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ARTICULOS – ECOLOGIA

DE LA FILOSOFÍA A LA CIENCIA; NO A LA INVERSA

Es inevitable que el estudio cada vez más minucioso de la vida haya llevado a los especialistas a una creciente división y subdivisión del objeto de estudio. No se pararon al llegar a la célula, sino que siguieron analizando (desatando) todo lo que tuviera aspecto de estar formado por más de un componente; y así han llegado hasta desenrollar el ovillo de los genomas, y se está ya en condiciones de introducir en ellos modificaciones. Es también inevitable que los sucesivos descubrimientos alteren la visión que se tiene de las cosas: cuando por fin se dio por buena la estructura del átomo, en algo se modificó el concepto de que éste era la última división posible de la materia. Resultó que conceptualmente así seguía siendo, por más que esa unidad lo fuese en términos de energía y no en términos de materia; por eso la rotura del átomo, que por fin fue posible, no dio lugar a una nueva división de la materia, sino a un desbocamiento de la energía que mantiene al átomo unido en sí mismo con esa fuerza que dirigida hacia dentro, lo hace irrompible; pero que si se desvía de su razón de ser, si se va hacia fuera, rompe todo lo que encuentra a su paso. Por eso, con toda razón seguimos llamando y considerando al átomo irrompible, indivisible, a pesar de haber conseguido romperlo. Más aún, los ecologistas que dan por buenas tantas agresiones a la naturaleza, ante ésta se plantan como si se tratase de una profanación. Y ha sido precisamente esta especie de movimiento ético en defensa de la materia, el responsable de que esté prácticamente paralizada la investigación para desarrollar la explotación de la energía del átomo (o si se desarrolla, lo hace con la mayor discreción y sigilo). Es también la singular ética ecologista la que después del «nucleares no, gracias», ha pasado a presentar batalla contra los alimentos transgénicos, por considerarlos un grave atentado contra la naturaleza. Y sin embargo estos mismos que ponen el grito en el cielo cuando ven que peligra la integridad genética de la soja, del trigo, o del pollo, contemplan impávidos (o acaso extasiados) cómo vamos cada vez a más en la manipulación genética de nuestra propia especie. Es el respeto reverencial a la ciencia y sobre todo a la salud. «Si es por motivos sanitarios…» Y claro, como la salud es nuestro mayor bien, ha sido preciso hacer una distinción nominal muy importante entre el embrión, el feto y la criatura; entre el germen y la planta. Y en vez de estar situados ante un problema primero de concepto sobre la vida en general y en especial sobre nuestra propia vida; y luego sobre el signo ético de la manipulación genética, en vez de eso nos hemos enzarzado en un debate nominalista orientado de modo que nos permita llegar al final de los finales en la manipulación de nuestros propios genes y de nuestra propia vida. Gracias a la distinción entre embrión y feto hemos conseguido que crezca la corriente de opinión que está a favor de la manipulación de todo en nombre de la ciencia sacrosanta e imparable (no dicen lo mismo de la investigación nuclear). Pero de momento han tenido que hacer un gran sacrificio terminológico: en cualquier diccionario se puede comprobar que al producto de la fecundación humana se le llama embrión hasta los tres meses, y a partir de ahí se le empieza a llamar feto. Los gabinetes de denominaciones de los centros de investigación genética decidieron que había que reducir el alcance del término embrión a un máximo de 15 días, de lo contrario sería rechazada su manipulación.

EL ALMANAQUE examina hoy el germen. dejando para otro día el embrión.