Juegos Olímpicos – Léxico

   Juegos Olímpicos : Léxico  

EL ESPÍRITU OLÍMPICO 

EL ALMANAQUE quiere estar presente en los juegos olímpicos del 2004 que se celebrarán en la cuna del olimpismo. Además de la aportación estrictamente deportiva que correrá a cargo de nuestros especialistas, queremos ofrecer a nuestros lectores la singular visión que de la cosa olímpica nos hemos formado a través de los nombres con que la hemos tejido: es nuestro peculiar estilo. Dedicaremos los sábados al tema olímpico desde su vertiente histórica y deportiva, y los domingos a configurar una visión del primitivo espíritu griego a través de su MITOLOGÍA. Es una tarea ardua para la que nos tomamos los meses que quedan de aquí a la celebración de los juegos. 

Confiamos en que el material que aportamos sea útil para todos los que han de informar sobre este gran acontecimiento cultural y deportivo (destaco en negrita toda palabra y concepto que será objeto de estudio y comentario en esta sección). A menudo los informadores minusvaloran a sus lectores u oyentes y rehúsan los temas de más enjundia cultural por temor a aburrirlos. Es evidente que si no se les ofrece cultura estructural no la consumirán; pero eso es una forma artera de devaluar la demanda. Queda pues ahí nuestra oferta y nuestra apuesta por añadirle a lo deportivo todo el lustre cultural que sea posible. Estamos seguros de que la audiencia lo agradecerá.  

Lo primero que nos hemos de plantear al enfrentarnos al colosal fenómeno del olimpismo es el espíritu que lo mueve. En 1896 se celebran en Atenas los primeros juegos olímpicos de la era moderna, gracias al impulso del barón Pedro de Coubertin, que empleó más de 10 años en la preparación de este acontecimiento político-deportivo. Podríamos decir que los juegos olímpicos fueron la más espléndida plasmación de la elevación del deporte a interés político de primer orden. Esta magna exhibición cuatrienal del vigor físico de la juventud de los distintos países que participaban en las competiciones, fue el desencadenante de que un país tras otro introdujeran en la escuela (desde la primaria a la universitaria) la educación física como actividad formativa de primer orden. En efecto, el barón de Coubertin fue miembro vitalicio del comité para la propaganda de la educación física en los colegios y liceos. De hecho su idea de promocionar los juegos olímpicos estuvo al servicio de este objetivo; es decir que se concibieron éstos como una fórmula de propaganda para una finalidad educativa. 

Estamos en las postrimerías del siglo XIX, que ha entendido que la prosperidad y la seguridad del estado dependen no sólo de la calidad intelectual de sus habitantes, sino también de su calidad física. Y del mismo modo que los griegos entendieron que los juegos atléticos eran una excelente preparación para la guerra, los estados del XIX (tanto los ya configurados como los emergentes) entendieron que la forma física de su juventud era un valor indispensable para la defensa. Por eso se introduce la formación física en las escuelas. El barón de Coubertin, responsable de esta actividad y de su promoción, para estimular a los miles de jóvenes franceses que se ejercitaban en ella, inventó la competición internacional de los juegos olímpicos. Todos los estados que seguían esta misma política, aceptaron entusiasmados.

OLIMPISMO 1 

Cuando a un término se le añade la desinencia –ismo, es que se ha revestido de un cuerpo doctrinal de mayor o menor fuerza conceptual, pero que le sirve como fundamento y como proyección. El olimpismo moderno nació en el siglo XIX como vástago de una serie de –ismos que se materializaron en la escuela con la educación física, y fuera de la escuela con el fomento del deporte y del escultismo, alpinismo, excursionismo, turismo (con un significado bien distinto del que tiene hoy), etc. Fue la eclosión del culto a la forma física como un valor no inferior al de la forma mental.   No debemos olvidar que el XIX es el siglo de la antropología y de la etnología, que en la división de los pueblos en razón de su cultura coloca a la antigüedad griega como el supremo referente del más moderno y evolucionado concepto de hombre y de sociedad. De ahí que al reformar los estados la enseñanza en orden a alcanzar para sus países el máximo ideal humano y social, volviesen los ojos a la Grecia clásica, y en cuanto a cultivo de la forma física tomasen como supremo referente los Juegos Olímpicos. Veamos cuáles son los parámetros del olimpismo griego.  Hemos de encuadrar los más remotos Juegos olímpicos en el ámbito de las ligas religiosas y de sus grandes ferias. Al principio fueron una de tantas celebraciones de este género, que como la mayoría duraban un día y se dedicaban al culto religioso, al comercio y a la diversión. Olimpia jugó con factores que fueron determinantes para pasar por delante de todos los juegos análogos. En primer lugar les dieron un carácter marcadamente competitivo, e  incrementaron cada vez más los premios en objetos valiosos y en metálico, hasta que el Oráculo de Delfos los prohibió, de manera que a partir de la VII olimpíada el premio consistió en una corona de olivo.  El segundo elemento que debió intervenir en su celebridad fue la periodicidad relativamente larga. No sería nada extraño que en origen fuesen las fiestas eleuterias de Olimpia. En estas fiestas, que se celebraban cada cinco años (de ahí el lustro), se celebraba la libertad ganada en una batalla en la que se estuvo en grave riesgo de perderla (en griego, el nombre de libertad es eleuqeria (eleuzería)). En efecto, se celebraban cada cuatro años cumplidos, es decir al principio del quinto año, en el plenilunio del solsticio de verano. A lo largo de su dilatada historia fue aumentando su duración: empezaron por un solo día, y llegaron hasta 7 días. Tan célebres llegaron a ser, y tanto calaron en el alma griega, que a partir del año 777 se empezó a contar el tiempo por olimpíadas.  Otra de las características de los Juegos Olímpicos fue su panhelenismo: durante su celebración todos los griegos (era inconcebible que hubiera participantes que no lo fueran) adquirían conciencia de su unidad cultural y en cierto modo política. Durante todo un mes se decretaba una tregua sagrada (a quien la rompía se le declaraba anatema) para que pudieran celebrarse los juegos sin sobresaltos, y confraternizaban entre sí todas las ciudades griegas.

JUEGOS OLÍMPICOS I

Para no perder el norte en el mundo tan profesionalizado y comercializado del deporte, por fortuna los Juegos Olímpicos se llaman juegos, procurando con ello que no pierdan el carácter lúdico competitivo que en su origen tuvieron. Los primeros Juegos Olímpicos se celebraron el año 776 a.C., y los últimos de la época antigua fueron el 394 de nuestra era (iban por la olimpíada CCLXXXIII), año en que los prohibió el emperador Teodosio. Los Juegos Olímpicos fueron la única institución que abarcaba a toda Grecia (concurrían a ellos atletas y representantes políticos de todas las ciudades) y que se fueron celebrando cada cuatro años a lo largo de más de un milenio con absoluta regularidad; por eso los historiadores optaron por tomarlos como regla de medición del tiempo.

No por casualidad coinciden semánticamente las palabras juego y deporte (ver esta palabra), cuya relación es que la primera tiene una larga historia, mientras la segunda apenas tiene dos siglos de vida activa. Responde esta diferenciación léxica a la voluntad de distinguir el deporte como algo más serio que el juego; pero por fortuna siguen presentes en el deporte el sustantivo juego entronizado en los Juegos Olímpicos y el verbo jugar, presente en todos los deportes.

Es que tanto el juego como los juegos son inseparables de la humanidad. En todos los pueblos y culturas están presentes. Y como toda institución humana, estuvieron regulados en sus primeros pasos por la religión. Los primeros que se conocen, precisamente en Grecia, son los juegos funerarios. Y fue en éstos donde empezaron las treguas que acompañaban a todos los juegos que tenían algo de sagrado. Empezaron, pues, los juegos siendo parte de la celebración religiosa, de la que el sacrificio era lo esencial. Incluso los mismos juegos eran una forma singular de sacrificio que obviamente producía sus víctimas. Eso, claro está, cuando todo el pueblo compartía las víctimas en el gran banquete que formaba parte del ritual (en el caso de las víctimas humanas, lo único que conocemos en la cultura griega es el holocausto, es decir que la víctima no se la comían los participantes en el sacrificio, sino que era totalmente quemada).

Pero a medida que se vaciaron de contenido los sacrificios, y la gente prefería comer en sus casas, los juegos pasaron al primer plano de las celebraciones, quedando el sacrificio como una pura formalidad ritual (también hoy tenemos en los deportes, y sobre todo en los Juegos Olímpicos, formalidades rituales obligadas, que no interesan al público).

No perdamos de vista cuando hablamos de «juegos» en este contexto antiguo, que nos referimos siempre a «juegos atléticos«; y, poca broma, el atletismo ya no es lo que era: los más primitivos atletas iban a ver quién mataba a quién. Y es que los más antiguos Juegos Olímpicos tenían como plato fuerte el boxeo, al que se llamó al principio simplemente aqloV (ázlos), lucha, combate, y que al extenderse el nombre a otras actividades competitivas pero no combativas, tuvo que buscarse otros nombres: agón, pancracio, pugilato, boxeo. De hecho competían entre sí las ciudades-estado por ver quién tenía hombres más fuertes en el combate, es decir en la guerra.

 

ESTADIO 

Sorprende la proximidad léxica entre estado y estadio. Pero no es casual, porque ambas palabras derivan de la raíz grecolatina “st”, que ha pasado al español con las diversas derivaciones del verbo estar. Este verbo lo hemos obtenido directamente del latín sto, stare, steti, statum. En cuanto al lexema, le hemos añadido a la raíz una e para poder pronunciar la s líquida y hemos sustituido la flexión latina por la española. En cuanto al significado se han producido algunos cambios: mientras en latín stare significa inicialmente estar de pie, y en sentido figurado estar firme, inmóvil, estable, en español hemos reducido su significado, convirtiendo el verbo estar en auxiliar, con lo que hemos de añadirle un adjetivo, un adverbio o un gerundio, que son los que llevan realmente la carga significativa. 

Lo hemos convertido, junto con ser, en verbo copulativo, que traduce el verbo sum latino y eimi (eimí) griego, con lo que hemos bifurcado este verbo en ser (cualidad intrínseca) y estar (cualidad transitoria). Paradójicamente, pues el significado originario de este verbo nos lleva a la estabilidad. Esta es una característica peculiar del español, que constituye una seria dificultad para los que intentan entendernos desde otras lenguas. De todos modos es posible que esta peculiaridad significativa del verbo, nos haya alejado de su valor genuino, de modo que el valor meramente copulativo y además con marca transitoria, nos impide entender la firmeza y estabilidad que imprime esta raíz en palabras como estado, estatuto, instituto, constitución, constancia, etc. 

Vamos al estadio. Es una palabra griega, stadion (stádion), que representa una medida de longitud, o más propiamente de carrera. Equivale a 600 pies áticos, que son 177,6 metros (cada pie, 0,296 m). Y representaría la longitud que se puede resistir corriendo (de pie) sin pararse a descansar. Y en efecto, los estadios en que se practicaba el atletismo, uno de cuyos ejercicios era la carrera, estaban diseñados para contener una pista de esas medidas trazada en forma elíptica. 

El adjetivo stadioV, a, on (stádios, a, on) califica a aquel o aquello que se tiene en pie, lo que es firme y estable. El estadio griego procede de la substantivación de este adjetivo. Probablemente esta medida de longitud procede de la guerra, y sería la unidad de medida de resistencia de la carrera a la máxima potencia. De ahí se trasladaría la medida al estadio, que al fin y al cabo era el lugar en que se hacían los ejercicios gimnásticos cuyo fin último era la guerra. En la Ilíada un estadio es el tiempo que se resiste en un combate a pie firme. Y la stadia mach (stadía máje) era el combate a pie firme. 

Esos son los ancestros del estadio. Proceden de la lucha, convertida luego en juego y competición. Pero por lo visto los orígenes tiran con fuerza de sus descendientes, los estadios de fútbol, donde también se corre, pero con otras reglas de juego que implican mucho de combate, cada vez más agresivo. Y se contagia ese espíritu a los espectadores, que acuden a ellos en busca de emociones fuertes, como las que ofrecieron los romanos en el circo.

EL CONCEPTO ESENCIAL DE RIVALIDAD Y LUCHA EN LOS JUEGOS 

Si no hay enemigo, la competición pierde atractivo. Por eso en todo deporte se busca la forma de crear rivalidad. En algunos esta rivalidad viene dada por la propia naturaleza del deporte (lucha, carrera, fútbol…); en otros hay que buscar elementos externos (como es la valoración y puntuación de los jueces) para que se dé algo parecido a la lucha; porque ni coinciden en la palestra los contendientes, ni se percibe inequívocamente quién resulta ganador y quién perdedor: así por ejemplo, en la gimnasia artística. 

Este espíritu de rivalidad se vivió durante muchos siglos en la escuela, y se restauró en los gimnasios (las escuelas de grado medio). En el cuadro de honor se iban moviendo los nombres (y cuando las hubo, las fotos) igual que en una carrera. Todos rivalizaban por escalar puestos en el cuadro; la rivalidad  por el primer puesto levantaba pasiones y era uno de los temas que alimentaba más conversaciones y discusiones; los últimos eran motivo de vergüenza y oprobio (a veces, también de escarnio), hasta que para aligerar tan grave peso se inventó eso de que lo más importante no es ganar, sino participar. Pero eso ocurría ya en la decadencia del sistema, cuando sus detractores encontraron el camino libre. 

Era el espíritu olímpico trasplantado a la escuela. Era el tiempo en que ésta tenía asumido que su función era formatear a los ciudadanos según un patrón y un programa perfectamente definidos. Era la escuela al servicio de una política inflexible. Fue la época en que nació el fomento de la competición entre las escuelas, siendo el deporte el campo en que finalmente mejor se materializó ésta. Por eso el barón de Coubertin, responsable de estas competiciones en Francia, ideó para ellas la gran competición olímpica que enfrentaría sus escuelas con las de otros países. Digo que el deporte era un área más para la competición. Toda la escuela estaba concebida en este sentido, y para todas las materias se encontraba la fórmula competitiva. El cuadro de honor era el podio de los vencedores.  

En una tal concepción, era impensable organizar algo en que no compitiesen entre sí las banderas. El gran premio no podía ser la victoria de un atleta sobre otro, porque esto le hubiese restado a la competición su mayor lucimiento, sino la victoria de una bandera sobre otra. Y así lo entendieron los países que aceptaron participar. En los Juegos Olímpicos cada país determina su valor por el número y la calidad de medallas obtenidas. Es el fiel de la balanza que les sirve a los estados para compararse entre sí en una serie de parámetros. La simple capacidad de un estado de llevar a sus deportistas a una competición de esta categoría es de por sí un indicio de su capacidad organizativa global. Pero ahí se infiltran continuamente otros valores que nada tienen que ver con el antiguo espíritu olímpico. Eso ocurre en todas las competiciones deportivas, pero los que optan por ese juego aprovechan el enorme poder amplificador de los Juegos Olímpicos para sus singulares propagandas.   

Siendo las banderas el sujeto de las competiciones, es inevitable que con ellas se cuelen ideas y sentimientos que utilizan el deporte como trampolín.

ATLETA 

A los atletas los llamaban en griego aqlhtaV (azlétas). Hemos convertido la z en t porque esta palabra nos ha entrado a través del inglés, que transcribe athlete. AqlhthV (azlétes en singular) era pues el luchador o atleta. Para saber qué valor tenía este término para los griegos, basta saber a qué se dedicaba el atleta

Hay que precisar en primer lugar que sobre todo los filósofos y moralistas se ocuparon de distinguir entre el atleta, que no gozaba de muy buena fama, y el gimnasta, al que se reconocía como miembro digno de la sociedad. Podríamos decir que la diferencia básica entre uno y otro estaba en la intensidad y violencia de los ejercicios, que era mucho mayor en los atletas. El principal objetivo de éstos eran los premios de las competiciones deportivas, motivo por el cual las convirtieron en una profesión que al llenar toda su vida, les embrutecía. Sin embargo, los privilegiados que obtenían algún premio en las grandes competiciones atléticas, eran recompensados por su ciudad con honores, dinero y exención de algunos impuestos. 

Es que atleta era sinónimo de luchador, puesto que fuera de la carrera, las pruebas atléticas consistían en diversas formas de lucha: la que los romanos llamaron lucta (lucha), el pugilato y el pancracio (pan kratoV (pan krátos), = todo poder), una especie de lucha libre en que estaba permitido todo, incluso los puntapiés, las zancadillas, los recursos pugilísticos, etc. para derribar o vencer al contrario. La gimnasia era mucho más noble que todo esto. Piénsese que en Roma los atletas, igual que los cómicos, tuvieron marca de infamia. Si a esto añadimos que se movían exclusivamente por el interés económico, tenemos el cuadro completo del atleta

De hecho caen en el mismo lexema la lucha y el precio o recompensa que se cobra por ella. Aqlon (ázlon)), es la forma neutra de aqloV (ázlos), término con el que se denomina la lucha o el combate. Pero más significativo es aún el adjetivo aqlioV (ázlios), derivado de éste, con el que se califica todo lo que tiene que ver con el precio de la lucha. De ahí pasó a calificar al que lucha por dinero y, como si fuese una consecuencia inevitable de esta forma de actuar, vino a significar desgraciado, miserable, y a denominar al que lucha (moralmente), al que sufre y al que hace sufrir.    

Quizá sea necesario para entender esta decantación del significado de atleta, recordar que se trata de juegos religiosos, y que éstos se originan en los juegos fúnebres (la Ilíada nos ofrece una muestra en el entierro de Patroclo), en los que la lucha sobre la pira del héroe es un vestigio de los sacrificios humanos que precedieron a este ritual. El elegido como víctima de este sacrificio era un desgraciado, incluso cuando tenía la posibilidad de defenderse y salvarse, porque la norma era que uno de los dos atletas o luchadores tenía que morir. En cualquier caso hay que tener en cuenta que la historia del atleta abarca varios siglos, a caballo entre la historia de Grecia y la de Roma; y que tuvo ocasión de pasar de la infamia y la ignominia a la gloria más encumbrada, a la mitificación e incluso a la divinización.

DEPORTE

En cualquier diccionario actual, la definición de deporte es aproximadamente ésta: Actividad recreativa reglamentada, con predominio del ejercicio físico, la fuerza y a veces la inteligencia, como en el ajedrez, de carácter desinteresado y competitivo. Su creciente popularidad originó el desarrollo del profesionalismo y la consiguiente remuneración. Su organización en forma reglamentaria surgió en Grecia, en los Juegos Olímpicos. La enciclopedia Larousse advierte de la gran dificultad de definir esta palabra, y explica: Voz castellana del siglo XV resucitada en el siglo XIX para traducir el inglés sport. Actividad lúdica sujeta a reglas fijas controladas por organismos internacionales, que se practica en forma de competición individual o colectiva, y que pone en juego cualidades tales como la movilidad física, la fortaleza y la habilidad de los competidores. Pero no define el significado antiguo, que es el de recreación, pasatiempo, diversión o ejercicio físico (Alfa, dicc. encicl. ilustr.)

El diccionario de R.J.Domínguez (1895) y la Enciclopedia Espasa (vol XVIII 1915), no dan más definición para deporte que la que ofrece en aquel momento el diccionario de la Real Academia: Recreación, pasatiempo, placer, diversión. La Espasa añade la etimología: «del provenzal deport. Y remite para más información a Ejercicios Físicos. Es evidente que en esas fechas era aún tan pobre la actividad deportiva, que ni siquiera necesitaba una palabra que la expresase: Y de ahí, de la nada, hemos pasado a una actividad que llena la vida y las pasiones de muchísima gente, y espacios muy considerables en los medios de comunicación, y presupuestos astronómicos, y la gran movida de la esponsorización que se dice ahora, incurriendo en nuevo anglicismo.

Es que el concepto de deporte en la dimensión que tiene actualmente, los ingleses lo inventaron, y lo hicieron sobre la misma base significativa que tenía la palabra en español; el significado de recreación, pasatiempo y juego de cualquier género, que le venía de su común origen latino. Antes de entrar en el origen y evolución de la palabra y del fenómeno del deporte, no perdamos de vista dos hechos, el uno léxico, y el otro social: a la actividad deportiva, por más que se haya profesionalizado, se la sigue llamando jugar, porque es el juego la sustancia del deporte. Y el fenómeno social es que los «jugadores» han ido dejando de jugar para pasar a ejercer un trabajo espléndidamente remunerado, en la medida exacta en que ha ido a «jugar», a apostar y a divertirse, un público cada vez más numeroso que ha estado dispuesto a poner cada vez más dinero en ese juego. Quien «juega» en este caso, evidentemente es el público, no los jugadores, que se han vuelto tan profesionales como los actores de teatro o los del circo.

Estamos pues en un término latino formado sobre el verbo deportare, que no tiene otro significado que el que aparenta: deportar. ¿Y que es deportar? Pues lo que dicen los elementos que componen la palabra: «portar», llevar fuera, a otro sitio; cambiar de sitio o de actividad. Está formada con el mismo molde que dis-traer (traer o arrastrar hacia otra cosa) o di-vertir (verterse o inclinarse a otra cosa) de ahí lo divertido, porque es diverso. Pero sólo estamos empezando a entrar en el significado del deporte.

DEPORTE II

«Muchos animales juegan, pero el homo sapiens es el único animal que ha inventado los deportes» Así empieza la Enciclopedia Británica su largo artículo sobre los deportes. Me importa resaltar la fuente, porque a continuación, tras ensayar una definición, se ocupa de la etimología, y afirma: la actual palabra sport deriva del inglés medieval disporter, que se refería a alegres (lighthearted) actividades recreativas. Doctores lexicólogos debe tener la ilustre Británica para hacer esa afirmación; dando por supuesto, pues, que eso sea así, nos encontramos con que aunque fijemos la etimología de nuestra palabra deporte sin pasar por el inglés sport, llegaremos al mismo lugar.

Estamos, tanto en inglés como en español, en la raíz latina portare. Ignoro cuál ha sido el recorrido de este verbo para llegar al comportamiento, a portarse y a los transportes de alegría o de cualquier otra afección anímica, partiendo del reflexivo transportarse como «enajenarse de la razón o del sentido, por pasión, éxtasis o accidente (Espasa). Pero ahí está esa línea significativa a que ha dado lugar el verbo portare. Mejor aún es la definición que da María Moliner de transportarse: Caer en un éxtasis, arrobarse. Embelesarse. Enajenarse. Extasiarse. Quedarse tan absorto en la contemplación de una cosa exterior o que se tiene en la mente, que los sentidos y la razón dejan de funcionar para cualquier otra cosa. Y en la misma línea tenemos deportarse, que además de referirse a la autodeportación, se usó en tiempos con el significado de retirarse o detenerse a descansar en algún sitio; y también divertirse, en la misma línea de significado, puesto que divértere significa en latín apartarse del camino.

He ahí cómo las raíces del deporte nos ayudan a explicar su enorme poder de enajenación, a entender las pasiones que levanta; y no tanto para el que lo practica como para el que lo contempla, que según la más estricta y leal etimología, más deportista es el espectador que el jugador (en especial si este último es un profesional, es decir si para él el deporte no es una diversión ni un juego). Es pues el deporte un fenómeno de espectadores, más que de jugadores. Son aquellos los que realmente juegan, los que hacen deporte. La más auténtica diversión es la de los espectadores, no la de los deportistas. Y eso ha sido así desde que se inventó el deporte, cuyo mejor sinónimo sería competición. Es de ahí de donde surge la pasión: de la competición.

Precisamente el mayor fenómeno competitivo, los Juegos Olímpicos (juegos se llaman, no lo perdamos de vista), nos viene de los griegos. El fútbol en este momento los ha desbancado. Pero estamos en el mismo punto que hace 3000 años: son muy pocos los que compiten, pero infinitos los que se divierten contemplándolos, apostando por la victoria de uno o de otro. Ese género de diversiones formaba ya parte de los ritos más antiguos. En el en ritual funerario de Patroclo, en la Ilíada, se producen las competiciones entre guerreros: a muerte. El caído formaba parte de los sacrificios que se dedicaban al difunto. El panis et circenses nos advierte de la gran afición de la plebe romana a contemplar las competiciones de hombres entre sí (gladiadores, reciarios, etc.) y de hombres con las fieras. Los espectadores vibraban con el espectáculo.

DEPORTE III

¿Cuándo pasó la palabra deporte en español y sport en inglés a abandonar su antiguo significado de diversión, pasatiempo, entretenimiento, juego, placer, y a decantarse por el actual de competición deportiva? Parece que el inicio de este cambio lo hemos de situar en Inglaterra, y por poner una fecha exacta, en el año 1618. El instrumento de ese cambio fue el conocido como Book of Sports, propiamente llamado Declaration of Sports que aún no es la Declaración de los «Deportes», pero que daría lugar a que las «Diversiones» se convirtieran en «Deportes».

Antes de entrar del todo en el tema, conviene asentar firmemente el antiguo significado de sport. El incomparable Webster’s ya nos informa en el grupo 3 de significados, que sport es también diversion, recreation, pleasant pastime (placentero pasatiempo). Nos informa a continuación que el término sporting house en su acepción moderna se usa con el valor de burdel, lupanar: y que en su acepción arcaica se usaba para designar establecimientos como la taberna, el mesón, etc. frecuentados por jugadores, tahúres y gentes dedicadas al placer. Obviamente la sporting lady que viene a continuación es la prostituta; y el adjetivo sportive en su antigua acepción significaba ardiente, libertino, lascivo. Está claro que todo eso no tiene la menor relación con el deporte tal como hoy lo entendemos, pero está igualmente claro que forma parte de su historia y de su trasfondo.

La razón de ser del Book of sports fueron las tensiones existentes entre los puritanos (ver esta palabra) y el resto de la población en Lancashire. Pretendían éstos que el domingo tenía que estar reservado exclusivamente al culto religioso, y que por tanto debían prohibirse cualesquiera otras diversiones y pasatiempos ese día. La Real Orden de Jaime I de Inglaterra autorizaba los «deportes» del baile, el arco, la cucaña y demás competiciones propias de las distintas fiestas religiosas; la única condición (de horario) era que no impidiese a las mujeres preparar la iglesia para el culto, y a éstas con sus maridos y el resto de la familia asistir al mismo. El rey ordenó que se leyera en todos los púlpitos el Book of Sports; pero era tal el poder de los puritanos (ellos fueron los que recortaron el poder real en favor de los Comunes), que no se atrevió a luchar contra la resistencia que opusieron. En 1633 su hijo Carlos I no sólo volvió a publicar la Declaration of Sports, sino que sancionó a muchos clérigos que no quisieron leerla en el púlpito. Es evidente que el enfrentamiento entre los puritanos y el poder real, alcanzó también al campo de los «deportes».

Aquí está también el inicio de la llamada «semana inglesa», la que establecía como festivo el sábado por la tarde, precisamente para dedicarlo a todo género de diversiones, incluidas las que luego se llamarían «deportivas». Sin duda fue la asignación de un tiempo fijo a determinadas actividades lo que dio lugar a su enorme desarrollo, puesto que al no haber otra cosa que hacer, se convertían en obligación. El hecho de que con la liberalización religiosa dejase de ser estrictamente rigurosa la asistencia a los oficios religiosos, hizo que en la misma proporción se convirtiese en «obligatoria» la asistencia a los deportes.

 

ÁRBITRO

Aliud est iudicium, aliud arbitrium. Una cosa es juzgar y otra cosa es arbitrar

Cada lunes los árbitros son objeto de críticas feroces, como si arbitrar fuera por sí mismo algo reprobable; cuando para eso están ellos en lugar de máquinas. El índice de error de éstas, sería a todas luces irrelevante, comparado con el de los árbitros. Y sin embargo, ahí están y seguirán estando ellos.

Pero ¿qué es un árbitro? Leo en el diccionario de Joaquín Domínguez (1895): árbitro, tra. s. Que dispone a su antojo, a su libre albedrío, a su capricho, sin traba ni resistencia capaz de contrarrestar su voluntad, su decisión, hablando de personas.// s. m. For. El juez arbitrador en quien resignan su compromiso las partes, para ajustar, decidir, conciliar,cortar, transigir o componer sus respectivas pretensiones. Está claro que los árbitros deportivos no se habían ganado todavía el honor de los diccionarios.

Arbiter es la palabra primitiva de la que derivan arbitrar, arbitrio, arbitraje, arbitrario, arbitrariedad. Todas ellas íntimamente emparentadas. Arbiter – arbitris Significa fundamentalmente «testigo», «espectador». Según una etimología poco segura, esta palabra podría estar compuesta de ad (a) + beto (ir) y significaría «acercarse» a ver u oír algo, a comprobar por sí mismo una cosa. Arbitror / arbitrari es el primer derivado, cuyo significado es presenciar como testigo, examinar, creer, opinar, decidir como árbitro.

Se espera del árbitro, por tanto, que haga de testigo y como tal dé fe de lo que ha visto y levante acta; que pite todas las incidencias y en caso de duda (por ejemplo, respecto a si una patada o un empujón han sido voluntarios o involuntarios) arbitre aunque no esté seguro (que ocurre muy a menudo). En este caso ha de recurrir a su arbitrio que, cuanto menos seguro esté, más arbitrario tendrá que ser. Ha de tomar la decisión en un segundo y no puede abstenerse ante la duda, porque abstenerse es decantarse a favor de uno de los contendientes y en contra del otro. No se le puede exigir la infalibilidad (menos cuando los jugadores juegan sucio e intentan engañarle). Sólo le es exigible juego limpio.

La única arbitrariedad que le está vedada al árbitro es usar dos distintas varas de medir para los dos contrincantes que compiten. Por lo demás, se le exige la vista del lince, la rapidez del rayo y el acierto de Salomón en sus juicios. Y como todo eso a la vez no es posible, ha de entrar necesariamente en juego la arbitrariedad y hay que admitirla como tal. Sólo cabe exigir que sea equitativa, que no se decante en favor de uno de los contendientes y en perjuicio del otro. Que los errores que inevitablemente produce el arbitraje, se subsanen y se equilibren mediante decisiones arbitrarias, allí donde hay mayor margen de arbitrariedad, a fin de conseguir el equilibrio, que es el verdadero triunfo del árbitro.

 

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