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Si olvidamos que
todas las comunidades, desde las monásticas y las heroicas de los Comuneros
hasta la Comunidad Europea (llamada Unión Europea a partir de la moneda única),
tienen base económica,
entenderemos muy mal las Comunidades
Autónomas y las manejaremos aún peor. Y si pasamos por alto que
las comunidades lo son por
dentro; que no son división respecto a los de fuera, sino aglutinación
de los de dentro; si no entendemos eso, en lugar de comunidades
tendremos disgregaciones; en vez de uniones, divisiones. El tremendo error, el
pecado original de nuestras Comunidades
Autónomas, es el haber nacido de la voluntad
de división y disgregación por parte de los nacionalistas, y de
parche contra el separatismo por parte de los unionistas. La principal
función de las autonomías fue eliminar la anterior división geográfica
y administrativa del estado, crear ahí el
gran vacío; conditio sine qua non de los nacionalistas vascos y catalanes para
entrar en la España Constitucional. Pero una comunidad
no es eso, sino la unión de distintos grupos que gracias a esa unión
aseguran y mejoran la condición económica
de todos y cada uno de los que la forman. Y es ahí donde ha estado el
error: se ha pretendido que las Comunidades
Autónomas son hipotéticas comunidades
entre sí, formando entre todas ellas el estado español. Es decir
que la obsesión divisoria (porque en relación con el estado central se
piensa y se actúa siempre en términos de división
y de reparto, nunca de compartir ni de asociarse, cosa que tienen
estrictamente prohibida), la obsesión divisoria respecto a las
comunidades entre sí, digo, y con el estado, ha neutralizado totalmente
la Comunidad interna, echándola en el lamentable olvido. Cualquier comunidad,
sea autónoma, de regantes o de propietarios, es ante todo una comunidad
económica, es una comunidad de bienes pro
indiviso, gestionados por los copropietarios de esos bienes o por
sus representantes. Tenemos la insalvable tentación de asignar a los
representantes o al territorio el nombre que corresponde a la totalidad
de los miembros de la comunidad. Y así llamamos comunidades
autónomas a todo menos a lo que realmente es la comunidad, que es el conjunto de los habitantes en que radican esos
bienes comunes. Pero no sólo eso,
sino que la auténtica comunidad, la funcional, está hecha por
contribuyentes y por dinero. No tiene sentido que un regante o un
propietario contribuya religiosamente a las cuotas de mantenimiento de
la propiedad común, y que los administradores de ésta, irrogándose el
total derecho sobre la comunidad
(y el nombre de ésta en exclusiva para ellos), a unos miembros de la
comunidad, a igual contribución, les concedan mayor cuota en el
disfrute de los bienes comunales, y a otros en cambio se lo restrinjan o
se lo impidan (o no hagan nada eficaz por frenar a los matones que
asumen ese trabajo sucio). Pues bien, lo sorprendente es que los agraviados no hayan caído todavía en la cuenta de que son, junto con sus agresores, una comunidad económica; y que el único plano en que se entienden perfectamente y se resuelven sin necesidad de leyes ni ideologías, es el plano económico: para entenderse, dejar de pagar. |