LAS COSAS Y SUS NOMBRES NOMINA RERUM Mariano Arnal |
Cuanto más
importantes son las palabras, más se empeñan los hablantes en
explicarlas y buscarles toda clase de etimologías. El nombre de María,
por ejemplo, cuenta nada menos que con 70 sesudas etimologías. Y no
faltan entre ellas las populares, sacadas a oído, que por otra parte
son las que pegan más fuerte. Por eso tuvieron tan clamoroso éxito las
Etimologías de san Isidoro de Sevilla. Pues bien, en esa línea etimológica,
la palabra comunidad nos
lleva de cabeza a la unidad
(con-unidad). Principio perfecto para las comunidades monásticas (in
necessáriis únitas, in dúbiis libertas, in ómnibus cáritas =en
lo necesario unidad, en lo dudoso libertad, en todo caridad); perfecto
también en regímenes de opinión única y de soberanía única (mon-arquía).
Pero desde que nos hemos dado un sistema expresamente pluralista,
que eso caracteriza a la democracia, es peligroso dejarse llevar por esa
etimología popular de la palabra comunidad.
Y sin embargo esa es su peor tentación, a la que han sucumbido aquellas
comunidades a las que les queda estrecho el marco autonómico y sienten
la pluralidad democrática como un corsé. Toda comunidad
nace de la pluralidad, y
tiene como gran carácter distintivo el ser una institución capaz de
mantener en su seno esa pluralidad sin diluirla. Más aún: si las
primeras comunidades nacieron de necesidades defensivas (en esa dirección
apunta el núcleo de la palabra que es moenia,
murallas), las demás que conocemos tienen motivaciones económicas y se crean para regir el justo reparto de derechos y
deberes netamente económicos. Incluso las comunidades
religiosas se crean partiendo del principio de la comunidad de bienes, que mantienen luego como uno de sus principios
religiosos (esa es la pobreza monástica, no el vivir sin bienes ni
recursos). Y siguen siendo de corte netamente económico las comunidades de pueblos y villas, pues su razón de ser es el
aprovechamiento conjunto de pastos y bosques y demás bienes comunales,
amén de la recaudación equilibrada de impuestos. Pero el ejemplo más
reciente lo tenemos en la Unión Europea, cuyo anterior nombre fue “Comunidad
Económica Europea”, a la que últimamente se le había descolgado el
adjetivo “Económica”. Estamos viendo nacer una nueva entidad política
por el camino que correspondía: el de la economía. Y eso es lo que la
hizo llamarse en un principio comunidad.
A imagen y semejanza de las comunidades
que administraban bienes comunales
y de las de regantes, de vecinos, de propietarios. El salto de
“Comunidad Europea” a “Unión Europea” o a “Estados Unidos de
Europa” sigue la evolución natural. En cambio sólo un régimen
totalitario justificaría el salto de la comunidad a la unidad. Queda en pie que las comunidades nacen como agrupaciones de personas o acumulación de grupos ya formados, pero no por el prurito de estar juntos, sino por razones económicas. Si es por tanto la necesidad económica mutua la que da lugar a la comunidad y la sostiene, a la hora de defenderse los grupos más mansos de la comunidad de los abusos de los grupos más poderosos y agresivos, hay que dajarse de ideologías e ir directos a la economía: hacerse fuertes los débiles para dejar de pagar los impuestos a quien los emplea para mal de los miembros más débiles de la comunidad. Ese sentido tuvo al fin y al cabo la guerra de las comunidades. |