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EL ALMANAQUE - CARNAVALES

LA PROSOPOPEYA DEL CARNAVAL
En el LIBRO DE BUEN AMOR del Arcipreste de Hita
   

Decía en el artículo sobre el jueves lardero que precisamente éste era el día en que se representaba en los mercados o en sus cercanías hasta no hace mucho (agradeceremos que quien tenga noticia de alguna celebración de este género nos pase la información) la lucha entre carniceros y pescateros: una especie de auto sacramental, que como explico más abajo estaba en pleno apogeo en el siglo XIV. En esta primera gran representación del Carnaval, con una increíble proliferación de disfraces en su origen, cada ramo profesional defendía y ensalzaba su mercancía, siendo en esta ocasión perdedores los carniceros. Pero la derrota era tan sólo temporal, porque tendrían su revancha en Semana Santa, empezando el mismo Domingo de Ramos (si nos dejamos guiar por el Arcipreste), en que se iniciaba la recuperación de Don Carnal, que culminaba el Sábado Santo. 

Desde  De la pelea que ovo Don Carnal con la Quaresma (1067), hasta De cómo los clérigos e legos e flaires e monjas e dueñas e joglares salieron a reçebir a Don Amor (1225-1314) todo ese extensísimo texto del Libro de Buen Amor está dedicado a relatar fielmente la representación de esa especie de auto sacramental de la lucha entre Don Carnal y Doña Quaresma, que fue la forma en que el cristianismo les dio la vuelta a las Lupercales y demás fiestas paganas que se acumularon en el Carnaval cristianizado. Mediante el discurso sobre las virtudes del ayuno y la abstinencia de carne, que ese es el contenido del auto sacramental, se les dio la vuelta a los contenidos de las antiquísimas fiestas de Carnaval, que por lo visto nadie tuvo voluntad suficiente de erradicar, manteniéndose éstas muy parecidas a como las había recibido de la cultura romana. 

He hecho referencia explícita a las Lupercales, las fiestas romanas de la purificación (ver en la web febrero, purificación, lustrar, etc.), que coincidían también en estas fechas, porque los versos que siguen inducen a pensar que siguiendo la tradición romana, que en este tiempo muerto en que se espera la llegada de la primavera situaba la limpieza anual a fondo, el cristianismo imprimió a la Cuaresma el valor de tiempo de limpieza, de purga o purgatorio, no sólo del alma, sino también de la casa y los enseres: 

Luego el primero día, el miércoles corvillo, (el de Ceniza)
En las casas do anda, çesta nin canastillo
Non dexa, tajador, baçín nin cantarillo,
Que todo non lo munda sobre linpio librillo:
      Escudillas, sartenes, tinajas e calderas
Espetos e griales, ollas e coberteras,
Cañadas e varriles, todas cosas caseras,
Todo lo faz lavar a las sus lavanderas.
  Repara las moradas, las paredes repega,
D’ellas faze de nuevo e d’ellas enxalvega;
A do ella ver lo puede sezedat non se llega:
Salvo a Don Carnal, non sé a quién non plega.
  Bien como en este día para el cuerpo repara,
Así en este día por el alma se para:… … …

 No sólo esto, sino que el ritual de la escoba, otra de las constantes del Carnaval, repetida en lugares muy distantes, forma parte de estos ritos de purificación no sólo de las almas (y los cuerpos por dentro mediante el ayuno y la abstinencia), sino también de las casas a que impele la cuaresma. Precisamente es la escoba el instrumental imprescindible de las comparsas del Jueves Lardero, que van por las casas pidiendo para la gran comida de ese día. Y mientras unos están dentro de la casa pidiendo, otros le barren la entrada. Y la dejan más o menos limpia, en razón de la generosidad que haya usado el dueño de la casa con los postulantes.


EL CARNAVAL EN LA EDAD MEDIA

AUSCULTANDO LOS ECOS CARNAVALEROS DEL LIBRO DE BUEN AMOR DEL ARCIPRESTE DE HITA

No es nada difícil escenificar los pasajes del Libro de Buen Amor que se refieren a las celebraciones populares del ciclo pascual (Carnaval-Cuaresma-Semana Santa-Pascua), cuya puerta es el Carnaval. Lo primero que observamos leyendo al arcipreste, es que han cambiado las proporciones y la importancia de cada período desde su época a la nuestra. Nada extraño, pues estas oscilaciones se pueden seguir en todas las celebraciones estacionales, desde que hay historia que nos las cuente. El ciclo pascual del cristianismo se inscribe en las fiestas y ritos de tránsito del invierno a la primavera, de resurrección de la naturaleza tras el letargo invernal. Unas celebraciones netamente diferenciadas de las del ciclo navideño, en que se celebra el solsticio de invierno, y que reviste otras características, a pesar de que los ritos y celebraciones se desplazan fácilmente de unas fiestas a otras, y de que determinadas celebraciones han experimentado frecuentes mudanzas en el calendario. Al cristianizarse las fiestas paganas del tránsito del invierno a la primavera, se produce una razonable síntesis, y una adaptación estacional bastante coherente. Se mantienen la mayoría de costumbres, pero se les cambia el libreto. Los ritos de carácter februario (de limpieza y purificación) se condensarán en la Cuaresma, sirviéndole de guión los 40 días que ayunó Jesús en el desierto, antes que le tentase el diablo a convertir las piedras en panes. Los ritos de muerte y entierro de Dios se concentrarán en la Semana Santa, el momento álgido hasta el paroxismo, de la celebración del luto y la tristeza. El libreto no podía ser más adecuado: la pasión y muerte de Jesús. Era inevitable que todos los ritos de llanto por la divinidad muerta, casi siempre inmolada, en que tanto abundan las culturas con que se amasó el cristianismo, se concentrasen en la Semana Santa. Y tras la muerte, el desenlace glorioso, el estallido de júbilo de la Resurrección. Las divinidades paganas antes, y luego la divinidad cristiana, prototipos cada una de su respectiva humanidad, al igual que la naturaleza en que están inscritas, al igual que la diosa-madre Tierra, vencen a la muerte después de haber pasado por ella, después de haberla sufrido de una manera tan cruel, que parecía irreversible. Pero vuelve todos los años la vida tras el largo e intenso invierno; se produce cada año el milagro de la Resurrección tras la dolorosa Pasión y Muerte del Dios. Y puesto que es ley eterna que cual la divinidad, tal la humanidad, el hombre se solidariza con su Dios mediante los ritos y celebraciones. Ese es el ciclo cristiano natural y coherente; y así lo vemos escenificado vivamente por el Arcipreste de Hita, y así fue en todo el orbe cristiano durante la mayor parte de los dos milenios de cristianismo. Durante los primeros siglos se mantuvieron las celebraciones paganas, que fueron adaptándose lentamente a la nueva religión. Y siguiendo el proceso de retorno a la paganización, han vuelto a tomar gran auge las celebraciones paganas. Pero no es lo más pagano el carácter de las celebraciones de Carnaval, que lo es; sino la grave alteración del libreto, la desproporción de las partes del drama, el empezar el guión con la apoteosis. El esplendor y la explosión de vida que se produce en los grandes carnavales, corresponde a la Pascua según el guión cristiano. Es que el Carrus Navale se leyó y se interpretó por imperativo cristiano, como Carne vale (Adiós carne), y en consecuencia desplazó a la Pascua, la gran fiesta de Resurrección de la primavera, todo lo que tenían de explosivo y vitalista las heterogéneas fiestas paganas que hemos aglutinado bajo la denominación de Carnaval. Y no podía ser de otro modo, al poner el Carnaval al servicio de la santa Cuaresma. EL ALMANAQUE inicia hoy la lectura pausada de estas fiestas del ciclo pascual en el Arcipreste de Hita. La palabra que hoy analizamos, es desenfreno.

 

EL CICLO DE LAS CELEBRACIONES PASCUALES LLEVANDO COMO GUÍA AL ARCIPRESTE DE HITA DE LA PELEA QUE OVO DON CARNAL CON LA QUARESMA

Éste es el título bajo el que nos presenta el Arcipreste lo que muy bien podía ser uno de los episodios, el más profano, del ciclo de dramas sacros que se iniciaban en el Jueves Lardero (primer día de Carnaval) y terminaban el día de la Pascua de Resurrección. Hay un auténtico reparto, al estilo de los Drámatis personae (las máscaras del drama), cuyos protagonistas son Don Carnal, Doña Cuaresma y al final de todo, en el más clásico estilo apoteósico, Don Amor. Açercándose viene un tiempo de Dios Santo: fuime para mi tierra por folgar algund quanto; dende a siete días era Quaresma: tanto puso por todo el mundo miedo e grand espanto. Estando a la mesa Don Jueves Lardero, truxo a mí dos cartas un ligero trotero; decirvos é las notas: servos é tardinero, ca las cartas leídas, dilas al mensajero. Empieza, pues, a desarrollarse el drama ante el arcipreste trovador, espectador único, que tiene a la vez el papel de narrador en la función cuando éste se precisa, como en la lectura de las dos cartas, que sirven de pregón de la Cuaresma la primera, y de desafío a Don Carnal la segunda. He aquí el contenido de la primera carta: De mí, santa Quaresma, sierva del Salvador, enbïada de Dios a todo pecador, a todos los arçiprestes e clérigos sin amor, salud en Jesú Cristo fasta la Pasqua Mayor. Sabed que me dixeron que á çerca de un año que anda Don Carnal sañudo, muy estraño, astragando mi tierra, faziendo mucho daño, vertiendo mucha sangre, de lo que más me asaño. E por aquesta razón, en vertud de obedïençia, vos mando firmemente, so pena de sentençia, que por mí e por mi Ayuno e por mi Penitençia que lo desafiedes luego con mi carta de creençia. Decidle de todo en todo que, de hoy en siete días, la mi persona mesma e las conpañas mías iremos pelear con él e con todas sus porfías: tengo que non se nos tenga en las carneçerías. Dadla al mensajero, esta carta leída, liévela por la tierra, non la traya escondida, que non diga su gente que no fue aperçebida. Dada en Castro de Ordiales, en Burgos resçebida. El objeto de esta carta, leída el Jueves Lardero, por tanto 7 días antes de iniciarse la Cuaresma, es pregonar con tiempo suficiente que hay que aprestarse a la guerra contra la carne: que a partir del Miércoles de Ceniza no pise nadie una carnicería. Por supuesto que la orden dada en estos términos queda muy fría, por lo que hay que pasar a la acción, que se anuncia ya claramente en la segunda carta, la de desafío a Don Carnal, que no es otro sino la personificación de todos los carniceros.

Mariano Arnal

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