Cuando el duelo de no poder abrazarnos no tiene fecha

Por Ferran Martínez-Aira

El duelo de no poder abrazarnos no tiene fecha. Me parecen fuera de lugar los artículos que señalan que tardaremos alrededor de un año para volvernos a abrazar con la soltura y alegría que lo hacíamos antes. Seguramente porque se trata de un gesto que trata de suplir lo que no alcanza la palabra, las insuficiencias del lenguaje.

La realidad la descubrí este pasado fin de semana reencontrándome con mis hijos, con los que por ley, sólo había contactado a través de video llamadas. La distancia que separa el Alt Penedès de Barcelona ha sido para mí aquel muro de la vergüenza de Berlín tras la Segunda Guerra Mundial. Actuaremos según la prudencia que nos dicte nuestra cabeza o nos palpite el corazón. Ofreceremos nuestro abrazo o alargaremos nuestro codo según las circunstancias y el momento, tal y como sucedió el sábado en Gelida o ayer domingo en Sant Sadurní d’Anoia.

Podríamos incluso hacer una clínica del abrazo, distinguiendo los que rozan levemente al otro, como preservando una distancia, hasta los que se aferran al otro cuerpo y se mantienen así unos segundos, como si quisieran transmitir corporalmente algo que con sus palabras no llegan a decir del todo.

Jacques Lacan, un prestigioso psiquiatra francés, estudió cómo nos constituimos alrededor de un vacío central, de una falta original a partir de la cual vamos construyendo nuestra historia, hecha de encuentros con el otro y con sus dichos. Esa falta que nos constituye es justamente lo que nos hace deseantes –si estuviéramos llenos no habría nada que buscar– y nuestro primer GPS es, sin duda, el lenguaje, ese primer baño simbólico al que todos advenimos. Es nuestra primera herramienta pero, al tiempo, descubrimos que con ella no alcanzamos a decirlo todo.

Los directivos de Tinder, la app de citas, lo descubrieron cuando constataron que, de los 26 millones de matches (coincidencia de gustos) diarios, algunos desembocan en un más o menos breve intercambio de mensajes, pero muchos menos en una relación sexual. La gente se cita para hablar, verse y despedirse con un abrazo o beso cordial. Tanto es así que tuvieron que grabar y difundir testimonios de usuarios/as que sí habían mantenido relaciones sexuales.

El abrazo es, pues, una suplencia a esa armonía imposible de encontrar en la cama o con las palabras. Su propia gestualidad rodea, con los brazos abiertos, el vacío que se abre para cada cual. Los abrazos cubren ese agujero y nos permiten la ilusión del amor, fórmula popular para mantener los lazos de pareja, familiares o sociales. Al igual que hablamos y escribimos, intentando decir lo que de todas maneras el lenguaje no alcanza, nos tocamos y abrazamos para tratar de bordear ese vacío central.

El duelo que nos espera hasta que nos podamos abrazar sin miedo a nada no tiene fecha. Cuando un hijo te ofrece el codo u otras maneras que se inventarán para mantener la distancia y el otro te abraza, el cariño sigue siendo el mismo.