Breve Introducción a la Psicología
¿De qué
se trata? |
La
máquina suave |
Vivimos y
aprendemos |
El
recuerdo y el olvido |
La
búsqueda de un motivo |
La
revelación de nuestros sentimientos |
"Soy lo
que soy"
Descarrilándose
Hacia un
mundo mejor |
Bibliografía
La revelación de
nuestros sentimientos
Los bebés gorjean cuando se les sacude en el aire. Los niños se ríen al
ver a los payasos del
circo y al escuchar ruidos extraños. Nosotros reímos cuando nos hacen y
también cuando
hacemos cosquillas. Los chistes, los cómicos que los dicen y los programas
de televisión que
nos los ofrecen nos causan regocijo. Reímos por los disparates de las
personas, cuando las
encontramos después de muchos tiempo; reímos cuando estamos enamorados,
borrachos,
felices, nerviosos o asustados. Reímos aun cuando estamos tristes. La risa
es sólo una de las
muchas manifestaciones de la emoción que distingue a la raza humana de las
demás
especies: aparentemente, los animales nunca ríen.
Las emociones “encienden” nuestro estado de ánimo, agregando colorido a la
conducta y a
las manifestaciones comunes. Así, podemos estar de un humor “negro”, tener
una
melancolía “gris” o bien ver todo “color de rosa”. Una expresión de
“impasibilidad”
probablemente provocará la pregunta “¿Qué te pasa?”. Si una persona
manifiesta
continuamente una aparente falta de emociones, puede pensarse que tiene
algún trastorno
psicológico.
Al igual que la motivación, es difícil definir la emoción. Se trata de un
estado psicológico subjetivo,
a menudo considerado como la expresión evidente de la motivación. Cuando
decimos sentirnos
“emotivos”, a lo que nos referimos es a algo que nos “agita” y trastorna
en nuestro interior. Este
sentimiento generalmente se origina de los estímulos ambientales,
transmitidos por variables
cognoscitivas o fisiológicas.
El miedo, la ira, el odio, los celos y el éxtasis son emociones intensas.
Cuanto más grande es su
intensidad, tanto más trastornan nuestros patrones normales de conducta.
Se sabe que el manejo
inadecuado de las reacciones emocionales conduce al desorden mental ya las
enfermedades
psicosomáticas.
Por otro lado, las emociones positivas, tales como el amor, el afecto y la
ternura estimulan las
relaciones constructivas y satisfactorias, haciendo que valga la pena
vivir.
Charles Darwin indicó que algunos patrones de la expresión emocional son
innatos en los animales
y en los humanos. Sin embargo, el significado de estas expresiones varia
de una cultura a otra, e
incluso de situación a situación. Las lágrimas pueden significar tristeza
o alegría; lloramos de dolor
y también de risa.
La interpretación de las emociones
En las sociedades occidentales tendemos a emplear la comunicación no
verbal o silenciosa para
expresar gran parte de cuanto queremos decir. No obstante, nuestras
señales no siempre son
fáciles de interpretar. Las personas fácilmente identifican emociones “no
complicadas”, tales como
la sorpresa, la felicidad, la tristeza o la ira, y, conforme crecemos,
dicha identificación se facilita
todavía más. Cuando surgen emociones más complejas, como la vergüenza y la
confusión,
dependemos por completo de los indicios contextuales para identificarlas.
Las lágrimas en una
boda, en un funeral o en un espectáculo divertido obtienen su significado,
su valor expresivo, a
partir del contexto.
Al “interpretar” las emociones de las demás personas, nos supeditamos a
los indicios externos
evidentes, tales como la expresión facial y los movimientos corporales.
Pero, en el caso de
nuestras propias emociones, conocemos su aspecto oculto. ¿Sabemos
exactamente cómo
clasificarlas?
Esa sensación de “agitación” que experimentamos normalmente se atribuye a
cambios corporales
asociados a las emociones fuertes. “Tengo miedo: mi corazón late muy
aprisa”, o bien, “Estoy
nervioso siento un vacío en el estómago”. En la década de 1880 dos
científicos, James y Lange,
objetaron esta opinión aparentemente común. Argumentaban que la emoción
experimentada es
resultado de los cambios corporales y no su causa.
Según estos autores, la embestida de un toro produce un estado interno de
“agitación”, seguido
de miedo. Cuando vemos al toro, empezamos a correr, debido a lo cual
empezamos a sentir
miedo. De la misma manera, las personas se enfadan porque discuten y
sienten tristeza porque
lloran.
Muchos legos en la materia pensarían que esto es una tontería o
preguntarían: “Siendo así, ¿qué
nos hace correr, discutir o llorar?”. Pero durante muchos años nadie se
preocupó por esto.
Finalmente, el psicólogo Walter Cannon atacó el argumento, demostrando que
los cambios
psicológicos eran más lentos de lo que antes se creía. Si la percepción de
la emoción precediera a
su patrón fisiológico, entonces este último no causaría la anterior.
Además, Cannon no encontró
pruebas de que la actividad fisiológica fuese diferente de un estado
emocional a otro. Finalmente,
en un experimento bastante ingenioso, Cannon inyectó adrenalina a algunos
voluntarios, sin
decirles el efecto que debían esperar. Los voluntarios no experimentaron
la elevada excitación que
generalmente acompaña al aumento repentino de adrenalina.
Actualmente, la teoría de Cannon, la cual establece que las emociones no
sólo se determinan
mediante las respuestas psicológicas, es ampliamente aceptada y, por
supuesto, concuerda con la
experiencia común (la cual no siempre es una guía confiable).
No sólo podemos distinguir los estados emocionales basándonos
exclusivamente en los cambios
corporales. Por ejemplo, los trastornos fisiológicos que ocurren cuando se
tiene miedo (aumento
de adrenalina, de los niveles de azúcar en la sangre y de la respiración,
aceleración del flujo
sanguíneo, contracción de los vasos sanguíneos y de las paredes
estomacales, dilatación de las
pupilas, etc.) también acompañan la ira y otras formas de excitación. Las
diferencias fisiológicas
existentes parecen estar ligadas a la forma que se podría llamar
“indiferenciada”; la emoción
interna se diferencia o se expresa exteriormente. Cuando se expresa ira u
hostilidad, las
suprarrenales secretan una mayor cantidad de la hormona noradrenalina.
Cuando la ira se reprime
y no se expresa, las suprarrenales secretan elevadas cantidades de
adrenalina.
Mientras los cambios corporales pueden determinar la intensidad de la
emoción, nosotros
utilizamos indicios de nuestro ambiente para identificar su cualidad, es
decir, de qué tipo de
emoción se trata. Supongamos, por ejemplo, que nuestras reacciones
emocionales se basan
exclusivamente en nuestra retroalimentación fisiológica, tal como el
incremento en el ritmo
cardiaco, la boca seca, la alta presión sanguínea, la frecuencia urinaria,
las náuseas, el vómito, la
diarrea ligera, los reflejos luminosos lentos y así sucesivamente. La
mayoría de nosotros, al no
conocer el contexto en el que ocurre todo esto (o las circunstancias que
lo precedieron),
probablemente lo explicaríamos como una manifestación de alguna emoción
negativa. En realidad,
estos son algunos de los efectos fisiológicos más comunes de la marihuana.
Por lo tanto, las
actitudes mentales y el aprendizaje social tienen un efecto importante en
nuestro estado emocional.
La mente sobre la materia
Richard Lazarus reconoció la importancia de los factores cognoscitivos y
convirtió el punto de
vista “de la forma en que vemos las cosas” en una teoría de la emoción de
“apreciación
cognoscitiva”. Por su parte, Stanley Schachter y Jerome Singer realizaron
ingeniosos experimentos
para examinar la idea de que la forma como observamos una situación, que
nos produce una
emoción, determina nuestras respuestas emocionales hacia ella (Schachter y
Singer, 1962).
Schachter y Singer crearon el concepto bastante ambiguo de la “emoción”
sujeta a la investigación
experimental, convirtiéndose en los pioneros de la interacción o
integración parcial de los
elementos, en el proceso a partir de la psicología social, de los procesos
cognoscitivos y de la
fisiología.
Descubrieron que, al suministrar ciertas “drogas”, podían manipular lo que
en las personas
pensaban que debían sentir y, por tanto, lo que sentían. La información
previa sobre los efectos de
las “drogas” fue suficiente para que los voluntarios experimentaran
realmente estos efectos, a pesar
de que en algunos casos las “drogas” eran substancias completamente
inertes. Aun cuando el
estudio de Schachter y Singer ya se ha repetido satisfactoriamente (se le
ha criticado en el terreno
metodológico), existe un fuerte apoyo a la teoría de que la creencia de
que algo que pasa
modifica el funcionamiento orgánico y psicológico. La apreciación, tanto
del significado como de la
seriedad de la situación, posee una clara importancia para determinar la
emoción experimentada.
En nuestras sociedades racionales y materialistas, muchas personas
descartan las viejas ideas
asociadas con la “mente sobre la materia”. Pero gran parte de las
investigaciones indican que las
actitudes y la estructura psicológica influyen en nuestro bienestar
físico.
En las sociedades occidentales, cerca de la mitad de los pacientes que
consultan a un médico
presentan síntomas originados en gran parte por los trastornos
emocionales. Los factores
emocionales también nos impiden recuperarnos de una enfermedad física y
las enfermedades
orgánicas, tales como la tuberculosis, las enfermedades cardiacas, la
diabetes y la epilepsia se
pueden intensificar por factores emocionales. Esto explica los esfuerzos
que se hacen para ayudar
a los pacientes a mantenerse de buen humor.
El estado emocional que llamamos fe puede matar y curar. Sus poderes
curativos han sido
demostrados tanto por la historia como por la medicina contemporánea, a
través de exitosos
casos de curación por la fe. La simple creencia de que el dolor cede por
la acción de catalizadores
reales o imaginarios generalmente basta para resolver el problema. Las
píldoras “placebo”, sin
valor medicinal alguno, han curado a personas que presentaban síntomas de
incapacidad física al
igual que enfermedades leves. En un estudio de Beecher, más de 3 000 (de
entre 4 500) adultos
se curaron de serios dolores de cabeza, gracias a los placebos (Beecher,
1959). Beecher también
indicó que uno de cada tres pacientes dijeron obtener alivio a
enfermedades que variaban desde el
resfriado común hasta la esclerosis múltiple. En tanto que las inyecciones
de morfina aliviaron el
dolor crónico de un 65% de los pacientes cancerosos, las inyecciones de
placebo ayudaron
eficazmente al 42% de ellos y los placebos no producen efectos secundarios
desagradables.
La creencia en la autoridad y en la capacidad pueden incluso invertir el
efecto farmacológico de
los medicamentos. A un grupo de mujeres se les dijo que su medicamento
aliviaría sus nauseas al
principio de su embarazo. Muchas informaron que “el malestar matutino”
había cesado. Lo que se
les dio era ipecacuana, una medicina que generalmente se utiliza para
producir vómito.
La firmeza de carácter, la sangre fría y todo eso
Muy aparte del aspecto de “la mente sobre la materia”, nuestra mente y
nuestras emociones
constituyen una fuerza excepcionalmente poderosa. Algunos rasgos de la
conducta emocional son
positivos, pero otros pueden interferir con la adaptación y la solución de
problemas o incluso
incapacitarnos. Debemos de encontrar un medio para tolerar la expresión
emocional sin sufrir el
daño causado por el exceso emocional.
Esto hace surgir el problema del control emocional, el cual sigue siendo
bastante discutido, tanto
en los términos de la psicología práctica como de la teórica. La
civilización occidental admira la
represión. “No pierdas la cabeza”, solemos decir. Pero, ¿hemos ido
demasiado lejos al buscar la
forma de reprimir la expresión emocional? La represión emocional no
siempre tiene éxito pues, en
lugar de que se desahogarte tranquilamente (como se libera el exceso de
presión del vapor,
mediante una válvula de seguridad en los calentadores), la emoción se
puede manifestar en una
forma distorsionada, o bien, en enfermedad (al igual que los calentadores
se pueden agujerar o
resquebrajar).
La solución parece radicar en el control emocional, sin evitar la negación
de las emociones.
Cuando experimentamos nuestras emociones sin ansiedad ni sentimientos de
culpa, y las
aceptamos en forma natural, manejándolas de una manera socialmente
aceptable, es entonces
cuando se dice que estamos sanos.
Un vistazo a la agresión
Como hemos visto, las emociones pueden activar, dirigir y acompañar la
conducta. También
pueden ser metas en sí mismas por ejemplo, la actividad sexual por mero
placer. La agresión
concuerda con estos conceptos y es razonable considerarla no sólo como
conducta, sino como
una poderosa emoción. Destaca el vínculo entre sentir una emoción, y
manifestarla como
conducta.
Casi a diario, los informes de los medios noticiosos reportan homicidios,
asaltos y masacres. ¿Qué
hay detrás de la conducta agresiva? Es tan sencillo reducir la agresión a
emociones simples como
la ira y la frustración.
¿Qué se sabe de la responsabilidad personal, del propósito y de la
situación que la origina? ¿Es
cuestión de clasificación social más que de conducta en y por sí misma?
La esencia de un acto agresivo es que se trata de un intento por lastimar
a alguien, ya sea física o
verbalmente. Las emociones desagradables como el dolor, el miedo, la ira y
especialmente la
frustración, a menudo dan lugar a sentimientos de agresividad, sólo que no
siempre provocan una
conducta agresiva.
¿Puede controlarse la agresión? Al buscar la respuesta que aclare sus
dudas, los psicólogos han
dirigido su atención hacia el reino animal. Por ejemplo, han descubierto
que cuanto más territorio
domina un animal, su conducta es menos agresiva. Sin embargo, otros
estudios muestran que los
animales son más agresivos cuando protegen su territorio desde adentro que
cuando permanecen
fuera de él. Por ello, los psicólogos consideraron minuciosamente el
problema del territorio para
explicaciones posteriores.
La ambición territorial
Es casi un “derecho humano” el defendernos de cualquier usurpación
indeseada de nuestro mundo
privado. Las guerras han sido el resultado de las invasiones hostiles a un
país por parte de otro.
Las pandillas callejeras protegen su territorio. Reaccionamos con cierta
hostilidad hacia el
desconocido que se nos acerca en forma un tanto “molesta” en el transporte
público, en las tiendas
e incluso en la iglesia. Esto constituye la base de una popular teoría
sobre la agresión, apoyada por
psicólogos y etólogos (quienes estudian la conducta natural de los
animales, por las enseñanzas
que ésta proporciona a la sociedad humana).
El aprendizaje social y la cultura juegan un papel importante en la forma
como definimos el
“espacio personal”. Cuando un norteamericano habla con un extraño del
mismo sexo,
probablemente la distancia entre ellos no es menor de 20 pulgadas. Sin
embargo, los árabes del
mismo sexo platican muy bien estando más cerca. Para los norteamericanos,
la postura, el
contacto visual, el contacto físico, la respiración y el nivel del tono de
voz, dentro del limite de las
20 pulgadas, es desconcertante a menos que se trate de una conversación
íntima con una persona
del sexo opuesto.
Aun cuando las semejanzas entre el “sentido del territorio” de los humanos
y el de los animales son
indiscutiblemente enormes, se sabe que nosotros los humanos damos ciertas
prerrogativas. Por
ejemplo, los británicos toleran a más de cuatro millones de extranjeros
durante el verano. Se
aceptan como turistas, más que como invasores a pesar del hecho de que
muestran “costumbres
extrañas”, ensucian las calles y llenan los teatros y los restaurantes
casi al grado de excluir a sus
anfitriones.
“El imperativo territorial”, como ha sido llamado, constituye un factor
importante en las raíces de la
agresión humana. Sin embargo, no es lo único que influye.
Sigmund Freud fue uno de los primeros psicólogos que desarrollaron la
teoría de que los humanos
son agresivos por instinto. Cuando estableció la teoría relacionada con la
motivación y la
personalidad descubrió dos instintos humanos básicos opuestos entre sí. Al
instinto del crecimiento
y la vida lo llamó por su nombre griego eros, mientras que tánatos era el
instinto de la muerte.
Como Freud suponía que el tánatos requería de una expresión perpetua, se
mostró pesimista en
lo relativo a separar a la agresión de la naturaleza humana.
Freud veía a la energía del instinto de la muerte como agua que se acumula
en un recipiente; el
nivel sube hasta derramarse finalmente bajo la forma de algún acto
agresivo. Una forma “segura”
en que la agresión se podía expresar era mediante la catarsis (otra
palabra griega que significa
purificar o limpiar). En ella, las emociones se expresan en toda su
intensidad a través de palabras,
gritos y otros medios simbólicos.
La teoría freudiana, a pesar de su encanto poético, ha obtenido cierto
apoyo científico. En sus
últimos escritos, el mismo Freud restó importancia al instinto de la
muerte. Sin embargo, se insiste
en la “agresión innata” gracias a una teoría etológica basada en el
estudio de los animales: Konrad
Lorenz argumenta que la agresión es una disposición espontánea e innata
para pelear un factor
decisivo para subsistir. No obstante, los animales rara vez matan o
lastiman a otros de su misma
especie; sólo los humanos han perdido los medios para reprimir la
agresión. Nos matamos unos a
otros y matamos a los animales por placer. Los seres humanos, solos en el
mundo animal, se
encuentran amenazados por su propia agresión.
Bases biológicas de la agresión
Las relaciones entre la bioquímica, la fisiología y la agresión son
complejas y confusas. El cerebro,
los factores hormonales y la genética suelen aparecer como factores
primordiales y se han
realizado muchas investigaciones en animales para estudiar a la agresión
sobre bases fisiológicas.
En un experimento notable, el psicólogo español José Delgado detuvo la
embestida de un toro al
radiar un mensaje a los electrodos implantados en su cerebro. Más
significativo fue el hecho de
que las repetidas experiencias de esta “desconexión” hicieron que el
animal se volviera
permanentemente menos agresivo (Delgado, 1969).
Del mismo modo, ciertas drogas inyectadas en un área específica del
cerebro de varias ratas
volvieron apacibles a las agresivas. Una droga diferente, inyectada
exactamente en el mismo lugar
del cerebro de ratas apacibles normales, produjo que se transformaran y
mataran a los ratones. Es
evidente que, en gran medida, la conducta agresiva está ligada a una
función específica del
cerebro.
Sin embargo, existen patrones fisiológicos diversos en los diferentes
tipos de agresión. Por
ejemplo, los investigadores descubrieron que las conductas humanas
agresivas en particular
generalmente se relacionan con los trastornos cerebrales. Se descubrieron
enfermedades del
sistema límbico y del lóbulo temporal en personas con antecedentes de
haber ejercido una
brutalidad excesiva y serias agresiones sexuales. También se ha pensado
que la conducta
abiertamente agresiva se origina por un cromosoma “Y” extra en los
hombres, aun cuando todavía
no haya pruebas sólidas que apoyen esta idea. No obstante, una cosa es
cierta: tanto en los
animales como en los humanos, los machos son típicamente más agresivos que
las hembras, lo cual
sugiere cierta verdad en la teoría del cromosoma. Los hombres normales
tienen únicamente un
“Y”; y las mujeres ninguno. Sin embargo, las diferencias hormonales
también pueden jugar un
papel importante.
Aprendiendo a ser agresivos
Otra posible respuesta al “por qué” de la agresión es que se aprende es
resultado de
recompensas, castigos, normas y modelos.
En un experimento que Albert Bandura y sus colegas (1965) llevaron a cabo,
se exponía a
diversos grupos de niños en edad preescolar a varios modelos agresivos un
adulto agresivo, un
modelo de agresión en una película y agresores en una caricatura. A otros
grupos de niños se les
mostraron modelos no-agresivos. Posteriormente, los experimentadores
“frustraron”
paulatinamente a los niños y descubrieron que los que observaron los
modelos agresivos imitaron
muchos de los actos que habían visto. Era menos probable que los niños no
expuestos a dichos
modelos mostraran agresividad.
En experimentos posteriores. Bandura expuso a sus preescolares a modelos
de agresores que
eran castigados (1963). Esto dio como resultado que los niños, al
presenciar el castigo en dichos
modelos, mostraran una menor agresión imitativa. También demostró que la
agresión no era
simplemente un acto temporal. Los niños recordaron patrones específicos de
secuencias que
provocaban agresión, utilizados en las pruebas anteriores. La agresión,
una vez aprendida, no es
fácil de olvidar.
Bandura presentó su trabajo como una teoría de aprendizaje social donde se
establece que la
agresión se puede originar ya sea por experiencias desagradables o bien
por el ofrecimiento de
recompensas. En tanto que muchos psicoanalistas consideran a la
frustración como el único tipo
de experiencia desagradable, lo suficientemente fuerte para provocar la
agresión, los conductistas
como Bandura creen que aprendemos a reaccionar agresivamente a todas las
clases de situaciones
que provocan ansiedad. También podemos aprender a utilizar la agresión
para nuestros propios
fines. El niño que patalea para conseguir un juguete es un ejemplo obvio.
La teoría del aprendizaje social rechaza la idea de que poseemos impulsos
o instintos agresivos;
asimismo, excluye la catarsis.
La expresión de la agresión ¿buena o mala?
Las ideas de Bandura tienen un fuerte apoyo experimental. Los estudios
muestran que el hecho de
dar a los adultos o a los niños la oportunidad de agredir fomenta una
mayor agresión. En un
estudio se les permitió que los niños agredieran a uno de los modelos que
los hubiera frustrado.
Posteriormente, sus sentimientos agresivos permanecieron inmutables. La
teoría de la catarsis
habría predicho que sus sentimientos de agresión disminuirán, lo cual
parece tener sentido.
Nosotros nos “desahogamos” o nos “liberamos” al llorar, reír o gritar y
nos sentimos mejor. Sin
embargo, las investigaciones demuestran que este proceso no se aplica a la
conducta agresiva.
Por otro lado, la teoría del aprendizaje social de Bandura no abarca todas
las posibilidades. La
teoría empieza a fallar cuando nos preguntamos por qué las personas de
ambientes similares y con
experiencias semejantes pueden variar tanto en sus expresiones de la
agresión. En resumen, la
teoría se adapta bastante bien a los hallazgos experimentales, pero se
necesita mucho más trabajo
para aplicarla a las complejidades de la conducta real en las calles de
nuestras ciudades.
Comunicación masiva y violencia
Mucho antes de la utilización del término “medios de comunicación masiva”,
se sostenía la opinión
común deque todo cuanto se nos vende para entretenimiento puede dar lugar
a una conducta
anti-social. Las historietas de horror, el cine, la radio, la música
popular, las primeras “novelas de
crímenes”, los libritos de cuentos, e incluso a los cantores y trovadores
se les culpaba por los
males sociales. En este siglo, la televisión es el principal objeto de
críticas, y ahora aunada, el
internet.
Nadie puede negar que la televisión es un medio violento. Los programas en
los que se muestran
hechos reales como los noticiarios y los documentales destacan la muerte y
la violencia. Los
programas de entretenimiento están repletos de asesinatos y peleas a
golpes. Cada vez es mayor
la opinión de que los porcentajes de violencia, aparentemente en aumento
particularmente entre los
jóvenes, se relacionan con este medio sangriento.
Los hechos son lo suficientemente claros. Los niños norteamericanos pasan
más tiempo viendo la
televisión que en la escuela. Por cada hora que pasen ante el aparato de
televisión presenciarán
aproximadamente entre uno y ocho asesinatos, además de numerosas peleas y
ejemplos de
crueldad y de tortura. Las pruebas de investigación, aun cuando todavía no
sean concluyentes,
indican que este nivel de exposición afecta a los jóvenes.
En los primeros años de la década de 1970 se realizaron estudios
especiales a petición de Cirugía
General de Norteamérica. El informe final (de cinco volúmenes) aseguró
haber descubierto un
vínculo, “preliminar y tentativo”, entre el acto de ver la televisión y la
conducta violenta. La
mayoría de los científicos sociales dedicados a dichos estudios están
convencidos de que los
gobiernos de las naciones occidentales deberían hacer algo para reducir la
cantidad de agresión
que se trasmite por televisión.
Sin embargo, cuanto más intensamente se estudian estos problemas, tanto
más confusas son las
respuestas. Los estudios experimentales muestran que la violencia
transmitida por televisión puede
producir agresión en el laboratorio. Pero esta es la demostración de un
proceso y no una prueba
de que dicho proceso opere en nuestras ciudades. Y, aun cuando las
investigaciones (en repetidas
encuestas) muestran que los niños agresivos (en particular los varones)
tienden a seleccionar y a
disfrutar con los programas donde hay violencia, las correlaciones no
necesariamente se comparan
con la causalidad. Es posible que algunos otros factores hagan que estos
niños sean agresivos y
elijan programas de televisión llenos de violencia.
El problema es que mientras las investigaciones no hablen de la vida tal
como es, no nos pueden
proporcionar pruebas de causalidad; y aun cuando los experimentos de
laboratorio nos hablan de
ella, no se pueden aplicar a la vida en general. Se llevaron a cabo
algunos “experimentos de
campo” que combinan el poder de ambos criterios. Dichos estudios son
extremadamente costosos
y difíciles de preparar. Y los resultados sólo han servido para aumentar
la confusión.
Un estudio realizado por los psicólogos norteamericanos Feshbach y Singer
apoya la hipótesis de
la catarsis: el hecho de ver la violencia por televisión no tiene efecto,
o, reduce la agresión real.
Otro, realizado por Milgram, indica que los adultos imitan los actos
antisociales que contemplan en
la televisión. Y en otro estudio, incluso, que comprende a infantes en
edad preescolar, sugiere que
el ver la violencia por televisión no solamente aumenta la agresión entre
algunos de ellos, sino
también incrementa el juego pro-social entre otros.
Muchos psicólogos británicos que han estudiado los medios masivos de
comunicación afirman que
los resultados de todos sus estudios, tomados en conjunto, son ambiguos.
Señalan que resulta
ingenuo preguntar: ¿“La televisión causa violencia?” Para entender las
raíces de la violencia y la
agresión, debemos entender a la sociedad y el lugar que ocupa la violencia
dentro de ella. Insistir
en el papel de una faceta de la sociedad -la televisión- es arriesgarse a
no tornar en consideración
algunos otros factores más importantes.
¿Se puede prevenir la violencia en la sociedad?
A fin de prevenir la violencia, sería necesario cambiar nuestras
sociedades casi radicalmente. La
violencia es una manifestación cultural, aceptable en algunas situaciones
y prohibidas en otras.
Pelée en un cuadrilátero de boxeo y será honrado por la sociedad, pelée en
la calle y será
arrestado. Muchos de nuestros principales gobernantes fueron hábiles
homicidas durante su
juventud. A un hombre se le otorgarán honores nacionales por el hecho de
matar a varios cientos
de adultos y niños en un bombardeo y, sin embargo, lo encarcelarán por
atacar a su esposa o a su
hijo.
Resulta claro que no existen soluciones simples a los problemas que se
originan debido a nuestra
naturaleza violenta y agresiva, Pero sí sabemos de algunas soluciones para
ciertos tipos de
violencia. Al mejorar las condiciones sociales disminuye la violencia
dentro de la familia. Entre las
clases trabajadoras que padecían hambre en la Inglaterra victoriana,
golpear a la esposa era por
demás común. También es evidente que la estadística sobre el número de
crímenes violentos
varían de ciudad en ciudad de acuerdo con la densidad y calidad de la
vivienda.
Pero, ¿qué hay de los tranquilos y espaciosos suburbios donde no se
desconoce el asesinato de un
cónyuge? y, ¿por qué existe tanto vandalismo en poblaciones nuevas y
cuidadosamente
planeadas? Desde los años treinta, algunos psicólogos han afirmado que la
violencia es una
consecuencia natural de la frustración. Otros aceptan la teoría del
aprendizaje social acerca de la
agresión, mientras que otros aún señalan la posibilidad de un instinto
agresivo, así como la
importancia de la catarsis.
Aun no se puede dar ninguna explicación sencilla a todos los aspectos de
la agresión
experimentada o de la conducta agresiva. Tal vez lo que vemos como un tipo
de manifestación de
la conducta realmente oculta algunas características humanas distintas. Si
este es el caso -y ahora
parece algo probable- entonces posiblemente todas las teorías tienen algo
de razón. Por
desgracia, esto también significa que algunas veces resultan erróneas.
Sólo el tiempo y la
investigación científica esmerada aclararán estas cuestiones tan
definitivamente importantes. Y, en
esta era nuclear, algunas personas opinan que el tiempo se termina.
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