Tradiciones gastronómicas de Semana Santa en las tierras de Lleida

En las comarcas de Lleida, sus gentes y costumbres, a través del paso del tiempo, han aportado a la tradición un conjunto de valores sociales y tradiciones que se han pasado a ser irrenunciables. Forman parte de su tarannà (manera de ser) como pueblo comprometido con su pasado y presente, y proyectado hacia el futuro.

Cuaresma en Lleida está escrita con muchas y variadas notas tradicionales y religiosas que algunas de ellas se han mantenido hasta nuestros tiempos. Después del clásico jolgorio de Carnaval, se entra en el periodo de Cuaresma y ayunos -practica no tan habitual en los tiempos que corren, aunque si, y mucho, hasta mitad del siglo pasado- y con ello el despertar cíclico de unas costumbres arraigadas en nuestro pueblo, en nuestra gente, desde tiempos inmemoriales.

Estos ayunos aportaron a la cocina comarcal, platos de pescado en salazón, como el bacalao, el congrio y otros frutos del mar. Se comía pescado no porque fuera especie de agua, sino porque se tenía la creencia de que no tenía sangre, al igual que los caracoles. Antes -éstos- eran rigurosos, se comía poco: solamente sopas con aceite, verdura y para beber, siempre agua. Los domingos el ayuno se levantaba un poco, pues se podía comer pescado y alguna cosa más que llevara alimento.

El Viernes Santo era y continúa siendo tradicional preparar la cazuela de Cuaresma, donde no faltan el bacalao, las espinacas, el huevo duro y la tortilla con trampa. Más tarde, se le incorporaría la merluza. También, la escudella de congrio, deliciosa recreación de olla elaborada con este pescado, que hace unas cuantas décadas era muy modesto y que hoy en día está considerado un lujo en cuanto a precio de coste en los establecimientos especializados. El congrio lo ponían a hervir con judías blancas, espinacas, patatas y toda suerte de verduras al gusto del consumidor. Ello, preparado (previamente) con un sofrito de ajo y perejil que le añadían. Los turrones, en el Baix Urgell (a mitad del siglo XIX), por el contrario en lugar de comerlos en Navidad, los degustaban en este periodo del año.

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En las comarcas del Solsonés y el Cardener hacían las llamadas «dos semanas de Ayuno». Empezaba el domingo de Carnaval y terminaba el día de Pascua. Durante aquéllos días, nadie comía absolutamente nada caliente. La gente más pudiente no acostumbraba a llevar tan riguroso el ayuno, porque decían aquello de: «la Cuaresma y la Justicia están hechas para los pobres».
 

Uno de los máximos exponentes de la imaginación popular en esta época del año, fue la creación de los panedons. El rito, posiblemente originario del Baix Urgell, se extendió por toda Cataluña y en los pueblos lindantes de Aragón, como aún lo es la mona. Ésta es muy antigua, pues ya se nombra en un manuscrito del siglo XV, aunque su nacimiento se calcula mucho tiempo atrás, en la época de los árabes.
 

En marroquí, la palabra muna, significa obsequio o presente, alusión al que hacían los embajadores y gente principal al rey árabe. Consistía en harina, huevos, dátiles, carne y otros productos. De los árabes, este término pasó a Roma, que como ofrecimiento tomó el nombre de monus, palabra aplicada a la idea de regalo o testimonio de amistad, y como todo esto tomó la forma de pastel o coca, el nombre recayó a la coca para simbolizar la unión de todas estas ideas.
 

De Roma pasó a Cataluña con el mismo nombre. Con el transcurrir del tiempo fue conocida como mona, conteniendo las mismas ideas por la que fue creada.

La mona estaba hecha de harina, azúcar y golosinas, a las que se les depositaba un número igual de huevos a la edad del niño a la que debía ir destinado. Se empezaba cuando cumplía los dos años y se terminaba cuando hacía la Primera Comunión, generalmente a los doce. Los huevos estaban duros y eran pintados de diferentes colores. La forma de la mona podía variar, según la cantidad, en roscas, triángulos, medias lunas, círculos y barcos.

El día de la mona, continúa siendo actualmente en toda Cataluña un día de comida campestre, que mucho a pesar de los tiempos modernos y de cambios, persigue inalterablemente.
 

Enric Ribera Gabandé