Breve Introducción a la Psicología
¿De qué
se trata? |
La
máquina suave |
Vivimos y
aprendemos |
El
recuerdo y el olvido |
La
búsqueda de un motivo |
La
revelación de nuestros sentimientos |
"Soy lo
que soy"
Descarrilándose
Hacia un
mundo mejor |
Bibliografía
Descarrilándose
Cuando nos duele la garganta, tenemos jaquecas, flujo en la nariz o
dolores musculares,
sabemos que probablemente nuestro médico diagnosticará “una ligera gripe”.
Aun si se
detectara un tumor maligno, el pronóstico puede no estar en lo correcto,
pero, a pesar de
ello, ser identificable.
Sin embargo, ¿qué hay de la patología psicológica? ¿Cómo se identifica?
¿Qué la
constituye y cómo se cura?
Las actitudes dogmáticas y las creencias sarcásticas contribuyen al
mantenimiento del
temor a las enfermedades mentales y a las perturbaciones de la conducta,
pero el misterio
innato de las condiciones y sus causas también atormenta a las personas
con un fuerte
sentido de la “normalidad”. Se piensa que los hospitales y las
instituciones para enfermos
mentales son una especie de “manicomios”, “casas de locos” o “granjas
cómicas” y que a
los pacientes se les ridiculiza, desprecia, rechaza o bien se les aísla y
que sus familias y
amigos se sienten avergonzados. o en desgracia, pues la “locura” nos
atemoriza.
“Me estás volviendo loco...”
Casi todos hemos visto alguna vez a alguien cuya conducta pública es
excesivamente anormal, por
lo cual nos ha llamado la atención. Y la única evidencia observable que
nos presenta una conducta
evidentemente extraña es la anormalidad o la patología. No obstante, suele
ser difícil decidir con
seguridad cuándo es rara la conducta de una persona: no todas las
aberraciones de lo “normal”
caen en la descripción de “locura”. Por ejemplo, podemos tener un amigo
que siempre se ha
comportado de una manera afectuosa y extrovertida, el cual se está
volviendo paulatinamente
reservado y receloso. Podemos conocer a alguien que haya sufrido una
derrota importante en el
trabajo y no parezca ser capaz de readaptarse. Tal vez sintamos que ambos
necesitan ayuda, aun
cuando ni en sueños los clasificaríamos como “dementes” o incluso con la
palabra común -aunque
a menudo mal empleada- de “neuróticos”.
Luego, ¿es la anormalidad un asunto de categorías? ¿Está sujeta a la
consideración del
observador? ¿Quién decide formalmente que alguien está loco o es anormal,
o que necesita ayuda
psicológica? ¿Cómo actúa el proceso de diagnóstico como no .sea en forma
de opinión? El
análisis de dos métodos para destacar la anormalidad, y la forma en que
los psicólogos emiten su
diagnóstico a partir de ellos, nos servirá de ayuda.
Malo para la humanidad
Existe una definición, llamada “evolutiva”, acerca de la conducta anormal,
donde se la describe
como algo que “desajusta al individuo y por ello al género humano como
especie”. Esta definición
se puede ampliar mediante el argumento de que la conducta es anormal si
interfiere con las
posibilidades que una persona -o una sociedad- tiene y depende mucho de su
“salud”, según la
definió en 1960 la Organización Mundial de la Salud: “Un estado de
completo bienestar físico,
mental y social y no solamente la ausencia de enfermedades o dolencias”.
De acuerdo con la definición “evolutiva”, cosas como los crímenes menores,
la estafa y la crueldad
son anormales, puesto que reducen las posibilidades de salud de las
personas. El hecho de que
sean muy comunes no tiene que ver al llegar a esta conclusión.
Lo raro es anormal
La definición estadística de la anormalidad clasifica la conducta
patológica al establecer las
normas de la sociedad particular en que vivimos, comparadas con la forma
en que como
individuos actuamos. Según esta definición, una conducta muy rara es
anormal; la “normalidad”, y
la conformidad con “justo la forma en que son las cosas”, se consideran
iguales. A pesar de ello,
se trata de una norma flexible: un genio puede parecer tan “diferente” que
se le puede considerar
“loco” -pero un soldado que se adapta a una norma común al matar a todo
aquél que no lleva su
mismo uniforme, es aceptado como alguien perfectamente normal.
En algunas culturas “primitivas” es común y aceptable para las personas
entrar en un estado
emocional, parecido al trance hipnótico, que los psiquíatras occidentales
asocian con la
esquizofrenia catatónica (Benedict, 1935). ¿Quién está en lo correcto?
Muchos psicólogos y psiquiatras adoptan un punto de vista estrictamente
pragmático: si alguien se
dirige a ellos en busca de ayuda, eso basta para considerarlo candidato a
un tratamiento
terapéutico. Luego, las etiquetas, como en el caso de “anormal”, se pueden
considerar
Innecesarias: el objetivo de la terapia no es sólo librarse de la conducta
extraña, sino fomentar el
desarrollo total y una conciencia lo más saludable posible para cada ser
humano.
Dicho punto de vista no ayuda a diagnosticar las verdaderas enfermedades
mentales, lo cual no
necesariamente es lo mismo que la anormalidad. En realidad alguien debe
decidir si el sujeto se
halla mentalmente enfermo o no.
Durante muchos años, esta decisión concordé con el “modelo médico”
elaborado por la
psiquiatría. De acuerdo con dicho patrón, se piensa que las perturbaciones
mentales se originan
principalmente por un mal funcionamiento genético u orgánico; por lo
tanto, la conducta anormal
es un síntoma de alguna enfermedad implícita y los médicos deben tratarla
en los hospitales. Así,
durante mucho tiempo, esos asuntos se dejaban estrictamente en manos de
los psiquiatras (o sea,
quienes poseían los requisitos médicos tradicionales).
Esta aproximación a las enfermedades mentales ha recibido fuertes críticas
por parte de
psiquiatras radicales como R.D. Laing (1959) y Thomas Szasz (1973). Laing
ataca y crítica el
concepto tradicional de enfermedad mental, los pabellones psiquiátricos y
los hospitales para
enfermos mentales, la terapia de choques electroconvulsivos, el uso de
drogas en la psiquiatría y el
autoritarismo de la psicoterapia tradicional. En lugar de ver la conducta
anormal como el resultado
de la historia o enfermedad pasada de una persona, Laing la considera como
originada por una
falla normal de su capacidad para interactuar y adaptarse. Szasz piensa
que la relación entre el
psiquiatra de un hospital y su paciente es como la de un amo y su esclavo
más que como la de un
médico y un paciente adulto.
Esta escuela “radical” afirma que la llamada “enfermedad mental” es
simplemente una respuesta
saludable a una sociedad enferma. En lugar de tratar al “enfermo mental”
como un paciente pasivo,
opinan que los pacientes mismos deben asumir algún grado activo de
responsabilidad en el manejo
de su conducta. Algunos psiquiatras consideran a la “enfermedad mental”
simplemente como una
conducta desviada. Algunas veces la “enfermedad mental” puede no llegar a
ser una conducta
anormal, sino sólo una clasificación funcional inventada o mantenida por
las expectativas de la
sociedad, así como por los profesionales de la salud mental.
“¡Si digo estás loco, es que lo estás!”
En 1973, en un notable desafío para el diagnóstico convencional y el
tratamiento de las
enfermedades mentales, David Rosenhan y doce de sus colaboradores
utilizaron falsas identidades
y se “recluyeron” ellos mismos en varios hospitales mentales de los
Estados Unidos (1973).
Falsificaron cierta información acerca de sus supuestas enfermedades (oigo
voces, voces
irreconocibles...”), pero mencionaron con veracidad todo lo acaecido
durante su vida pasada y en
las circunstancias usuales.
En once de los doce hospitales, los supuestos pacientes fueron
diagnosticados como
“esquizofrénicos” y se les recluyó en pabellones psiquiátricos, basándose
en sus pretendidas
“anormalidades”. Sin embargo, una vez adentro, Rosenhan y sus colegas
dejaron de simular sus
síntomas psiquiátricos -todos se comportaban lo más normalmente posible en
todas sus actitudes.
No obstante, a pesar de su pública “demostración” de cordura, los
pseudo-pacientes
permanecieron sin ser reconocidos. Finalmente, a todos se les dio de alta
con un diagnóstico de
“esquizofrenia en retroceso”, después de haber estado hospitalizados un
promedio de 19 días.
Ningún miembro del personal de los hospitales se dio cuenta, en ningún
momento, de que se había
cometido un error de admisión o de que una persona perfectamente normal
había sido internada
en un hospital para locos. Se dejó a los esposos, esposas y amigos
asegurar su libertad.
El personal de un hospital norteamericano, que escuchó hablar del estudio
de Rosenhan, manifestó
muy seguro que dichos errores de juicio no hubieran podido ocurrir en su
institución. Roseaban
puso a prueba sus declaraciones, informando que uno o más “impostores”
solicitarían admisión a
su hospital en los próximos tres meses. Cada uno de los 193 pacientes
admitidos en dicho período
fue sistemáticamente clasificado por el personal y 19 fueron clasificados
por un psiquiatra, así
como por un miembro del personal, como impostores. Por lo menos un miembro
del personal
consideró que un total de 41 pacientes eran falsos. El número de
pseudo-pacientes reales que
Rosenhan envié al hospital fue de cero.
Sin duda, esto constituye (a menos que usted sea demasiado pesimista y
piense que el grupo de
Rosenhan de verdad estaba loco) una acusación demasiado escandalosa en
contra de ciertos
“patrones médicos” empleados como técnicas de admisión y diagnóstico en
los hospitales -y
difícilmente capaz de calmar los temores comunes y recelos relacionados
con la posibilidad de
verse recluido erróneamente en una institución mental. Sin embargo, es
tranquilizador el hecho de
que ha habido un cambio importante de ideas dentro de la psicología y la
psiquiatría en lo referente
a conceptos tales como el de “normalidad” y “locura” aun en los últimos
años. Los especialistas
contemporáneos de la salud mental trabajan sobre planteamientos novedosos
y efectivos dirigidos
al diagnóstico y el tratamiento.
Una pastilla se lo quita
El desconcierto psicológico puede surgir de muchas maneras -la
culpabilidad por tener un amante,
la tensión en los momentos de crisis, el desaliento en los momentos de
pérdida, la ansiedad por no
ascender de puesto. Una forma de librarse de esto puede consistir
simplemente en olvidarse de lo
que causa dicha culpa o ansiedad; otra es aceptar los consuelos de la
religión ante una pérdida o
crisis. Pero nadie quiere renunciar a una amante o al trabajo, y en esta
época la religión ya no es la
poderosa fuente de consuelo de antes. En tales circunstancias, muchas
personas recurrirán a las
pastillas de uno u Otro tipo, las cuales las harán sentirse mejor sin
tener que renunciar a lo que
hacen ni esperar a que la naturaleza o la crisis siga su curso.
Lamentablemente, muchos médicos consideran conveniente administrar
pastillas como una medida
paliativa en contra de nuestros males. Cada año se gastan enormes fortunas
para incitarnos a
buscar este tranquilizante o aquella pastilla para dormir.
Para un número cada vez mayor de personas, el ingerir drogas de una forma
o de otra ha llegado a
ser una parte predominante en la vida. Los substitutos artificiales las
ayudan a permanecer
despiertas, a dormir o a “enfrentarse a la vida”. El resultado básico es
que los sentimientos de
auto-control disminuyen, hay una pérdida de la autoconfianza y el
“apoyarse en las píldoras” se
convierte en el reforzador central de su vida. Una vez que la norma se
arraiga, las rutinas
conductuales se constituyen a su alrededor. Los problemas no se enfrentan
ni se atienden, sino que
se dejan a un lado sin resolver. Incluso a las personas no adictas, que
dependen de un apoyo
psicológico momentáneo mientras se recuperan de un trastorno emocional (el
rompimiento de sus
relaciones amorosas o un divorcio), suele serles difícil romper con el
hábito de ingerir pastillas. A
menos que el problema incitador se resuelva mediante algún otro método que
no sea el de las
pastillas, se desarrollará un patrón neurótico extendido y finalmente se
convertirá en una forma de
vida.
La neurosis: pérdida de la alegría de vivir
Cuando alguien se siente constantemente amenazado por los posibles
peligros de la vida, y es
incapaz de enfrentarlos, poco a poco llega a depositar enormemente su
confianza en un patrón
neurótico de defensa. Dichos patrones se caracterizan por una pérdida del
sentido y de la alegría
de vivir. Comúnmente, el neurótico se siente indefenso e inútil y actúa
así para aminorar su
incomodidad o “disgusto” más que para obtener logros positivos. Su sistema
de defensa pronto se
Convertirá en una forma ineficaz para salir adelante en la vida, y los
psicólogos lo considerarán
anormal.
La respuesta neurótica más común es la neurosis de ansiedad. En todo el
mundo occidental,
decenas de millones de nosotros sufrimos de neurosis de ansiedad. Con
seguridad uno de cada
seis lectores de este libro ha consultado a un médico general acerca del
problema. “¿Por qué
siento tanta ansiedad? ¿De dónde proviene?”. Los exámenes médicos no
revelan causas orgánicas
y al individuo se le declara perfectamente saludable. Pero, los neuróticos
lo sienten y lo ven de otra
manera. Al no lograr enfrentarse a su abrumadora ansiedad, su mente “se
pulveriza”. Tienen
palpitaciones cardiacas, transpiración y dolores musculares; los ataques
de sofocamiento continúan
invadiendo sus cuerpos. El diagnóstico “causa médica desconocida”,
sencillamente fomenta el
ciclo de ansiedad, que, a su vez, confirma su sensación de desaliento.
Los psicólogos llaman “ansiedad flotante” a este fenómeno, porque no
parece estar sujeto a un
origen especifico. La psicoterapia se utiliza para identificar y tratar
las causas del problema y
establecer una forma razonable de manejarlo.
“Me da miedo”
Las personas con fobias fijan dudosamente su “ansiedad flotante” sobre
algún objeto que los
rodea. Sin embargo, normalmente el objeto no es un fuente de mal físico ni
de peligro. Las
personas con fobias se dan cuenta de la irracionalidad de sus reacciones
-pero esto únicamente
sirve para empeorar su ansiedad. Existen muchas teorías acerca de la
fobia, pero una forma de
explicar el fenómeno es que la persona con fobia trata de manipular serios
conflictos internos,
exteriorizándolos. Si algo se “exterioriza”, la persona con fobia dirá:
“Me da miedo y es mejor que
nunca se me acerque”, cuando en realidad es de su “si mismo” del que huye.
Generalmente, la
auto-confrontación es muy dolorosa, por lo que el objeto externo resume
todo cuanto se debe de
evitar.
Para muchas de estas personas, los objetos temidos no son fáciles de
evitar. En realidad, la fobia
cambia completamente el contexto de su vida.
Las posibilidades de salir, o cruzar la calle, y ver un pájaro o una araña
pueden aterrorizarlos hasta
el grado de incapacitarlos totalmente -lo cual, desde luego, puede ser el
verdadero, aun cuando no
reconocido propósito de adquirir la fobia.
Los psicólogos conductistas han tratado satisfactoriamente a un gran
número de personas con
fobias. Por ejemplo, existen muchos para los que viajar en tren representa
una seria amenaza. El
tratamiento para este temor empezaría con un viaje por tren, junto con un
grupo -con su terapeuta
y después sin él- pero con miembros del grupo que puedan consolarse entre
sí durante el camino y
de actuar en beneficio de sus ansiedades mutuas. Al final, se les haría
viajar solos. Existe cierto
riesgo deque, al eliminar el síntoma en esta forma, surja otro (le pierde
el miedo a los trenes, pero
ahora le aterroriza la nieve); no obstante, en general dicho tratamiento
sintomático parece
funcionar, puesto que el síntoma mismo simboliza poderosamente el problema
real.
La conducta obsesiva
Hay otro patrón de conducta neurótica que aparentemente proviene de los
sentimientos de
culpabilidad y de los deseos reprimidos. Se trata de la neurosis
obsesivo-compulsiva, en la cual se
combinan dos reacciones independientes. Es tan frecuente que ocurran
juntas, que clínicamente se
las considera parte de un mismo patrón de conducta.
La mayoría de las personas tienen insistentes pensamientos periódicos:
“¿Dejé las luces del auto
encendidas?” “¿Cerré la puerta principal?”. A veces una tonada se nos
“clava” obstinadamente en
la cabeza durante horas. Estos pensamientos meticulosos resultan triviales
cuando se comparan
con los pensamientos obsesivos neuróticos que destruyen la vida y que
pueden incapacitar
totalmente a un individuo. Dichos neuróticos no son capaces de
concentrarse en nada como no
sea la obsesión que ocupa sus pensamientos.
Los pensamientos obsesivos parecen actuar como un amortiguador entre los
sentimientos
neuróticos y las acciones. Constituyen un nuevo tipo de “realidad” -a la
cual hay que enfrentarse.
Las compulsiones facilitan la transformación de estos pensamientos en
conducta, y generalmente
consisten en acciones sumamente repetitivas y ritualisticas. Alguna vez se
supo de un paciente que
pasó casi siete meses subiéndose y bajándose de la cama todas las mañanas.
Se ponía de pie,
recorría la habitación y después olvidaba sus movimientos iniciales.
Regresaba a la cama y volvía a
intentar la maniobra una y otra vez.
La preocupación por los rituales confusos y complicados es el medio que
utiliza la compulsión
obsesiva para asegurarse de que los impulsos inconscientes previstos se
hallan ocultos. Algunos
rituales -como la persistente necesidad de “purificarse uno mismo”
lavándose en forma constante
las manos- se diseñan simbólicamente para erradicar los sentimientos de
culpabilidad.
Evitar lo desagradable
¿Cuándo fue la última vez que olvidó “casualmente” la temida cita con el
dentista? ¿No se le ha
ocurrido pensar por qué de repente se intensifican las ausencias por
enfermedad durante el
periodo de exámenes escolares?
Todos tendemos a tratar de evitar las situaciones desagradables. Pero
cuando este tipo de defensa
se lleva al extremo, incluyendo una pérdida real de la función motora o
sensorial, los psicólogos la
describen como una neurosis histérica.
Hace algunos años, una joven pareja tuvo su primer hijo. El esposo iba
camino al hospital para ver
por primera vez a su bebé cuando se vio envuelto en un accidente
automovilístico. Aun cuando
resulté casi ileso, salió tambaleándose, totalmente ciego. Las exhaustivas
investigaciones oftálmicas
no revelaban razones orgánicas para su ceguera. Cuatro meses más tarde, un
psicólogo clínico
resolvió el misterio.
El hombre se había opuesto a tener un hijo durante su primer año de
matrimonio y le disgusté el
hecho de que su esposa hubiera concebido bajo pretextos engañosos. ¿Pudo
haber chocado su
automóvil intencionalmente, por no querer llegar al hospital? ¿Se quedó
ciego para no ver al hijo
causante de su resentimiento? Una vez que se le ofreció esta
interpretación, el hombre recobró la
vista en forma milagrosa.
Este es un ejemplo de lo que se conoce como histeria conversiva y no se
trata de un caso
aislado. Existen pruebas bien documentadas de otros incidentes que
ocasionan una pérdida
repentina del habla, de la vista, del oído y del tacto -todos sin
fundamento médico alguno. En
todos los casos se experimentaron síntomas de histeria mientras que los
conflictos fundamentales
permanecían sin resolver.
Otra forma de destruir un sistema de “procesos de enfrentamiento” fallidos
y un pasado infeliz es
mediante la amnesia. El amnésico se “desconoce” a sí mismo para evitar un
conflicto interno
insoportable. Se da a sí mismo un “cheque en blanco” para empezar una
nueva vida.
El caso más extremo de disociación se conoce como personalidad múltiple
(popularizada por la
película y el libro Los Rostros de Eva). Aquí se desarrollan dos (algunas
veces más)
personalidades distintas, cada una de las cuales rige la vida del
individuo en diferentes ocasiones.
La personalidad que ahora predomina tiende a contrastar con la que está en
receso. No es raro
tener personalidades del tipo “bueno/malo” o “extrovertido/introvertido”
alternativamente. Estas
parecen simbolizar los conflictos internos del sujeto.
La hipocondría también es otro tipo de respuesta neurótica. La mayoría de
las personas han sido
acusadas a la ligera (o han acusado a otras) de ser hipocondríacas. Sin
embargo, la hipocondría
clínica es un problema serio, y quienes la padecen se encuentran
verdaderamente enfermos. Es
muy común que el hipocondríaco sienta una preocupación patológica por
cualquier malestar
corporal insignificante, creyéndola el primer síntoma de una enfermedad
grave. Algunos psicólogos
creen que los hipocondríacos se sirven de su “delicada salud” como un
medio para obtener
“atenciones secundarias” como la simpatía y el servicio de los demás. Para
los hipocondríacos es
un gran consuelo descubrir síntomas “terribles” que apoyen sus
predicciones acerca de su indeciso
destino. Al hacer esto se convencen a sí mismos de que están “físicamente
enfermos” y no
mentalmente, pues muchas personas no aceptan la enfermedad mental -esto
incluye a los
hipocondríacos.
¿Locos de dolor?
La neurosis depresiva se caracteriza por la deformación de la realidad; la
sobre-exageración de
los problemas, “ver negro todo”, y por estar intensamente tristes por todo
esto durante una
temporada anormalmente prolongada. Acompañan a este estado patológico
males como la
irritabilidad, el aburrimiento, la falta de concentración, el sueño y el
apetito, una imagen pobre de sí
mismo, y, por último, una salud física deficiente.
La depresión neurótica generalmente surge como resultado de la pérdida de
algún allegado, un
fracaso de cualquier tipo, o incluso debido a constantes frustraciones.
Existe poca o casi ninguna
relación entre la realidad de cuanto sucede y la evaluación subjetiva que
el individuo hace de ella.
Para el deprimido, la realidad subjetiva es la única realidad y ésta
siempre está matizada por el
fatalismo, la infelicidad y el dolor. Para estas personas es muy común
ingerir bebidas y drogas que
“los animen” para mantenerse activos día tras día.
Los altibajos
En los trastornos maniaco-depresivos, los ataques de depresión severa se
alternan con períodos
de manía (aun cuando en algunos casos sólo uno de estos estados se pueda
manifestar por sí
mismo). En la mayoría de los casos no es una enfermedad continua:
aproximadamente la mitad de
quienes los padecen, únicamente sufren un solo ataque, pero otros pueden
experimentar ataques
continuos por un periodo de todo un año o varios.
La fase maniática se caracteriza por una conducta animosa, entusiasmo,
mucha agilidad y
percepciones sensoriales (las luces pueden parecer más brillantes y los
ruidos sonar más fuerte),
mucha actividad y gran auto-confianza. En realidad, tales síntomas pueden
parecer envidiables y,
sin embargo, la forma tolerable puede dar lugar repentinamente a la manía
aguda, en la cual
puede haber confusión, delirios de omnisciencia y omnipotencia,
insensibilidad hacia los demás,
agresividad (particularmente en respuesta a la crítica) y alucinaciones.
Esta fase tal vez puede ser
un intento de la víctima para evitar la parte depresiva del ciclo,
empeorando a medida que la
desesperación se apodera de él.
La fase alternativa, la depresión, produce sensaciones de desesperación e
incapacidad para
disfrutar de las cosas -y esto puede ir empeorando progresivamente. Además
de insomnio -los
deprimidos comúnmente duermen sólo de cuatro a cinco horas- y su
resultante, fatiga, la víctima
puede perder toda la energía para actuar (pero, curiosamente, puede
reanimarse alrededor de las
cinco todas las tardes) y obsesionarse con ideas acerca del pecado y de la
muerte. El suicidio
constituye un verdadero riesgo, sobre todo una vez rebasado el límite de
máxima depresión y
haber recobrado algo de energía. Antes de eso, se puede estar demasiado
deprimido para optar
por la acción suicida.
Actualmente se piensa que muchos casos de depresión maniaca se deben a
desequilibrios
bioquímicos y que en parte esto puede ser hereditario. Pero, también se
puede asociar con un
exceso de responsabilidad durante la niñez. A menudo se le trata
satisfactoriamente con
medicamentos que pueden tomarse como un régimen profiláctico.
¿Qué es un psicótico?
En un antiguo chiste se dice que un neurótico sabe que tres y tres son
seis -y se preocupa de
ello...; un psicótico sabe que tres y tres son siete y ello lo hace feliz.
Sin embargo, esto no es cosa
de risa. La psicosis es mucho más anormal y patológicamente más grave que
la neurosis: los
psicóticos pierden el contacto con la realidad, al dar vida a sus
fantasías; generalmente carecen de
emociones y se ven desalineados y perdidos. Como no distinguen entre su
propia realidad
(subjetiva) y el mundo real (objetivo) que los rodea, no comprenden que su
conducta es rara y
extravagante. Además, las restricciones sociales y las normas
conductuales, que se aplican a las
personas “normales”, no existen para los psicóticos. Ellos actúan
expresando sus pensamientos y
sentimientos sin inhibiciones -y sin remordimientos de culpa, vergüenza o
ansiedad.
Una psicosis no es simplemente la extensión de una enfermedad neurótica
-normalmente, los
neuróticos no llegan a convertirse en psicóticos. La línea divisoria entre
ambos es rígida y notoria.
Existen dos importantes categorías de psicosis. Si una reacción psicótica
se origina por algún mal
físico, por ejemplo un trastorno cerebral o un desequilibrio bioquímico,
se le conoce como
psicosis orgánica. Por otro lado, la psicosis funcional tiene sus raíces
en una falla de las funciones
conductuales, en algún punto de la línea. La psicosis funcional incluye
tres estados psicóticos bien
conocidos: reacciones paranoicas, afectivas y esquizofrénicas.
Delirios, delirios
Dos psicóticos mantenían una acalorada discusión, en el pabellón en que se
hallaban, sobre quién
de los dos era Moisés. “Yo sé que soy Moisés, ¡Dios me lo dijo!”, afirmó
uno de ellos con mucha
convicción. Un tercer paciente que había estado observando, interrumpió:
“No es cierto, no es
cierto yo nunca te lo dije”. No tampoco es cosa de risa: estos psicóticos
sufrían de delirios, los
cuales son característicos de la psicosis paranoica. En el ejemplo se
trataba de delirios de
grandeza.
Otro tipo de delirio, común en el estado paranoico, es el de referencia.
Cuando este delirio se
afirma, los psicóticos sienten que todo cuanto sucede a su alrededor se
vuelve en su contra. Por
ejemplo, al psicótico atormentado le puede parecer que dos personas
ancianas, sentadas
inocentemente en una banca del parque, se encuentran planeando darle
muerte. Los delirios de
persecución se parecen a los de referencia. “lodos me tienen aversión
-todos están contra mí”,
suele decir la víctima típica.
Se cree que quienes sienten una terrible culpa, relacionada con algún tipo
de conducta deshonesta,
muestran una particular disposición para los delirios paranoicos de
persecución. Se cree que otra
causa de la paranoia son los intensos complejos de inferioridad y el
planteamiento de metas
demasiado altas y poco realistas en la vida. La investigación ha
demostrado que los paranoicos
generalmente provienen de niveles socio-económicos más altos en
comparación con otros
pacientes desequilibrados. También suelen ser intelectualmente superiores.
La esquizofrenia
Aproximadamente una de cada 100 personas, en cualquier cultura de las que
se conocen cifras, se
convertirá en un esquizofrénico. El gran incremento en el interés por la
esquizofrenia se debe, en
parte, a los escritos de R. D. Laing, quien afirmaba que la reacción
esquizofrénica era el único
camino sensato para enfrentarse a un mundo de locos y que el resto de
nosotros, con nuestra
adaptación a la locura de la vida, era el que estaba loco.
Cualquiera que sea el mérito de las teorías de Laing, la descripción de
este estado mental es
indiscutible. La forma de pensar del esquizofrénico normalmente no se
adapta a la realidad que
todos conocemos. Las percepciones y emociones trastornadas significan que
el esquizofrénico
recibe mensajes muy diferentes por parte del ambiente -y responde en lo
que aparentemente es
una forma inadecuada. El retraimiento extremo es una característica común
de la esquizofrenia.
Los esquizofrénicos mismos han descrito vívidamente la experiencia del
trastorno de la percepción
de los pensamientos: “Es como tratar de ir a algún lado, pero partiendo
inevitablemente en la
dirección equivocada y ser conducido por caminos paralelos, por las
innumerables asociaciones
diferentes que vienen a la mente de cada palabra u objeto”, - dijo uno de
ellos.
Los tipos de esquizofrenia varían desde la simple, con menos síntomas
evidentes y con un
alejamiento gradual de las personas, hasta la de “tontear” y las risitas
nerviosas, las cuales no son
sino afectaciones de regresión del hebefrénico. Un esquizofrénico
paranoico suele tener delirios
de persecución o de grandeza y alucinaciones, y con frecuencia es agresivo
y hostil. La
esquizofrenia catatónica se caracteriza ya sea por la adopción de posturas
fijas -trances- durante
horas ininterrumpidas, o por la actividad y excitación excesivas -y a
veces violentas.
Los orígenes de la conducta psicótica aún no son claros para los
investigadores, quienes siguen
buscando las causas -y los remedios. Los investigadores actuales apoyan el
punto de vista de que
muchos factores, genéticos, bioquímicos, neurológicos y ambientales,
contribuyen a provocar una
enfermedad psicótica tal como la esquizofrenia.
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