el siglo XIX se presentó una epidemia de cólera en Londres que mató a más de seiscientas personas en tan sólo unos días. Se detectó que las fosas sépticas bajo las casas habían contaminado el agua de un pozo. En una clara decisión política, en vez de tomar medidas para evitar la contaminación de los pozos, se decidió traer agua potable de fuentes más lejanas. Esta agua barata popularizó el escusado (inventado de nuevo en plena época Victoriana) y permitió una mayor eficiencia al contaminar: en vez de pagar a las carretas o granjas para retirar el excremento, se volvió más barato tirarlo directamente al río Támesis.

Todas las ciudades contemporáneas que querían ser como el Londres Victoriano (es decir, todas) copiaron el sistema. Algunas ya funcionaban de forma similar, pero hallaron validación en la ciudad más importante de la época. A este movimiento se sumaron las fábricas y minas que ya estaban aceleradas por la revolución industrial, desechando todos sus contaminantes y subproductos al río más cercano. Era fácil porque prácticamente todas las ciudades tenían ríos (la Ciudad de México tenía hasta 40 tributarios que se convertían en 3 grandes ríos y dos lagos). A partir de esta medida, todas las ciudades tuvieron algún canal de aguas negras a cielo abierto.

En el interior de las casas, éstas sufrieron un cambio inmenso por primera ocasión: tuberías fijas de agua potable y drenaje. El escusado cristalizó su diseño como lo conocemos hoy, con un tanque de agua superior y una salida en forma de “cuello de cisne” que impide el regreso de los olores al crear un sello de agua. Es un diseño que incluye muchas disciplinas: horneado y moldeado de arcillas, hidráulica y física; y la interacción de diversas fuerzas: cohesión del agua, fuerza de Coriolis, succión y presión; por no mencionar un mecanismo adentro del tanque que parece provenir de una caricatura de Tom y Jerry. Las sillas calientitas, chorros de agua tibia y desodorizantes ya son inventos recientes de los japoneses.

A contracorriente de la tecnología actual, el baño dejó de ser un objeto portátil para convertirse en un espacio fijo.

¿Cómo sobrevivimos tanto tiempo sin un baño decente? Sócrates, Platón y Aristóteles se acuclillaban a diario sobre un agujero; Julio César, Genghis Khan y Lucrecia Borgia no daban por hecho sus condiciones de higiene como lo hacemos nosotros. Somos adictos a un cuartito con una silla modificada de porcelana que nos lleva a pensar que la pipí y la popó son errores de diseño de nuestros cuerpos.

La relación entre ríos y aguas negras nos es hoy en día común y hasta lógica. También nos parece lógico sentarnos a “hacer del baño” en una silla (cuando la mayor parte de la población global se acunclilla). Se nos hace lógico alejar las heces lo más rápido y lejos posible de nosotros. Nos parece sentido común echarlo a un río y de ahí al mar. En México nos preciamos de haber construido un “emisor” que deriva en un inmenso “drenaje profundo” que decimos que previene –algunas- inundaciones. Nuestra lógica neurótica nos ha privado de nuestros dos lagos: Texcoco y Xochimilco; de nuestros ríos entubados sólo queda el nombre de las calles que las cubren.

Conforme el agua potable y los mismos baños se convierten en un commodity del mundo de hoy, esta inquietud filosófica cobra matices de realidad. Ya vimos la reducción del tanque de los excusados y la introducción de llaves ahorradoras. Será cuestión de tiempo la prohibición de las tinas de baño e incluso de los mismos tinacos. La historia del baño no ha terminado aún y es probable que atestigüamos grandes cambios públicos en este espacio íntimo en el corto plazo. Todo sea por la sustentabilidad escatológica, un asunto que se nos olvida cada vez que entremos al cuartito de la negación.