Cuando la madre naturaleza es agradecida con una pandemia que cambiará nuestras vidas II

Por Ferran Martínez-Aira

Aire limpio y carreteras tranquilas: en la más lúgubre de las circunstancias, el confinamiento impuesto por el coronavirus nos da un sentido de cómo se vería un mundo más verde.

Los niveles de dióxido de carbono, que están vinculados a una amplia gama de condiciones respiratorias, cayeron en China y en Europa a medida que el tráfico vehicular disminuyó. Y el auge de las reuniones online ha demostrado lo que se puede lograr sin tener que viajar y eso, a su vez, ha contenido mucho las emisiones de carbono.

Un posible escenario es que el mundo regrese al consumo desenfrenado de combustibles fósiles, como ocurrió después de la crisis bancaria, desatando una demanda acumulada de petróleo y carbón. Los gobiernos conocen muy bien esta respuesta como un método para revivir sus decaídas economías.

Otra opción es efectuar una recuperación más sostenible, con políticas que fomenten un futuro bajo en carbón. Esto implicaría impulsos determinados hacia la energía renovable, el transporte público y eficiencia energética en los hogares.

Se suponía que este año iba a ser importante para tratar de frenar el daño que le estamos causando a la naturaleza y para reducir los gases que general niveles peligrosos de temperatura. Esa agenda, y las difíciles decisiones que implica tomar, puede no estar recibiendo mucha atención, pero no ha desaparecido.

De hecho, la pandemia nos ha demostrado cómo los gobiernos pueden actuar cuando es necesario, así como la voluntad con la que el pueblo puede responder.

La cuestión es si un impulso similar se puede dirigir hacia lo que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, llama la “emergencia más profunda” del medio ambiente.

La célebre frase es del legendario director técnico del Liverpool Bill Shankly: “Algunas personas creen que el fútbol es cuestión de vida o muerte… es mucho, mucho más importante que eso”. Estaba bromeando, por supuesto, pero ahora, más que nunca, la relevancia del fútbol ha quedado en perspectiva.

Al mismo tiempo, los deportes son un placer serio para muchos. Sostienen una industria que emplea a cientos de miles y que ha sido afectada como nunca antes.


Los eventos deportivos han caído como dominós. Algunos, como las Olimpíadas, han sido pospuestos, mientras que otros, como Wimbledon, cancelados por completo. Los programas de entrenamiento están en trizas y el personal está cesante. Los jugadores han recibido cortes salariales y los medios de transmisión advierten de pérdidas de cientos de millones.

En el futuro, el distanciamiento social será un enorme dolor de cabeza para las instituciones que rigen los deportes. ¿Cómo podrán los deportes de contacto físico, como el rugby, continuar? Inclusive, jugar partidos a puerta cerrada presenta innumerables problemas.

Para millones de aficionados, los fines de semanas ahora son muy diferentes. Momentos de increíbles esfuerzos y talento deportivo solían resonar por el territorio, proveyendo expresiones colectivas de “¿viste eso?” Sin esos momentos y los fanáticos que los vivan, el futuro de los deportes se ve muy diferente.

El gremio artístico está dividido en partes iguales en cuanto a su futuro después de la pandemia, entre optimistas y pesimistas. La mitad optimista piensa que la escena artística rebotará con más fuerza que antes, ofreciendo a una expectante población las añoradas experiencias compartidas y el contenido alegre.

Las salas de cine, los teatros, salas de concierto, museos y galerías prosperarán con un florecimiento de creatividad, en respuesta a los oscuros días del virus.

Además, habrá nuevos conversos que descubrieron todo este espléndido contenido de arte gratis que estuvo a disposición durante el confinamiento.

Los pesimistas temen que los pequeños centros artísticos de base -las fuentes históricas de talento- desaparecerán en una nueva era de presupuestos austeros. Los consejos locales tendrán que vender sus obras de arte y se perderán miles de empleos. Un sector que antes era conocido por su dinámica e imaginación se tornará conservador y reticente a tomar riesgos.

La realidad se acomodará entre estas dos visiones. La transición post confinamiento de pasar de cerradas a bulliciosas salas no será inmediata. El distanciamiento social probablemente limitará la actividad. Los productores necesitarán tiempo para ensayar y refinar sus espectáculos. También habrá límites al tamaño de equipos técnicos de cine y televisión que producen contenido nuevo. Las repeticiones de programación estarán en el menú por algún tiempo.

Nuestra vida suspendida en confinamiento, sin embargo, podría estar incubando una queja que, cuando sea liberada, podría desatar enérgicos cuestionamientos, dedos acusatorios y demandas de represalia.

Las dificultades económicas pondrán presión a los vínculos sociales. Esa es la verdadera prueba para esta generación -no si “¿podremos mantener nuestro genio durante el confinamiento?”, sino “¿podremos calladamente reparar el tejido social en tiempos difíciles?”.

El temor se que nuestras normas de comportamiento habrán quedado infectadas por la angustia y la adversidad, que emergeremos más egoístas y menos unidos.

La esperanza debe ser que nuestra sociedad, igual que un virus, esté mutando en algo más fuerte. Esta pandemia ha centrado el foco de atención en los ignorados y subvalorados recovecos de nuestra sociedad.

Sus sentimientos tendrán resonancia en muchos que constantemente han advertido sobre la crisis de cuidados que se cierne sobre Reino Unido, particularmente en Inglaterra. Una población que envejece y años de bajo financiamiento han dejado postrado el sector.

Mucho del personal que cuida a ancianos y discapacitados -en hogares de cuidado y en la comunidad- dirá que se sintieron olvidados cuando la pandemia empezó. La atención puesta en el sistema de salud no sorprendió, pero ellos estaban cuidando en particular a los que eran vulnerables al virus.

Las dificultades de encontrar equipo de protección personal y la lentitud en realizar pruebas a la comunidad en Inglaterra se han vuelto síntomas de sus angustias. Se cuestionará el aparente fracaso en darle apoyo prioritario a las primeras filas de cuidado y todas las vidas que eso pudo haber cobrado.

Entonces, tendremos que tomar una decisión. ¿Reconoceremos, valoraremos y financiaremos apropiadamente a un sistema integrado que provee apoyo a la comunidad? O, a medida que nuestros recuerdos se desvanecen, ¿permitiremos otra vez que la importancia de este tipo de cuidado se pierda en el trasfondo?


Antes de que covid-19 cobrara su primera víctima, la guerra comercial entre China y EE.UU. amenazaba el progreso de globalización. Las cadenas de suministro internacional traen ventajas -más opciones, precios más bajos y, para algunos, mayores ingresos- pero también generan desempleo en los países de Occidente que tienen sueldos más altos.

Se depende de tres países -EE.UU., China y Alemania- para el suministro del 40% de los equipos de protección personal y también hay negocios que dependen de fuentes únicas para obtener componentes vitales.

Habrá una recapacitación sobre qué productos serán considerados “estratégicos”, claves para la supervivencia de una nación. Se podrían producir más cerca de casa o buscar un proveedor alternativo.

Pero la clave de la recuperación será crear empleo y mantener los costos de vida bajos. Lo primero significa que, aunque les moleste, los gobiernos tendrán que tolerar la continua inversión de China en todo el mundo.

En cuanto a lo último, las empresas necesitan mantener sus costos bajos, así que la manufactura externa continuará proveyendo. Algunas de las marcas más grandes, incluyendo H&M (una multinacional sueca de confección), se han comprometido a apoyar a trabajadores en fábricas a miles de kilómetros de distancia para mantener la cadena de suministro en funcionamiento.

Aquellas empresas ya estaban viendo más allá de China hacia otros países de mano de obra barata como Vietnam, Etiopía y Bangladesh. Y estos países se esforzarán aún más para atraer a los clientes extranjeros.

Las plantas chinas están volviendo a entrar en operación, pero ¿quién está comprando? Actualmente, la demanda de clientes en confinamiento ha caído. El comercio podría quedar reducido en un tercio este año. Pero rebotará, la globalización continuará -y la competencia para convertirse en la línea de producción del mundo se intensificará.

La catástrofe inevitablemente genera nuevas prioridades, aunque las antiguas tensiones geopolíticas continúen. La pandemia ha demostrado, una vez más, que las cuestiones globales requieren soluciones globales.

También ha demostrado que las primeras reacciones de los gobiernos han sido de tipo nacional. China y Estados Unidos se han mostrado los dientes en torno a la responsabilidad que recae sobre Pekín de la pandemia. Algunas naciones han cerrado sus fronteras y se ha visto una competencia indecorosa por los recursos médicos.

A los organismos multilaterales les ha ido mal. La UE pidió disculpas a Italia por no prestarle suficiente apoyo y el presidente Trump atacó a la Organización Mundial de la Salud por ser demasiado cercana a Pekín. Los que consideran pasados de moda a estos cimientos del orden mundial, tienen más municiones.

La postura de Pekín es contradictoria. Es la fuente del virus y también el proveedor global de mucho de los equipos para combatirlo, así que se puede esperar que el “problema de China” sea un objeto de atención de los gobiernos en Occidente.

¿Cómo podrán depender menos de los bienes chinos y resistir los esfuerzos de Pekín de imponer al mundo sus reglas al tiempo que buscan cooperación en problemas como el cambio climático y, sí, futuras pandemias?

Habrá mucho menos dinero en los presupuestos militares para nuevo y reluciente armamento, tras la redefinición de la seguridad debido a la extraordinaria debilidad revelada por la pandemia.

La capacidad de la seguridad nacional será juzgada por el aprovisionamiento de equipo médico y la preparación para la próxima pandemia o catástrofe ambiental, no sólo por cuántas brigadas de tanques se puedan desplazar.