A
RÉGIMEN Y A DIETA
Estando
como estamos en pleno Carnaval, el calendario nos obliga en
cierto modo a hablar de un tema que subyace a estas
celebraciones, que en nuestra cultura es su sustancia, y que
sin embargo hemos echado totalmente en olvido. Y no debiéramos,
porque las dietas, y también la dieta, son piezas importantes
de cualquier mosaico cultural. Mucho más importantes de lo
que estamos dispuestos a admitir.
En
nuestra cultura, la razón de ser de los Carnavales es tomarse
algunas licencias para desquitarse del período de privaciones
que impondrá la inminente Cuaresma. Se trata exactamente de
tres cosas: de despedirse de la carne durante 40 días (eso
significa cuaresma; y carne-vale, carnes-tolendas o
carnes-toltas significa privarse de carne), y sustituirla por
el pescado; se trata de comer poquísimo durante estos
cuarenta días para así purificar el cuerpo y el alma. Es
cuestión, en efecto, de purgar el cuerpo, purgar por los
pecados y cumplir parte del purgatorio pendiente. Y para que
ese purgatorio sea efectivo, con beneficio también para el
cuerpo, la tercera limitación de la Cuaresma es el sexo.
También ahí alcanzan la abstinencia y la penitencia.
La
abstinencia de carne, que es la que propiamente da nombre y
sentido al Carnaval, se viene practicando con gran rigor desde
tiempo inmemorial. Hemos de recordar la estación en que
estamos, la de menor disponibilidad de alimentos: se trata por
tanto de hacer de necesidad virtud, y aprovechar para purgar
el cuerpo mediante un prolongado ayuno por una parte, y un
cambio radical de dieta por otra, pasando de la carne a la
verdura y el pescado.
Es
decir, ponerse a dieta durante cuarenta días, cambiando al
mismo tiempo de dieta, para lo poco que hay que comer. Los
mercados saben perfectamente que durante toda la Cuaresma, los
viernes se registra un aumento de la venta de pescado y una
disminución de la venta de carne. Pero la Cuaresma ya no es
ni sombra de lo que era.
Es
el resto de unas costumbres severísimas que imponían además
de la abstinencia de carne durante los 40 días, una reducción
drástica de la dieta, un ayuno riguroso. Sólo se podía comer
una vez al día (como los musulmanes en el Ramadán), pero no
en exceso.
La
relajación de las costumbres permitió primero un tentempié
para la noche, que acabó convirtiéndose en cena; y otro a la
mañana, que acabó siendo el desayuno (observemos que des-ayunar
significa precisamente romper el ayuno). Estamos, pues, ante un
régimen alimentario rigurosísimo durante toda una
cuarentena.
Tengamos
en cuenta el valor profiláctico, o para ser aún más exactos,
higiénico de esta palabra, en el doble sentido de salud y depuración;
y el número de días, el mismo. No olvidemos la época en que
el adelgazamiento y la reducción de fuerza vital eran una línea
terapéutica en boga. Las sangrías y sus aliadas las sanguijuelas
formaban parte de esa línea. Pero bueno, ¿a qué extrañarnos
de que cuando la religión tenía a su cargo la salud nos impusiese
ayunos y abstinencias, cuaresmas y cuarentenas, cuando una de
las grandes preocupaciones higiénico-sanitarias de hoy es qué
hacer para no engordar? EL ALMANAQUE examina hoy la palabra purgar,
que habla de purificación.
Mariano
Arnal |