Cuando empiezas a aplaudir y todos te siguen

Por Ferran Martínez-Aira

Cuando puedas ir al cine o al teatro haz la prueba: sé el primero en comenzar a aplaudir, y comprobarás que poco a poco todo el mundo te sigue. Igual que hemos asistido a los aplausos a los sanitarios desde nuestros balcones, las masas siempre han estado ahí. Ya sea en un concierto, un partido de fútbol, o en una manifestación, el comportamiento gregario parece estar en la naturaleza del ser humano.

Con razón, muchos gobiernos dictatoriales se han servido de esa facilidad para manejar a las masas y mover los corazones de la gente. Pero no seamos tan inocentes de pensar que solo las dictaduras saben la importancia de esta manipulación deliberada. Los hábitos estructurados son un elemento importante en las sociedades democráticas. Aquellos que manipulan este mecanismo oculto de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder dirigente de nuestro país.

Por mucho que pensemos que somos conscientes de nuestras acciones y pensamientos, la psicología social dice otra cosa. Somos animales sociales y los demás ejercen su influencia sobre nosotros. Y esa presión, contra la que no podemos luchar porque no nos percatamos de ella, a veces puede llevarnos a cometer actos peligrosos: violencia y psicología de masas están muy relacionadas, y desde siempre han existido revueltas, guerras y revoluciones donde han cobrado un papel importante.

Ya sea con los vecinos del barrio, con el grupo religioso o por simple nacionalismo, muchas personas se sienten a gusto en ese ambiente gregario. El concepto se llama ‘polarización grupal’, y, según informa la revista Psychology Today, hay un motivo por el que se produce: en un estudio realizado por los psicólogos franceses Moscovici y Zavalloni se hicieron varias preguntas a los participantes, relacionadas con la percepción que se tenía de Estados Unidos y del presidente francés. Mientras que el segundo era simpático para la mayoría del grupo, existía cierto rechazo hacia los americanos, que fue haciéndose más extremo conforme los participantes intercambiaron opiniones. Otra prueba de que cuando vemos reflejadas en otros nuestras opiniones vacilantes, nuestras creencias se fortalecen.

Los grupos nos influyen tanto porque somos animales sociales y gregarios y las opiniones de los demás nos afectan. Por ejemplo, varios estudios han demostrado que en muchas ocasiones compramos un producto concreto no porque se haya publicitado más sino porque muchas personas dicen que es mejor o más efectivo. Si todo el mundo habla de algo tiene muchas más probabilidades de llamar nuestra atención. La razón es que nuestros antepasados, los humanos primitivos, ya cooperaban y sabían que al formar grupos tenían más posibilidades de sobrevivir.

Según el principio de la evidencia social, para saber lo que es correcto nos fijamos en los demás. Este principio sirve para muchas cosas en la vida, por ejemplo, en el Parque Nacional de Arizona se colocó un cartel que indicaba no robar porque en aquella zona anualmente se hurtaban hasta 14 toneladas de madera petrificada. En la parte en la que estaba colgado el cartel se descubrió que se producían muchos más robos que en la zona donde no se había colgado ninguno.

Está demostrado que la evidencia social también sirve en psicología para erradicar el miedo. Albert Bandura realizó un estudio trabajando con un grupo de niños pequeños a quienes les asustaban los perros. Los niños vieron a otro chaval de cuatro años jugar felizmente con un perro durante veinte minutos al día durante cuatro días. Transcurrido este tiempo, el 67% de los chavales que habían presenciado la escena estaban dispuestos a entrar en un corral con un perro.

En definitiva que una reflexión cuidadosa sobre la influencia social podría llevarnos a tener una mayor consciencia de nosotros mismos y nuestras relaciones con los demás.