LAS COSAS Y SUS NOMBRES
 NOMINA RERUM                                    Mariano Arnal


COMUNIDAD AUTÓNOMA 1 

Este nombre tiene tan sólo 25 años de vida. Tenemos su nacimiento bastante cerca para dar rigurosa cuenta del mismo; y el tiempo transcurrido es suficiente para poder juzgar acerca de la adecuación entre el nombre y la cosa que bajo él se puso o se pretendió poner. 

En cuanto al nacimiento, lo primero que llama la atención al lexicólogo es cómo está cargada política e históricamente la palabra comunidad: a la vista de los resultados, es legítimo concluir que la elección del nombre no tuvo nada de casual ni de inocente; más aún si se tiene en cuenta que el invento pretendía supuestamente poner freno a la voluntad independentista de los nacionalistas Vascos y Catalanes, y en menor medida de los gallegos. Cuando el nombre cumple 25 años se manifiesta tan profético como los nombres bíblicos, que incluían siempre la explicación etimológica para que nadie se llamase a engaño. El término comunidad no era neutro, ni mucho menos con el adjetivo de autónoma. Las comunidades tenían en el momento en que se eligió este nombre una historia muy definida y muy viva, por lo que al elegirlo se eligió también su carga histórica y política. 

Las comunidades, que habían ido vivaqueando sin pena ni gloria, dieron el salto a la historia precisamente con un levantamiento contra el rey Carlos I (y V de Alemania), que duró dos años (1520-1522). Deben por tanto su celebridad no al valor de la institución, ya muy esclerotizada por la representatividad y alejada por ello del concejo; sino a su negativa a pagar un nuevo incremento de impuestos para sostener la política imperial del rey. A ese concepto ya gastado de comunidad, perfecto sinónimo de ayuntamiento (la recaudación fiscal se hacía por ayuntamientos); a ese concepto con toda su carga histórica, se le añade el de autonomía, para formar con él el nombre y la idea de las Comunidades Autónomas. Esa aura revolucionaria y de sublevación contra el poder central debió ejercer una gran fascinación en muchos de los “padres de la Constitución”. Y al final ese fue el profético nombre de la definitiva división de España. 

En efecto, las Comunidades Autónomas han venido a ser lo que su nombre histórico y glorioso manda: instituciones locales en constante conflicto, cuando no en abierta sublevación contra la institución que representa a la totalidad de los ciudadanos (puntualizo: no a la totalidad de los territorios, sino a la totalidad de los ciudadanos). La institución se creó ya con fraude de ley para contentar a los separatistas vascos y catalanes a costa de los unionistas, por ver si así los acallaban. Para tener contentos a los nacionalistas (porque de lo contrario no hubiese salido adelante la Constitución) se diseñó el estado de las autonomías de manera que fuese el más corrosivo disgregador de la Comunidad: de la autónoma y de la nacional. 

Como si los estatutos de una comunidad de propietarios contemplasen la posibilidad de que el más fuerte pudiera coartar la libertad de movimiento del más débil hasta llegar a expulsarlo del bloque, si fuese esa su política. Es eso lo que está ocurriendo en el país Vasco, con todas las bendiciones del poder legislativo, del poder ejecutivo, del poder judicial y de la santa madre Iglesia.

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