LAS COSAS Y SUS NOMBRES
 NOMINA RERUM                                    Mariano Arnal


COMUNIDAD AUTÓNOMA 2

Si olvidamos que todas las comunidades, desde las monásticas y las heroicas de los Comuneros hasta la Comunidad Europea (llamada Unión Europea a partir de la moneda única), tienen base económica, entenderemos muy mal las Comunidades Autónomas y las manejaremos aún peor. Y si pasamos por alto que las comunidades lo son por dentro; que no son división respecto a los de fuera, sino aglutinación de los de dentro; si no entendemos eso, en lugar de comunidades tendremos disgregaciones; en vez de uniones, divisiones. 

El tremendo error, el pecado original de nuestras Comunidades Autónomas, es el haber nacido de la voluntad de división y disgregación por parte de los nacionalistas, y de parche contra el separatismo por parte de los unionistas. La principal función de las autonomías fue eliminar la anterior división geográfica y administrativa del estado, crear ahí el gran vacío; conditio sine qua non de los nacionalistas vascos y catalanes para entrar en la España Constitucional. 

Pero una comunidad no es eso, sino la unión de distintos grupos que gracias a esa unión aseguran y mejoran la condición económica de todos y cada uno de los que la forman. Y es ahí donde ha estado el error: se ha pretendido que las Comunidades Autónomas son hipotéticas comunidades entre sí, formando entre todas ellas el estado español. Es decir que la obsesión divisoria (porque en relación con el estado central se piensa y se actúa siempre en términos de división y de reparto, nunca de compartir ni de asociarse, cosa que tienen estrictamente prohibida), la obsesión divisoria respecto a las comunidades entre sí, digo, y con el estado, ha neutralizado totalmente la Comunidad interna, echándola en el lamentable olvido. 

Cualquier comunidad, sea autónoma, de regantes o de propietarios, es ante todo una comunidad económica, es una comunidad de bienes pro indiviso, gestionados por los copropietarios de esos bienes o por sus representantes. Tenemos la insalvable tentación de asignar a los representantes o al territorio el nombre que corresponde a la totalidad de los miembros de la comunidad. Y así llamamos comunidades autónomas a todo menos a lo que realmente es la comunidad, que es el conjunto de los habitantes en que radican esos bienes comunes. 

Pero no sólo eso, sino que la auténtica comunidad, la funcional, está hecha por contribuyentes y por dinero. No tiene sentido que un regante o un propietario contribuya religiosamente a las cuotas de mantenimiento de la propiedad común, y que los administradores de ésta, irrogándose el total derecho sobre la  comunidad (y el nombre de ésta en exclusiva para ellos), a unos miembros de la comunidad, a igual contribución, les concedan mayor cuota en el disfrute de los bienes comunales, y a otros en cambio se lo restrinjan o se lo impidan (o no hagan nada eficaz por frenar a los matones que asumen ese trabajo sucio).  

Pues bien, lo sorprendente es que los agraviados no hayan caído todavía en la cuenta de que son, junto con sus agresores, una comunidad económica; y que el único plano en que se entienden perfectamente y se resuelven sin necesidad de leyes ni ideologías, es el plano económico: para entenderse, dejar de pagar.

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