Semana Santa


Los Nombres de la Virgen
 
Nuestra Señora
 - Maria - Angeles - Candelaria - Dolores - Esperanza - Milagros - Montserrat


LOS NOMBRES DE NUESTRA SEÑORA

El nombre más superabundante en la onomástica hispana es el de María, solo o compuesto con otros nombres tanto femeninos como masculinos. Pero esa es sólo una de sus formas. Hay que añadir las numerosísimas advocaciones locales de la Virgen (Guadalupe, Macarena, Montserrat, Carmen, Almudena, Pilar, Nieves, Loreto, Lourdes, Fátima...); los nombres relativos a los misterios más destacados de su "teología": Inmaculada, Dolores, Asunción, Purificación, Presentación, Rosario, Milagros; la santificación de bellos nombres naturales mediante el recurso de suponerles el prefijo de María o Virgen de. Así Rocío, Aurora, Azucena, Alba, Mar, Rosa (a pesar incluso de santa Rosa de Lima)... En fin, que todo nombre de mujer que no tiene detrás una santa, se refugia en el nombre de María. Y será en los meses de septiembre y diciembre donde encontrará la ocasión de celebrar "el santo", a no ser que prefiera la Virgen de agosto (el 15), la fiesta grande de María, la de su exaltación. Algo tendrá el agua cuando tanto la bendicen. Y efectivamente tiene, y mucho. Es al culto, es a la fe más ancestral adonde hemos de dirigir la atención, porque es ahí donde encontraremos la respuesta. Si queremos una explicación coherente de la gran proliferación de Vírgenes, todas ellas muy locales, hemos de remontarnos al culto animista. Los romanos construyeron su imperio sobre un sustrato cultural y religioso tan arraigado que no pudieron hacer otra cosa que renombrarlo, sin modificarle apenas nada. Es que la nueva cultura se implantó en las ciudades, como ocurriría luego con la cultura cristiana; de modo que la práctica totalidad del territorio del imperio quedó sumida en el paganismo, que tenía entonces la forma de animismo, es decir de culto a la naturaleza. Ellos se encontraron ya los altares a las divinidades de la naturaleza, unos al descubierto, y otros cobijados bajo pequeños templetes ("fanos" los llamaban ellos, y fanáticos a sus servidores y devotos); y los respetaron, claro está, cambiándoles tan sólo los ídolos, o asociándoles los suyos propios. Y esos mismos lugares sagrados en los que se invocaba a los espíritus de la naturaleza en forma de dioses cada vez más convencionales, fueron respetados también por el cristianismo, que los renombró de nuevo: la inmensa mayoría de los dedicados a divinidades femeninas, que eran las que predominaban en esta clase de lugares sagrados, fueron dedicados a la Madre de Dios, que fue el prenombre que se antepuso al nombre del lugar (que en la mayoría de los casos era el mismo de la divinidad). Esto explica el profundo arraigo de estas devociones locales, vinculadas siempre a los favores que concede a sus devotos; devociones a menudo del más genuino carácter fanático (lástima que la política haya torcido y degradado esta palabra), y que llevan a que el nombre de la respectiva Virgen local sea muy apreciado y por tanto abundante en cada localidad. No hay que añadir muchas consideraciones más para entender el enorme valor no sólo subjetivo (que eso ya sería bastante), sino también objetivo que tienen estos nombres de mujer. A poco que se arañe en la geología, en la toponimia, en la historia, en la tradición, en el folklore asociado a la Virgen (que además suele ser Patrona de la localidad) y a sus fiestas, en las creencias y en las prácticas medio religiosas medio mágicas que las acompañan, se encuentra el estudioso de onomásticas con nombres realmente prodigiosos.

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