Breve Introducción a la Psicología
¿De qué
se trata? |
La
máquina suave |
Vivimos y
aprendemos |
El
recuerdo y el olvido |
La
búsqueda de un motivo |
La
revelación de nuestros sentimientos |
"Soy lo
que soy"
Descarrilándose
Hacia un
mundo mejor |
Bibliografía
“Soy lo que soy”
Indudablemente, la palabra personalidad es muy común. Se habla de
“personalidades”
delicadas o fuertes cuando se describe a las personas, ya sea como un
simple sinónimo, o,
corno sucede más a menudo, para referirnos a aquéllos con cierto “encanto
de estrellas”
*celebridades del escenario y la pantalla, políticos famosos y
condiscípulos brillantes. A
todos nos gustaría tener ese “algo en la personalidad”, pero ninguno de
estos usos
cotidianos del término captan el concepto psicológico del sí mismo.
Para el psicólogo, “personalidad” es la suma total de las formas en que
una persona
reacciona ante e interactúa con otras personas y el ambiente. En este
sentido, la
personalidad es la integración de actitudes, valores, hábitos,
características físicas,
intereses, capacidades y demás. Indudablemente, el psicólogo no puede
decir, “Juan tiene
mucha personalidad” o “Elena no tiene personalidad”. El estudio científico
de la
personalidad es el estudio de la persona en su totalidad, y nosotros somos
todo eso.
La personalidad necesita personas
La palabra, por sí misma, se deriva del griego persona -una máscara. Una
máscara no es el yo
verdadero, sino una representación (verdadera o falsa) que se exhibe a
causa de los demás. Aun
cuando los psicólogos actuales no consideren a la personalidad como una
máscara para esconder
el yo verdadero, todos están de acuerdo en que las demás personas
contribuyen al desarrollo de
la personalidad individual, incluyendo sus manifestaciones pasajeras (como
en, “El se transforma
cuando está con ella...”). Sin otras personas que reaccionasen ante
nosotros, y ante las cuales
reaccionamos, careceríamos de una identidad significativa y, sin una
identidad, la personalidad se
vuelve un concepto sin valor.
Cada uno de nosotros tiene una personalidad única, y los psicólogos están
de acuerdo en que tres
factores contribuyen a su formación: la herencia, la cultura y la
experiencia individual. A cada uno
de estos factores se le da mucha o poca importancia según la teoría de que
se trate. Algunos
afirman que la herencia -nuestras características biológicas y
genéticamente establecidas- explica la
mayor parte de la personalidad. Otros admiten que, aun cuando nuestra
apariencia física se
conforma en gran parte por la herencia y esto probablemente influye en la
personalidad, el
ambiente social y la cultura en que vivimos constituyen los factores más
importantes. Un tercer
grupo tiene en cuenta las Otras dos fuentes de influencia, pero cree que
nuestra experiencia única y
la forma como la usamos e interpretamos moldea el desarrollo de nuestra
personalidad.
Estas teorías no son fáciles de poner a prueba, pues tratamos con personas
reales que viven tanto
como los científicos que las estudian. Por ejemplo, los psicólogos no
pueden practicar la
reproducción selectiva a fin de estudiar las contribuciones de la
herencia. Además, resulta difícil
obtener respuestas bien definidas, pues llevan consigo insinuaciones
políticas que provocan al
interés público.
Considérese el problema de la inteligencia y la raza. Algunos alegan que
los negros
norteamericanos suelen tener menor puntuación en las pruebas de
coeficiente intelectual que sus
conciudadanos blancos. Pero, ¿a qué se debe esto? Algunos dicen que existe
una predisposición
genética. Otros señalan que dichas pruebas de inteligencia son parciales a
favor de la cultura de los
blancos (y diseñan pruebas de inteligencia para negros, ¡las cuales
invierten hábilmente la
diferencia negro/blanco!). Un tercer grupo señala la privación cultural de
los negros, en los
Estados Unidos, en comparación con los blancos. Por ello, un problema
científico se convierte así
en un problema político, produciendo “mucho ruido y poca acción”.
La controversia naturaleza-educación
Desde el punto de vista de nuestro desarrollo, ¿cuánto de la
“personalidad” se puede atribuir a lo
que la naturaleza proporciona y cuánto al tipo de educación que recibimos?
A dos filósofos ingleses del siglo XVII se les atribuye el mérito de
plantar las semillas no sólo de la
controversia naturaleza/educación, sino también de la psicología
contemporánea. Thomas Hobbes
opinaba que los humanos se conducen por los instintos heredados desde el
momento en que llegan
al mundo. Puede existir poco control individual sobre su destino. Por otro
lado, John Locke creó
la teoría de la tabula rosa, la cual sostiene que la mente de un recién
nacido es una página en
blanco en la cual se pude imprimir cualquier cosa. Al encontrar el método
de instrucción correcto
nos conformaremos de una manera o de otra.
La naturaleza vs la educación, o ambiente vs herencia, se presentaba
antiguamente como una
posición esto o esto/o bien, aun cuando en la actualidad es raro que se la
tome así. Más bien, los
psicólogos se interesan en la importancia relativa de la herencia y del
ambiente en la formación de
nuestra conducta. Los estudios del ambiente luchan por el estudio
científico del mismo,
simplemente porque el medio puede manipularse, con lo cual se pueden
alterar las manifestaciones
conductuales. Los predeterministas, quienes apoyan el punto de vista de la
herencia, opinan que
los cambios en el ambiente no son importantes, pues los individuos con
herencias genéticas
diferentes responderán de diversa manera a las influencias ambientales.
Las pruebas científicas
aducidas en la controversia naturaleza/educación está abierta, en
cualquier caso, a varias
interpretaciones distintas.
En un estudio, los psicólogos del desarrollo estudiaron a más de cien
niños desde su nacimiento
hasta su adolescencia (Westman, 1973). Llegaron a la conclusión de que las
características
temperamentales básicas, evidentes inmediatamente después del nacimiento,
los habían dominado
en su desarrollo a través de los años. Estas características incluían el
estado de ánimo general, la
adaptabilidad al medio, la ecuanimidad, el mal humor, la perseverancia, la
actividad, así como la
aceptación de nuevos objetos y personas. A medida que dichos niños se
acercaban a la
adolescencia, los psicólogos podían predecir, con cierta precisión, la
“composición” de la
personalidad de tales sujetos. Esto se presentó como una prueba de que los
procesos biológicos
dominan el desarrollo de la personalidad.
Los estudiosos del ambiente no estuvieron de acuerdo con ello. Alegaron
que los padres de estos
bebés pudieron haber reforzado características reconocibles, las cuales
una vez desarrolladas, por
lo tanto, serian resultado del aprendizaje y no de la herencia.
Walter Mischel, de la Universidad de Stanford, se opuso firmemente a la
teoría de que la
personalidad se basa en la herencia y de que es resultado de los rasgos
innatos. Ha defendido la
idea de que nuestra conducta, en cualquier situación, puede cambiar
notablemente, debido a
experiencias anteriores, y de que un cambio en la situación (o ambiente)
produciría serios cambios
en la “personalidad”. Incluso la forma en que nosotros mismos nos
conducimos puede cambiar
bajo circunstancias específicas.
Hace más de 50 años, un experimento clásico realizado por Hartshorne y May
(1928) anunciaba
el tipo de observación que llevaría a Mischel a pensar de esta manera. Se
midió la honestidad de
varios escolares, en un intento por descubrir cuántos de ellos harían
trampa si se les diera la
oportunidad. Los resultados mostraron que no hubo tramposos ni
no-tramposos claramente
definidos. La honestidad de los niños variaba de prueba en prueba. Todo
dependía de los
elementos de riesgo comprendidos, del esfuerzo requerido y de lo que veían
hacer a sus amigos.
A pesar de que la “honestidad” es maleable durante la niñez, la conducta
ética se define más
conforme crecemos. Los estudiosos del ambiente señalan al poder de la
sociedad y de sus
sub-culturas como un factor importante en este proceso de fortalecimiento
a largo plazo. Los
valores, la ética y las actitudes relativas, son influidas por quienes nos
rodean. Según ellos, estamos
socializados dentro de culturas y sub-culturas particulares y no hay forma
de desviar este
poderoso proceso de formación. Otros -y en particular el psicólogo suizo
Jean Piaget- han
descubierto una relación entre el desarrollo cognoscitivo y la comprensión
de las cuestiones
morales, la cual, según dicen, explican satisfactoriamente este proceso.
En ocasiones, las experiencias muy singulares son lo suficientemente
poderosas para alterar el
desarrollo de la personalidad. Hechos tales como la conversión religiosa,
las enfermedades, la
muerte de un allegado o los problemas económicos han dado lugar a algún
cambio conductual muy
importante.
Tal vez la controversia más práctica y acertada entre la herencia vs el
ambiente se ha concentrado
últimamente en el problema de la inteligencia. Aquí la evidencia es
particularmente difícil de
interpretar -lo cual no ha evitado que las personas asuman posiciones
firmes de un lado u otro.
Inteligencia y personalidad
Para el lego resulta muy fácil decir en términos generales lo que es la
“inteligencia” e incluso
distinguir, por un lado, entre esta cualidad aparentemente deseable y el
simple ingenio’’, y, por el
otro, la sabiduría”. Sin embargo, después de un siglo de investigación y
razonamiento, seria difícil
encontrar en algún lugar a una mayoría de psicólogos que concuerden en
alguna definición del
término. A pesar de esto, la aplicación de las pruebas para medir la
inteligencia y las aptitudes se
ha convertido en el principal punto de contacto entre la profesión de la
psicología y las personas.
A su vez, la interpretación de los resultados de dichas pruebas se ha
convertido en un tema de
gran controversia, con importantes implicaciones para las políticas social
y educativa, y, finalmente,
para la forma de gobernar nuestras sociedades.
Dichas pruebas de medición se iniciaron en Francia a principios de este
siglo. Las autoridades
educativas de París, fuertemente imbuidas de la ética “éxito/fracaso” que
aún caracteriza a la
mayoría de los estilos educativos occidentales, y con su apremio por la
clasificación jerárquica, lo
cual distingue a todas las burocracias desarrolladas, buscaba un medio
para identificar
rápidamente a los niños con bajo rendimiento en las escuelas. Consultaron
a Alfred Binet, quien
ideó un “medio” espléndidamente adecuado para tal fin. Las pruebas (tests)
de Binet, consistentes
en una serie de preguntas de dificultad progresiva, se diseñaron para
descubrir la capacidad en
diversos procesos mentales. Debe destacarse que su intención no era la de
proporcionar una
medida absoluta de la “inteligencia” (como la longitud que se mide
perfectamente mediante una
cinta graduada), sino dar una indicación comparativa y discriminatoria de
las divergencias respecto
de una norma social determinada.
Lo que sucede, aún en las modernas y desarrolladas variantes de estas
pruebas, como en la
llamada Stanford-Binet, es que a los resultados de estas pruebas, las
cuales se efectúan en una
buena parte de la población, se les considera “normales” y los resultados
individuales son
comparados con ellos. La cifra resultante, denominada coeficiente
intelectual (CI) se expresa en
términos de porcentajes -un CI de 125 significa un desempeño de un 25% más
que el promedio
de resultados en esa prueba (se pone todo el cuidado posible al comparar
dos similares). Dadas
las mismas condiciones entre los examinados, y, lo cual es más importante,
las mismas condiciones
sociales y culturales, el CI proporciona una buena indicación general del
posible aprovechamiento
escolar de los niños. Sin embargo, una mala noche, el desconocimiento del
lenguaje en el cual está
escrita la prueba, tener pocas expectativas o recibir poco estímulo por
parte de los padres,
pueden conducir a un punto de vista absolutamente equivocado acerca del
potencial de un niño.
Esto no importaría tanto si no fuera porque el CI ha adquirido un
significado poderosamente
concreto para los profesores, los padres de familia, los empresarios, etc.
Sus expectativas basadas
en esta mala interpretación pueden ejercer una influencia decisiva en el
desarrollo posterior de los
niños, señalado por estas cifras mágicas particulares. Esto es de una
naturaleza similar a la de la
autorrealización de la profecía: es de esperarse que una persona con una
calificación baja tenga un
bajo rendimiento (y puede ocurrir que su buen desarrollo pase
desapercibido debido a esto) y al
final él mismo esperará un mal desempeño.
En un mundo ideal, todos estarían de acuerdo en que la única cualidad que
se puede medir, a
través de las pruebas de inteligencia, es la capacidad para hacerlas. Tal
vez entonces se desistiría
de llevar a cabo la perjudicial categorización de las personas en altas y
bajas, capaces o ineptas,
buenas o malas. Pero, el mundo no es ideal y a las personas les gusta
conocer el lugar que ocupan
en relación con los demás. De todas maneras, muchas de las sociedades
insistirán en que las
justificaciones del estado o de ¡a política social necesitan el avalúo
comparativo de los “recursos
humanos”. Por decir algo, los burócratas siempre querrán distinguir entre
lo potencialmente útil y lo
no tan útil, entre lo novedoso y lo conservador, entre lo destructor y lo
dócil, o entre cualquier otro
par de características distintivas.
Las pruebas (tests) de la personalidad
En tales circunstancias, se requiere de pruebas más ampliamente
informativas, y, las pruebas de
personalidad, de uso general en nuestros días, buscan identificar toda
clase de cualidades además
de la “inteligencia”. Algunas de estas pruebas son del tipo
pregunta-respuesta o de selección,
como el Inventario de Personalidad Multifásico de Minnesota (MMPL), en el
que un gran
número de declaraciones subjetivas (“Nunca me preocupo por mi apariencia”,
“a veces siento que
las cosas no son reales”), requieren de respuestas del tipo “verdadero”,
“falso”, o “no sé’’. Los
examinadores adiestrados pueden obtener una impresión general de la
personalidad a partir de
ellas, con indicaciones relativas al tipo y seriedad de las diferentes
alteraciones y distorsiones.
Otras pruebas son proyectivas -el sujeto impone sus propias ideas sobre un
esbozo verbal dado
o una ilustración, la cual es intencionalmente ambigua o neutral en sí. En
la de Rorschach se
emplean manchas de tinta y en la Prueba de Apercepción Temática (TAT),
ilustraciones de
personas solas o en parejas. Los temas que el sujeto desarrolla al hablar
de ellos pueden
analizarse y utilizarse para proporcionar una guja sobre su margen de
concordancia o divergencia
respecto de un perfil “normal” de personalidad.
¿Qué tan normal es lo “normal”?
Todas las teorías de la personalidad dependen de la definición de la
“normalidad”. Desde el punto
de vista social esto no es posible, a menos que sea en función de un
tiempo y lugar específicos
-“esto es lo que las personas suelen hacer en este país en 1979”, no es
igual a “lo que solían hacer
en Siam en 1239”. Los psicólogos pueden utilizar una definición más
congruente, aun cuando sea
negativa: anormal será quien tenga una lesión mental tan seria que no
pueda funcionar en su
sociedad. Aun entonces, no puede existir una clara línea divisoria entre
lo normal y lo anormal,
sino sólo un intento por colocar a alguien en algún punto de la escala,
cuyos extremos son lo
normal y lo anormal.
Lo “normal” cubre una amplia gama, aún desde el punto de vista del
funcionamiento de nuestro
cuerpo. En su trabajo, basado en las diferencias bioquímicas individuales,
R. J. Williams (1956)
pudo demostrar grandes variaciones en el tamaño, ubicación y
funcionamiento de los órganos
internos y de las estructuras nerviosas. Según Williams, los adultos
jóvenes, saludables y
“normales” pueden tener frecuencias cardiacas que varían de 50 a 105
latidos por minuto, cuando
la capacidad “normal” de bombeo del corazón vade 3.15 a 11.9 cuartos por
minuto.
Si una glándula tiroides se activa demasiado, la persona bien puede
volverse irritable, nerviosa e
insomne. Si, por alguna razón, la glándula pierde cierta actividad, la
misma persona se vuelve
apática e indiferente. Cuando la comprobada serie de diferencias
bioquímicas se combina con una
gran gama de experiencias personales de gran singularidad, resulta casi
imposible hallar líneas de
referencia “normales” para la conducta humana. Añádanse a esto las
influencias culturales y
sub-culturales y se podrá ver qué tan complejas son las definiciones de la
normalidad. Por
ejemplo, lo que en nuestra cultura podría ser una conducta exageradamente
“anormal”
-masturbarse en público- es aceptable entre los ashanti del Oeste de
África.
La congruencia
El hecho de que seamos incongruentes en nuestra conducta, es congruente en
si mismo. La
mayoría de las personas pueden ser generosas y mezquinas, sociables y
tímidas, amigables y
hostiles. Sabemos esto de nosotros mismos y, no obstante, a la mayoría nos
gusta clasificar a las
personas basándonos en alguna característica obvia que creemos
predominante. Alguien que
conocemos “siempre” está contento, triste, animado, es gracioso o algo
similar. Lo que queremos
decir es que es congruente en su conducta hacia nosotros (y, si no lo es,
decimos que hoy no
parecía estar “de humor” o que “se veía diferente”).
Lo que no sabemos es cómo se comporta con los demás. El infame agente de
policía encargado
de dirigir el tráfico -quien nunca tiene una buena palabra para nadie-
bien puede ser un bromista en
el bar, un samaritano en el club juvenil de la localidad y un intelectual
entre los miembros de su
club de ajedrez. También existe muy poca congruencia de una situación a
otra. En condiciones
diferentes nos comportamos como si fuéramos otra persona.
Clasificando a las personas
Al final de este capitulo consideraremos cuatro importantes teorías de la
personalidad: la de los
tipos y los rasgos; la humanística; la psicoanalítica y la conductista.
Cuando un científico inspecciona un objeto bajo el microscopio, su primer
paso generalmente
consiste en clasificarlo dentro de cierto tipo. Este criterio del
laboratorio se aplicó al estudio de la
personalidad. Conocido como el “criterio de los rasgos”, se basaba en la
idea de que poseemos
características estables en nuestra forma de ser. Kretschmer y Sheldon sin
duda hubieran
clasificado a alguien bajo y regordete como un endomorfo -y, por lo tanto,
es probable que fuera
sociable, calmado y apacible. Por otro lado, un amigo alto y delgado se
mostraría retraído, callado
y cohibido en compañía de individuos ectomorfos. Se puede decir que la
mayoría de las personas
son una combinación de estos dos tipos. Pero, aun cuando el físico
probablemente influya de
cierta manera en la personalidad, la relación es menos directa de lo
implicado por esta teoría.
Deben de tomarse en cuenta muchos otros factores.
En la década de 1930, Gordon Allport afirmó que, para entender el “mosaico
de la personalidad,
es necesario analizarla en sus partes componentes. El y sus colegas
enumeraron casi 18 000
expresiones para las características o rasgos humanos. Con el paso de los
años redujeron la lista a
una clasificación de rasgos relativamente estables, tales como la bondad,
la mezquindad, el rencor,
la consideración, la gentileza, la vulgaridad y otros. Luego elaboraron
pruebas especiales para
medir estos rasgos y al aplicarlos a un gran número de personas fue
posible establecer “normas de
personalidad”.
Fue Carl Jung el verdadero iniciador de la clasificación de las personas
en tipos psicológicos’’.
Sugirió dos clasificaciones principales: los extrovertidos y los
introvertidos (1971). Los
introvertidos son reservados, prudentes e insociables, y estas tendencias
aumentan
considerablemente durante los encuentros que los inquietan. Los
extrovertidos son lo contrario:
comunicativos, impulsivos, personas amigables que buscan activamente la
compañía de los demás,
especialmente en los momentos de tensión.
Más tarde, dos eminentes psicólogos -Cattel y Eysenck- investigaron y
desarrollaron ampliamente
el enfoque de Jung; además, ambos elaboraron escalas para medir las
dimensiones de la
introversión-extroversión. Por ejemplo, con las mediciones de Eysenck se
descubrían diferencias
individuales en términos de qué tanto necesitamos a los demás como una
fuente de recompensa, o
incluso para moldear nuestra conducta.
La metáfora de una personalidad interna-externa ha llamado mucho la
atención en los últimos años
y los resultados de la investigación indican que en realidad existen, como
dice el refrán, “dos tipos
de personas en el mundo”. Las personas “internas” creen que las
recompensas dependen
exclusivamente de su propia conducta. Las “externas” consideran que las
recompensas ocurren
independientemente de sus acciones -y que más bien se deben a los factores
ambientales. Las
personas “internas” tienden a evitar las situaciones donde puedan perder
el control de la forma en
que se les recompensa. Resisten más las presiones sociales, son menos
conformistas y más
independientes que las “externas”. Para obtener algo toman sus decisiones
más seriamente y
tienden a concentrarse más en su habilidad que en las oportunidades.
¿Están las personas en donde deben?
Una aplicación útil del criterio “tipo de personalidad” se encuentra en la
selección de personal, así
como en la orientación vocacional. Se han elaborado “normas” para tipos
particulares de trabajo,
y van más allá de los puntos de vista tan obvios como el que aseguraba que
la inteligencia y la
extroversión son ingredientes esenciales en el arte de vender. La
principal utilidad del criterio de
los rasgos ha sido su éxito como una ciencia aplicada en la selección y la
clasificación. Como
teoría representa una ventaja en el uso común de los estereotipos
“globales” de la personalidad.
Sin embargo, en gran parte constituye un criterio pragmático con poco
poder explicativo. La
personalidad es enigmática y compleja y casi todos somos una combinación “extro-intro”,
“interno-externo”, dependiendo de cómo nos sentimos, con quién estamos y
en dónde.
Somos algo propio
Los teóricos del “campo organísmico”, tales como Goldstein, Maslow, Rogers,
Jourard y Berne
mantienen una orientación completamente diferente -respecto del estudio de
la personalidad.
Hacen hincapié en nuestra capacidad potencial para la auto-destrucción, el
auto-desarrollo, el libre
albedrío y la capacidad para el cambio. El mensaje implícito es que
existen valores en la vida, los
cuales conocemos a partir de nuestras experiencias, y que las
observaciones son preciadas y
benéficas: la expresividad, el gozo, la capacidad para responder
emocionalmente, la percepción
sensorial, la espontaneidad, la auto-estabilidad, la compasión, la
creatividad, etc.
Para estos humanistas o existencialistas, como comúnmente se les llama, la
base de la
congruencia individual es la “realización de uno mismo”, el proceso de
luchar para encontrar y
desarrollar el potencial propio. Generalmente esto se logra al examinar y
luego al experimentar
aquellos factores que detienen, obstruyen o impiden el desarrollo de
nuestra personalidad.
Abraham Maslow, una figura importante en este campo, consideró al
inconsciente como el centro
de la mayor felicidad, creatividad y del bien. Los impulsos inconscientes
nos estimulan en nuestra
búsqueda de la integridad y la verdad; poseemos un “deseo activo hacia la
salud, un impulso hacia
el desarrollo o hacia la realización de las potencialidades humanas”. Las
“experiencias cumbre”
tales como el sexo, la religión y ciertos tipos de música pueden producir
el conocimiento de “uno
mismo”, de su “cuerpo” y de su “ser”. Según Maslow, se debería juzgar a la
personalidad
únicamente dentro de este marco de referencia positivo.
El sí mismo ideal
Carl Rogers, otro iniciador de esta teoría, opinaba que todos somos
capaces de moldear nuestra
propia personalidad (1961). También insistió en la importancia de las
experiencias internas. Para
Rogers, la forma como vemos, sentimos e interpretamos los hechos es la
clave para entender el
desarrollo de la personalidad y de la conducta. Cada uno de nosotros
necesita valorar su propia
personalidad sin negar sus propias fallas o debilidades, poderes o
capacidades. Debemos
establecer un “sí mismo ideal”, haciendo un esfuerzo consciente por ser la
persona que realmente
nos gustaría ser. La aceptación del sí mismo es el primer paso para un
cambio hacia la superación
y después debemos ser capaces de expresar más directamente nuestros
sentimientos a los demás.
Por desgracia, la mayoría de nosotros tiende a verse a si misma en
términos de los valores de
otras personas, más que de los propios. Este “sí mismo social” a veces no
concuerda con nuestro
“si mismo ideal”. Para Rogers, cuanto mayor sea la discrepancia, mayor
será la probabilidad de
encontrarse psicológicamente perturbado. Al igual que Maslow, Rogers ha
elaborado una teoría
donde destaca la acción y el desarrollo personales.
La responsabilidad y el desarrollo personales son los conceptos claves de
la psicología
humanística, la cual se ha convertido en la tendencia teórica más
prominente de los últimos años.
Tal vez esto se deba al creciente interés en el “si mismo”, especialmente
entre los jóvenes. Al
ofrecer la posibilidad de “un conocimiento del sí mismo”, de amar, de ser
creativos y de recibir
atención (temas predominantes en las prácticas religiosas y místicas),
refuerza la idea de la
experiencia individual frente a los hechos físicos, como base de la
realidad.
El camino del analista
Aun se considera que Sigmund Freud -cuyo nombre es, para muchos legos,
casi un sinónimo de
investigación de la mente- hizo una contribución única a la psicología. No
sólo se consideraba a si
mismo como un médico clínico, sino también como un pensador social. Hoy en
día, aun cuando su
predominio ha disminuido desde hace ya algún tiempo, sus teorías siguen
teniendo una gran
influencia en la psicología moderna y particularmente en el psicoanálisis
como un tratamiento de
los problemas psicológicos.
Sus críticos no titubean al señalar que muchos de sus pensamientos
originales se basaron en sus
observaciones de un reducido grupo de pacientes vieneses de clase media
-que vivían, por
supuesto, a finales del siglo XIX. Por tanto, sus extensas
generalizaciones sobre la conducta
humana no deben de tomarse con mucha seriedad. En realidad, quedan muy
pocas pruebas de
que Freud estuviera en lo cierto en sus teorías.
A pesar de ello, nuestra comprensión de la manera como somos y nos
comportamos, como
humanos, probablemente se debe más a Sigmund Freud que a cualquier otro de
sus colegas
investigadores en el campo de la salud mental. El hizo un algo muy grande
casi de la nada -el
pequeño cambio de la observación psicológica que otros ya habían manejado
antes, pero que no
se habían preocupado por tomar en cuenta, como son los lapsus linguae y la
parálisis histérica.
Su genio personal consistió en colocar dichos casos dentro de un marco de
referencia psicológico
que tuviera un sentido lógico. Esto lo animó a definir al inconsciente y
lo que consideraba la central
de fuerza de la personalidad -la motivación irracional. Las perspectivas
de Freud eran profundas.
Cambiaron la forma en que las sociedades consideraban y trataban en
general la educación de los
niños, la instrucción escolar, el sexo, las enfermedades mentales y el
crimen.
Sigmund Freud y sus seguidores desarrollaron una teoría que destacaba la
importancia del sexo y
el conflicto como fuerzas básicas en la motivación de la conducta. Las
raíces de la personalidad
adulta se encuentran en las experiencias de la infancia temprana, y los
orígenes de nuestros
temores, ansiedades y psicopatologías deben investigarse volviendo a los
traumas de los primeros
años.
Esta es la teoría freudiana de las etapas psicosexuales del desarrollo (Freud,
1905). Dividió el
crecimiento en cinco etapas principales del desarrollo de la personalidad,
cada una dominada por
instintos sexuales. Estas fuerzas sexuales, conocidas como libido,
comprenden la mayoría de las
formas en que nos satisfacemos a través de los estímulos físicos. Si los
impulsos de la libido se
frustran, ose complacen con exceso en cualquier etapa, se impide el avance
normal hacia la
siguiente y se originan conflictos. Freud llamó a esto fijación en una
etapa particular.
La primera etapa psicosexual indicada por Freud fue la oral; en este
periodo, la boca es nuestra
principal fuente de estímulo. Durante la etapa oral, los niños obtienen
mucho placer al chuparse el
pulgar, lo cual no satisface ninguna necesidad orgánica básica. Según los
freudianos, una fijación
oral conduce más adelante al abuso de los fármacos a una
sobrealimentación, o a males menores,
tales como, la “diarrea verbal” y el sarcasmo.
En seguida viene la etapa anal. Esta se concentra en la eliminación de las
heces y los placeres
asociados con la retención de las mismas. Como las normas sociales regulan
la eliminación del
excremento, muchos de los impulsos naturales del niño deben de suprimirse.
Es probable que, en
las sociedades donde se insiste en el entrenamiento severo y temprano en
el retrete, la fijación
anal sea más frecuente.
En la etapa fálica, los niños exploran y estimulan su propio cuerpo,
particularmente sus genitales.
Durante el período de latencia, los intereses sexuales del niño (hasta
ahora relacionados en gran
parte con los padres y la familia), se satisfacen “a escondidas”.
Reaparecen en la etapa genital
con el desarrollo de una sexualidad “normal” dirigida hacia personas
ajenas a la familia.
Freud sostuvo que la personalidad de los humanos posee cualidades únicas
gracias al id, al ego y
al superego. Supuestamente, dichas estructuras completamente teóricas
manejan los impulsos
fundamentales (como el eros y el tánatos) de diferentes maneras. Freud
visualizó una continua
batalla entre los combatientes id y superego, con el ego actuando como un
moderno “mediador”
que regula las consecuencias. El id es el ambiente natural para el sexo,
la agresión y otros impulsos
hedonísticos o de tipo animal (la libido). El superego es el depósito de
la conciencia y de Lo
bueno, que reprime los impulsos socialmente inaceptables.
Un desarrollo de por vida
Muchos neo-freudianos concuerdan en que la personalidad se determina más o
menos al principio
de la vida. No obstante, surgieron diferentes puntos de vista al amparo
del análisis y tuvieron un
fuerte impacto en el pensamiento psicoanalítico de nuestros días. Carl
Jung y Erik Frikson han
realizado una buena labor en este sentido.
Jung no estaba de acuerdo con las teorías sexuales de Freud. Creía en una
personalidad que se
desarrollaba a lo largo de la vida en lugar de una personalidad centrada
en la niñez. Jung estaba
asombrado por la influencia que el inconsciente colectivo ejercía sobre el
individuo: suponía que
cada persona hereda de las generaciones anteriores el material
inconsciente. Por lo tanto, fomenté
la exploración de los efectos de los fenómenos para-psicológicos en el
desarrollo de la
personalidad. Con este fin llevó a cabo amplios estudios de lo oculto, de
lo ritual, de la religión, de
lo mágico y de lo mitológico. Sin duda es muy interesante que la
influencia actual de Jung sea
mucho mayor en las artes creativas que en la psicología.
Por su parte, Erikson desarrolló la idea de las etapas criticas en su
planteamiento del desarrollo de
la personalidad (1963). Formuló ocho etapas, las cuales iban desde la
infancia hasta la vejez.
Según Erikson, todos nos enfrentamos a crisis especificas, las cuales, de
resolverse fácilmente,
contribuyen a un sano desarrollo de la personalidad. Tal vez su concepto
de “crisis” más común es
el de la identidad en la adolescencia. La entrada a la vida adulta puede
ser una experiencia terrible
y desorientada para el adolescente promedio. La resolución satisfactoria
de los problemas de la
identidad asegura un desarrollo suave y continuo de la personalidad.
El criterio conductista
Los conductistas, los teóricos del aprendizaje social y los estudiosos del
ambiente atribuyen
una personalidad a la interacción de los factores ambientales,
interpersonales y personales. A las
diferencias personales generalmente las consideran como un resultado de la
experiencia personal y
de los cambios en las condiciones del aprendizaje. Piensan que la
personalidad es maleable.
Henry Murray, formado originalmente dentro del patrón psicoanalítico,
llegó a considerar que los
instintos biológicos de Freud eran muy limitados. Los humanos tienen
diferentes necesidades que
moldean el desarrollo de la personalidad. Las más importantes son: el
dominio sobre los demás
y/o el acatamiento a la autoridad y el control; el logro de la superación;
la amistad o la necesidad
de afecto; la autonomía; el entrenamiento y el juicio. A diferencia de
Freud, Murray insistió en la
importancia del ambiente como un factor determinante de la personalidad.
Una serie de factores
sociales influyen en la personalidad de una manera particular (por
ejemplo; se dice que los nuevos
amigos nos impulsan o “presionan” para satisfacer nuestra necesidad de
afecto).
Recompensando las relaciones
Para Harry Sullivan, los efectos de las relaciones humanas son de capital
importancia en la
formación de la personalidad. Su teoría interpersonal se basa en el
impacto de las relaciones
directas, recordadas o incluso imaginadas, en el desarrollo del ser
humano. Considera que las
relaciones gratificantes son esenciales para un desarrollo favorable de la
personalidad.
Los conductistas consideran el desarrollo de la personalidad como un
resultado de la interacción
entre la conducta (en el mundo físico) y la existencia de cualquier
condición dominante interna. Sin
embargo, el término general “conductista” abarca varios planteamientos
diferentes entre sí. Por
ejemplo, Skinner estaría de acuerdo en el control casi total que el
ambiente ejerce sobre la
personalidad. Dicha posición concede muy pocas oportunidades para el libre
albedrío o para la
dinámica interior planteados por Jung o Freud (una de las razones por las
que su libro Walden
Dos provocó, para sorpresa del propio Skinner, tanta hostilidad, es la
siguiente: describe una
sociedad en la cual todos están condicionados para vivir en armonía con
los demás y con la
sociedad misma). Sin embargo, al igual que las demás teorías importantes
de la personalidad,
estudiadas por la psicología, el criterio conductista, ya sea completo o
modificado, ha contribuido
mucho más a lograr un mayor entendimiento de la persona en su totalidad
que los estereotipos de
“sentido común”, pero superficiales, a menudo propuestos como un
planteamiento más “natural”
de los problemas de la personalidad.
¿Por qué teorizar?
En realidad, usted bien podría preguntarse cómo se pueden utilizar las
teorías de la personalidad
en un campo con tantas evidencias conflictivas. De hecho, las teorías
tienen diferentes contenidos y
usos prácticos: pueden señalarnos la conducta probable en situaciones
especificas; pueden
hablarnos de los diferentes tipos generales de personas y de los factores
que intervienen en su
conformación; y, lo más importante, la teoría de la personalidad puede
ayudarnos al proporcionar
pautas personales para vivir y mejorar la calidad de nuestra propia vida.
En términos prácticos,
desde el punto de vista profesional, una teoría de la personalidad puede
ayudar a proporcionar
pautas personales para vivir y para mejorar la calidad de vida de uno
mismo. En términos
prácticos, pero tomando en cuenta el punto de vista profesional, la teoría
de la personalidad
también es esencial para la metodología de las pruebas psicológicas -una
de las aplicaciones
prácticas de la psicología, con más éxito en esta época. Su valor se ha
comprobado al incrementar
no sólo la eficacia de la selección para determinadas tareas (su
aplicación más conocida), sino
también la facilidad y comodidad con la que los individuos se pueden
adaptar y realizar en un
ambiente aparentemente neutral y en ocasiones verdaderamente hostil para
el desarrollo de su
“personalidad”. Cuando existe un serio desajuste entre la personalidad y
el ambiente psicológico,
la manifestación del conflicto, vía la conducta del individuo, puede
adquirir formas alarmantes o
trágicas. El llamado “colapso nervioso”, que puede incapacitar o incluso
ser el responsable
indirecto de la muerte de quien lo padece, a menudo se debe a dicho
conflicto. Las “neurosis de
guerra”, al alcoholismo, los “tics” y otros, también pueden ser
manifestaciones de una personalidad
de forma cuadrada que se halla en medio de una psicología de forma
inevitablemente redonda.
(Las personas no están en donde deben.) En el Capitulo 8 se analizarán más
ampliamente algunas
de estas condiciones anormales. |