Es probablemente un nombre
de origen persa; en esta lengua roj significa "carro de guerra" y
también "torre de ajedrez" (de ahí el término de "enrocar"). Pero el fonema
"rro", siempre relacionado con manifestaciones de fortaleza y poder, como la
guerra, el rugido, el estruendo, la roca, el trueno, está presente en las
lenguas de nuestra cultura, por lo que se ha buscado un posible origen de
Roque en el germánico hroc, que significa "grito de guerra". En
cuanto a las palabras españolas roca, roque, roquedal, se considera muy
probable que sea de origen celta, igual que guerra y carro, que también lo
son y tienen estructura análoga. Como nombre propio nos viene de Francia,
donde evoca también la idea de roca y de resistencia. En español tenemos los
derivados roqueda, roquedo y roquedal referidos a roca, por una parte; y por
otra, como forma propia de las Canarias, el nombre de Roque para varios
islotes y peñascos del archipiélago: el Roque de Garachico, el Roque
Bermejo, los Roques de Anaga, el Roque del Este...
San Roque fue uno
de los grandes ejemplos de caridad cristiana que conmovieron primero a
Francia y luego a toda la cristiandad. Nació en Montpellier hacia el año
1295. Era hijo único de familia noble y rica, con poder político en la
ciudad, por lo que recibió una educación exquisita. Dicen sus cronistas que
cuando nació ocurrieron grandes prodigios que presagiaban que el recién
nacido resplandecería por sus virtudes. A los veinte años, tras la muerte de
su padre, vendió todos sus bienes, repartió el dinero entre los pobres y
emprendió peregrinación hacia Roma, para visitar los sepulcros de san Pedro
y san Pablo. Y he aquí que ya en el camino, nada más pasar a Italia, las
ciudades por las que pasaba estaban sufriendo el azote de la peste. Roque se
entregó en cuerpo y alma a ayudar a los apestados, y pudo tanto su aura de
santidad, que los habitantes de las ciudades a las que llegaba, estaban
convencidos de que ante su presencia huía la peste. Después de cumplido su
compromiso religioso, continuó hacia Mantua, Módena, Parma y demás ciudades
italianas donde la anunciaban que había peste, para ayudar a cuidar a los
enfermos, que generalmente eran abandonados por miedo al contagio. Tanto
tiempo estuvo Roque en este menester, que finalmente se contagió; pero luchó
por su vida como había luchado por la de los demás, y se curó. Al volver a
su ciudad natal, ésta se hallaba en guerra y Roque, al que con aquel aspecto
nadie conocía, fue tomado por espía y encarcelado. Murió en la prisión,
cuando llevaba allí cinco años, en 1327. Por un documento que llevaba
consigo, descubrieron quién era y le hicieron unos magníficos funerales. Con
ocasión de una epidemia de peste que hubo en Montpellier en 1414, se
encomendaron al santo, haciendo en su honor grandes procesiones; y la peste
desapareció rapidísimamente. He ahí por qué se extendió la devoción a san
Roque y llegó a ser su nombre tan apreciado.
En Francia, en España, en
las ex-colonias portuguesas, en algunos países de la América hispana y en
Brasil hay numerosas poblaciones con el nombre de Roque o San Roque. Un
nombre que hace pensar en la fortaleza y la resistencia de las rocas, en la
fuerza de voluntad. Un nombre que inspira confianza. ¡Felicidades!