Trado, tradidi, tráditum
es un
verbo compuesto del prefijo trans (a través de),
más el verbo do, dedi, datum (dar). Significa por
tanto, hacer pasar algo a manos de otro, transmitir,
entregar. Alicui hereditatem tradere, transmitir a
uno una herencia. Per manus tradere, pasar de mano
en mano. Memoriam posteris tradere, transmitir el
recuerdo a la posteridad. Del sustantivo traditio
sale nuestra palabra tradición. En español esta
palabra suena muy cerca de "traición"; no es responsable
el latín de esta afinidad fonética. Prodo, pródidi,
próditum (poner delante, descubrir, delatar) es
el verbo del que deriva proditio (traición) y
proditor (traidor); sí es responsabilidad del
latín en cambio, que en un tramo de su significado, los
verbos prodere y tradere sean
intercambiables. Pero no son intercambiables los
significados de los sustantivos traditio y
proditio; traditor y proditor. Es digna de
mención la sinonimia entre "traidor" y "judas". Judas, el
que "vendió" a Jesús, se convirtió en el paradigma de la
traición, añadiendo al concepto de traición el de "venta".
Algún día tendremos que preguntarnos por qué unas
tradiciones se mantienen persistentes y vigorosas,
mientras otras se van apagando. La Semana Santa, que en
términos generales constituye la mayor escenificación de
duelo, diversificada en tantas formas como pueblos y
culturas, con una tradición de siglos a sus espaldas, se
consolida cada vez más, a pesar de que en ella se
contienen elementos que escapan del todo a nuestra
racionalísima y ultrapragmática concepción de la vida;
frente a esta "ritualización" del duelo colectivo, se
desmantela el duelo privado por cada difunto. Cada muerto
es cosa de su familia: se ha acabado ya la participación
de todo el pueblo en el duelo de cada una de sus familias.
Cada una que llore a sus muertos, si le queda tiempo para
ello. Y que no haga demasiado ruido.
Es
reconfortante comprobar cómo cobran fuerza y se consolidan
tradiciones religioso-folklóricas en un sustrato
totalmente popular, sin intervención ni de la Iglesia ni
del Estado. Y que es tal el pósito de valores resistentes
y persistentes que contienen esas tradiciones, que vienen
a constituir el cimiento más sólido de la vertebración de
la sociedad. Son tradiciones que se sostienen y prosperan
porque en ellas está, nadie sabe cómo, pero está, el alma
del pueblo. Y constituyen todas ellas un mosaico
variopinto en toda la geografía española (y en toda la
geografía europea, ahora que vamos para europeos), y
tienen una virtud singularísima: y es que siendo como son
hechos diferenciales inequívocos, no sólo no aportan ni un
gramo al instinto separatista exclusivista y ventajista
con que los políticos manipulan todo hecho diferencial,
sino que por el contrario constituyen una sólida
aportación a la solidaridad de todos los pueblos y de
todas las culturas que conviven en un mismo territorio.
Y es
aleccionador constatar cómo han ido decayendo por el
contrario las formas de celebración de la Semana Santa
reglamentadas e institucionalizadas por la Iglesia.