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El almanaque de la Astrologia
Artículos sobre astrología orientados a la reflexión y observación

ALMANAQUES Y CALENDARIOS

Los ALMANAQUES, a lo largo de su historia, han ofrecido de todo: desde los antiquísimos conocimientos astrológicos y los consejos médicos a ellos ligados, hasta las doctrinas religiosas, el teatro, la música, la historia, la política, la filosofía, las ciencias, la navegación (almanaques astronómicos), las noticias de sociedad, el comercio, toda actividad humana y todo conocimiento.

Los ALMANAQUES han sido siempre calendarios con contenidos dosificados día a día, constituyendo por ello una apreciadísima alternativa de los libros y las revistas especializadas.

Fieles a esta memorable tradición, Los editores de EL ALMANAQUE ofrecemos, además de la edición diaria completa, los siguientes ALMANAQUES ESPECÍFICOS, con el objeto de que cada uno pueda elegir el de su preferencia

Calendarios

Azteca - Chino - Gregoriano - Indio - Islámico - Hebreo - Juliano - Maya - Sirio - Republicano

CALENDARIO REPUBLICANO

EL CALENDARIO, PROFESIÓN DE FE 

No erraríamos en exceso si afirmásemos que si las distintas culturas tienen calendarios distintos no es tanto porque tengan una visión distinta de la astronomía, o porque sus  cálculos matemáticos sean sustancialmente distintos. No está ahí, sino en la religión, la clave de la diferencia de unos calendarios con otros. Incluso es razonable pensar que las opciones astronómicas y contables están supeditadas a razones totalmente ajenas a la correcta construcción del calendario.

Para no salirnos de nuestra cultura, tenemos justo el mes de febrero, que es más cojo de la cuenta (con 28 días los años normales, y 29 los bisiestos), porque el emperador Augusto, en cuyo honor se dio el nombre de Agosto al octavo mes del año, no quiso ser menos que Julio César, en cuyo honor se llamó Julio al séptimo mes del año, y mandó que se hiciese agosto de 31 días, igual que julio. ¿Que con eso se rompía el diseño inicial de la alternancia entre meses de 30 días y meses de 31?

Bien poco les importaba eso; como poco les importó que el noveno mes se llame séptimo (septiembre); el décimo se llame octavo (octubre); el undécimo se llame noveno (noviembre); y el duodécimo se llame décimo (diciembre), cuando les hubiese bastado colocar los meses y los nombres de julio y agosto al final del año, para que se hubiese mantenido la coherencia entre el nombre y el orden de los meses que llevan incorporado el respectivo ordinal en su nombre. Pero si la consagración de esos dos meses a los grandes emperadores era un acto de culto, no iban a elegir dos meses cualesquiera, sino precisamente los que estacionalmente caen en la época más propicia para fiestas y festejos. Tanto es así que en esos dos meses se da la mayor concentración de fiestas mayores y vacaciones.

Razones religiosas fueron también las que determinaron la intercalación en nuestro calendario, de carácter solar, de la fiesta de Pascua en régimen de calendario lunar. Es evidentemente un parche que atenta contra el espíritu regulador del tiempo que inspira todo calendario. Con la movilidad de la Pascua, quedan bailando también cada año los Carnavales, la Semana Santa, la Segunda Pascua y las pequeñas vacaciones ligadas a estas fechas. Y eso es así porque en cualquier calendario, y por supuesto también en el nuestro, las razones religiosas son mucho más poderosas que cualquier consideración civil.

Es que, a poco que nos fijemos, caeremos en la cuenta de que nos regimos por un calendario religioso; más aún, eclesiástico. Empezando por los domingos (que son la razón de ser de toda la semana) y continuando por todas las demás fiestas. Todas las señales que hay a lo largo del recorrido de los días, todos los mojones que nos marcan el camino, son religiosos. Porque al final, lo más importante de un calendario, aquello que lo justifica, son las calendas, es decir las lecciones de vida que contiene: un calendario es siempre una incitación a vivir de determinada manera. Vivir en un calendario no es únicamente vivir en una determinada cultura, sino también en su religión. T

an acostumbrados estamos al agua en que nadamos, y al calendario por el que nos regimos, que ni siquiera percibimos su carácter eminentemente religioso. Uno de otra cultura es lo primero que ve en un calendario. Por eso todos los calendarios salen de los templos y llevan a los templos. Esto que se muestra como una obviedad a poco que se analice cualquier calendario, es preciso explicitarlo en épocas agnósticas.

Afortunadamente ha remitido el anticlericalismo iconoclasta que arremetía contra todo lo que recordase la religión, y hoy se están restaurando muchas celebraciones de nuestro calendario con el mismo interés y rigor con que se restauran construcciones antiguas, que tienen valor por sí mismas con independencia de quién y con qué fines los instauró. No es ese el caso de la Revolución Francesa, que en plena guerra contra el sistema estamental y contra sus cimientos ideológicos, se propuso arrasar con todo, empezando por las cabezas, que segaba a guillotina. Y queriendo arrancar el árbol hasta sus mismas raíces, no podía dejar intacto el calendario, porque lo percibió como un gran depósito de doctrinas e inductor de conductas contrarias a la Revolución.  

EL ALMANAQUE ofrece hoy el Calendario Republicano, que han echado en falta y nos han pedido algunos de nuestros lectores.  

Si con la Revolución Francesa se pretendía entrar en una nueva era, había que cambiar de calendario. Los padres de la Revolución tenían conciencia de que estaban poniendo el mundo patas arriba, y que el cambio que traían era desde las mismas raíces. Además de las instituciones políticas tenían que cambiar los esquemas mentales en que se movía la humanidad.

Y tenían claro que si no modificaban el calendario, nunca llegarían a ese cambio profundo; porque los días de la semana recordaban a los grandes dioses por los que había pasado la cultura occidental, y con la Revolución no podía haber más diosa que la Razón. A ella le dedicaron la catedral de Notre Dame, porque a partir de entonces tenía que ser la Razón nuestra única diosa y Señora. Había que borrar todo rastro de romanismo, porque en él estaba la raíz de la esclavitud. Y había que descolocar el calendario de tal manera, que la traducción al reaccionario calendario gregoriano que regía en toda Europa, fuese un verdadero galimatías, para cuya resolución se precisaban unas complicadísimas tablas. Había que alejarse del pasado todo lo posible. 

La profundidad de la reforma del calendario da la medida de cuán profunda se pretendía la Revolución; pero su fracaso nos da también la medida de lo mal que habían medido la realidad cultural con la que se enfrentaban. El Calendario Republicano duró apenas 12 años: desde octubre de 1793 hasta septiembre de 1805. Pero no todo él, porque resulta que los franceses no se avenían a vivir cada mes en tres décadas en lugar de las cuatro semanas (¡encima perdían cada mes un día de descanso!), y antes de la institución del imperio, habían vuelto ya a la semana tradicional. Subsistieron, claro está, durante la vigencia del nuevo calendario, los calendarios subversivos, con los que la gente se entendía mucho mejor. Y fue en la semana, la más persistente agrupación de días de todos los calendarios de la historia, donde sufrió su primera derrota el calendario de la ilustradísima República.

Puestos a cambiar, lo cambiaron todo,empezando por los meses, pero con una incoherencia: empeñados como estaban en asentar el sistema decimal en el mismo calendario, pusieron en práctica este principio en las semanas, convirtiéndolas en décadas, y en los días, haciéndolos de 10 horas, que se dividían en cien minutos (propiamente centésimas), y éstos en 100 segundos. Pero por lo visto les pareció excesivo ir a los diez meses, cosa que hubiesen podido hacer perfectamente, puesto que instituyeron los días epagómenos o complementarios al final del año: 5 los años normales, y 6 los bisiestos. Esto lo hicieron copiando otros calendarios, claro está, por mantener todos los meses de 30 días. Y copiando la idea griega de las Olimpíadas (eran de hecho una unidad de tiempo que celebraban con especial solemnidad) crearon las Francíadas, formadas por el ciclo de tres años de 365 días más uno de 366. El año empezaba a las 12 de la noche del día en que se producía el equinoccio de otoño, con lo que se volvió a los calendarios de Oriente Medio y el antiguo romano, en que eran los sacerdotes quienes fijaban las variables del calendario según su entender o según sus intereses; en este caso eran los astrónomos quienes debían fijar el principio del año y la sucesión de los años bisiestos. 

No se devanaron excesivamente los sesos para crear los nombres de los meses y de los días de la semana. Al poco tiempo de instituido el nuevo calendario, se aceptó la autoridad del poeta Fabre d’Eglantine para darles un toque literario a los nombres de los meses, que acabaron siendo: 1, Vendemiaire (el mes de la vendimia; recordemos que empiezan el año en nuestro septiembre); 2, Brumaire (el mes de las brumas); 3, Frimaire (el de la escarcha); 4. Nivose (el de la nieve); 5, Pluviose (lluvioso); 6, Ventose (ventoso); 7, Germinal ( = ); 8, Floreal ( = ); 9 Prairial (el de las praderas); 10 Messidor (el de las mieses); 11, Thermidor (el del calor); 12, Fructidor (el de los frutos). Los días de la semana eran: Primidi, duodi, tridi, quartidi, quintidi, sextidi, septidi, octidi, nonidi y decadi.

Calendario Revolucionario o Republicano Francés

Nombre
Significado
Desde el...
Hasta el...
Vendimiario (de la vendimia) 22 de septiembre 21 de octubre
Brumario (de las brumas) 22 de octubre 20 de noviembre
Frimario ( de las escarchas) 21 de noviembre 20 de diciembre
Nivoso (de las nieves) 21 de diciembre 19 de enero
Pluvioso (de las lluvias) 20 de enero 18 de febrero
Ventoso (de los vientos) 19 de febrero 20 de marzo
Germinal (de las semillas) 21 de marzo 19 de abril
Floreal (de las flores) 20 de abril 19 de mayo
Pradial (de los prados) 20 de mayo 18 de junio
Mesidor ( de la recolección) 19 de junio 18 de julio
Termidor (del calor) 19 de julio 17 de agosto
Fructidor (de los frutos) 18 de agosto 16 de septiembre
Este calendario fue aprobado por la Convención Francesa el 5 de octubre de 1793.
Cada mes tenía 30 días. A los 5 sobrantes se los denominaban "epagómenos" según unos
 o "sansculótidos" según otros y se dedicaban a fiestas.

 

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