Descubriendo el barroco sevillano
y otros tesoros de Utrera, Osuna y Écija
Por Ferran Martínez-Aira
A dos horas y media de Madrid, cuatro de Zaragoza y poco más de cinco
desde Barcelona, el AVE nos acomoda muy cerquita del barrio de la
Macarena. Tras rendir culto a la Divina Señora nos dejamos seducir por
el embrujo de la calle San Luis para visitar el conjunto monumental de
San Luis de los Franceses. Faltan ojos para contemplar esta excepcional
obra construida por el arquitecto Leonardo de Figueroa entre 1699 y 1731
donde se despliegan todas las herramientas propias del Barroco:
retórica, teatralidad, artificio y combinación de las diferentes artes
plásticas. En dicho programa destaca la labor del escultor Pedro Duque
Cornejo y los pintores Domingo Martínez y Lucas Valdés.
Serpenteando por el saleroso barrio de la
Macarena, con su decena de hotelitos con encanto y bares con ese
peculiar saborcillo sevillano, llegamos al popular barrio de Santa Cruz.
Se acrecienta el apetito cuando ocupas una de las mesas del restaurante
Placentines, anexo a la Casa Robles de toda la vida. El surtido de
ibéricos, patés artesanos o los suculentos huevos revueltos con migas
nos garantizan fuerzas suficientes para continuar el agradable paseo por
el corazón de la capital hispalense al amparo de la Giralda y de su
imponente Catedral, tercera más grande del mundo, precedida únicamente
por El Vaticano y San Pablo londinense. Un pequeño gran placer antes de
subirnos a nuestro bus, que en poco más de media hora , el mismo tiempo
que invierte el tren desde Santa Justa, nos transportará hasta Utrera.
El hotel Palacio San Fernando. Un tres
estrellas, equipado con todas las comodidades y atenciones, será nuestra
morada durante nuestra estancia en tierras sevillanas.
Sorprende al visitante la Casa
Consistorial utrerana, uno de los Ayuntamientos más bellos de la
Comunidad, ubicado en el Antiguo palacio de los Condes de Vistahermosa.
Familia creadora del encaste del que proviene el 99% de la ganadería
taurina actual, que la adquiere como residencia en el siglo XVIII y
venden a la Familia de los Cuadra, auténticos mecenas de la Utrera del
XIX, que la dota de los más lujosos salones y se convierte en sede de
majestuosas fiestas de la aristocracia de toda Andalucía en torno al
fastuoso salón árabe o de los Espejos. Una joya que nos recuerda por
momentos a la Alhambra.
Aseguran en Utrera que el flamenco es una
manera de encarar la existencia. A los artistas actuales como Antonio
Montoya y Juan de Clemente (nos agasajaron la última noche con una
actuación privada) les precedieron el gran Bambino, Fernanda y Bernarda,
El Cuchara de Utrera, Enrique Montoya, Gaspar de Perrate, Inés de
Utrera, Ramón Priego o Pitín de Utrera. Un elenco de artistas que han
consolidado El Potaje Gitano como el festival más antiguo de flamenco de
nuestro país. Tacón Flamenco o El Mostachón (no confundir con el mismo
nombre del dulce típico de la ciudad, elaborado ahora por la quinta
generación Vázquez) son algunas propuestas que nos acercan a este arte
milenario declarado por la Unesco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Utrera está jalonada por majestuosas
capillas e iglesias como la de San Bartolomé, la Santísima Trinidad,
Santa María de la Mesa, Santiago el Mayor o Nuestra Señora de los
Dolores, que no sólo enriquecen su patrimonio cultural sino que dan
trabajo a las bordadoras con hilo de oro de los mantos que luce la
Virgen en su célebre Semana Santa o María María Auxiliadora en la
procesión del 24 de mayo, cuya imagen es una copia de la que San Juan
Bosco, fundador de los Salesianos, trajo a Utrera y que se encuentra en
el retablo mayor en la capilla de Ntra. Sra. del Carmen.
El Teatro Municipal Enrique de la Cuadra,
con un aforo de 525 espectadores,, es otro de los referentes culturales
de Utrera, que además alberga en su interior el Museo Hermanos Álvarez
Quintero, formado por biblioteca y enseres personales de los famosos
comediógrafos utreranos.
La ciudad de Utrera tuvo una importante
comunidad judía. Tan populosa que dio lugar a la creación de todo un
barrio en los alrededores del "Callejón del Niño Perdío" de visita
obligada al igual que el Hospital de la Santa Resurección fundado en
1520 por Doña Catalina de Perea, que sigue activo cinco siglos después,
fiel a su principio fundacional: la caridad.
En el mismo callejón del Niño Perdío
descubrimos una de las tabernas más sorprendentes de nuestro viaje:
Besana Tapas. Una explosión de sabor en cada bocado (croqueta crujiente
de calamar en su tinta) que culmina el chef Daniel León con una maceta
de trampatojo de tiramisú. Merece la pena probar cuatro o cinco tapas de
alta cocina, regadas con cerveza bien tirada, muy fría y mejor servida.

Nuestra segunda parada: OSUNA, villa
señorial de 17.500 habitantes, a 83 kilómetros de Sevilla y 126 de
Málaga: Osuna, ciudad universitaria, alberga uno de los conjuntos
históricos-artísticos mejor conservados de España. En la imprescindible
Colegiata de la Asunción contemplamos anodadados cinco cuadros del
pintor José de Ribera, conocido como El Españoleto, que han dado la
vuelta al mundo. Entre ellos El Calvario, expuesto en el Metropolitan de
Nueva York o en El Museo del Prado.

Las vistas de Osuna desde su Colegiata son
espléndidas. Adivinamos los Conventos de la Merced, de la Concepción, de
Santa Catalina y de la Encarnación, repletos de retablos del más
floreciente barroco sevillano.

Osuna fue conquistada por César durante la
guerra civil, denominada colonia Genetiva Julia, hoy se conservan de esa
época restos en los museos arqueológicos de la ciudad y de Sevilla.
Posteriormente, Osuna fue poblada por los árabes, que la fortificaron,
hasta la conquista de Fernando III el Santo.
Administrada por la Orden de Calatrava en defensa de la frontera, en
1464 Osuna pasó a la órbita de las familias nobles.

En el siglo XVI se concedió al quinto conde de Ureña el título de Duque
de Osuna, comenzando su época de mayor esplendor, construyéndose la
Universidad y numerosos edificios.

Osuna ha sido recientemente plató
cinematográfico para una de las escenas más espectaculares de Juego de
Tronos y también alberga el Museo Andaluz del Juguete.

Si en Osuna apostamos por el restaurante
Casa Curro o Mesón del Duque degustaremos uno de los platos típicos: el
cocido ursaonés, a elegir entre el de habas y guisantes o el de
Tagarninas, regados con el aceite de oliva de la región. Hay que añadir
el salmorejo, llamado Ardoria. También unos quesos de cabra artesanales
con trozos de frutas, nueces, carne de membrillo y aceitunas en su
interior.
En la repostería destacar los bizcochos aldeanos de la Pastelería Santo
Domingo, las tortas de leche, los mantecados fabricados por Productos
Cáceres y los dulces de los conventos de las Mercedarias y de San Pedro.

La calle de San Pedro constituye un recreo
para la vista al mostrarnos un espléndido catálogo de casas y palacios,
habitados por particulares o destinados como el Palacio Marqués de la
Gomera, con su imponente fachada barroca y capilla en el interior, a la
hostelería y otros transformados en despachos de abogados, que
aprovecharon el precio a la baja para adquirir por 300.000 euros el
edificio entero y citar a sus clientes en la calle más señorial de la
ciudad. Anecdótico pero cierto como el precio de una caja de tres kilos
de tomates por un euro en el Mercado de Abastos de Osuna.

A 87
kilómetros de Sevilla (a una hora en coche y veinte minutos
más más si optamos por el tren) descubrimos otra perla
sevillana: ÉCIJA, conocida como "la sartén de Andalucía" por
sus altas temperaturas en verano y también por sus once
torres y sus numerosos monumentos de estilo barroco, fue
nuestro tercer punto de encuentro, patrocinado por la
Diputación hispalense, cuyo objetivo es dar a conocer los
encantos turísticos de los más de cien municipios de la
provincia a través de la campaña: Sabores de Sevilla.

Visita
imprescindible en Écija: Palacio de los Marqueses de
Peñaflor, construido entre los años 1700 y 1775, es uno de
los mayores exponentes de la arquitectura civil barroca.
Conocido como el palacio de los balcones largos, su
llamativa fachada curva, (de más de 60 metros de longitud)
que se ajusta al trazado de la calle, está pintada con
trampantojos de elementos arquitectónicos, falsos ventanales
y figuras decorando los balcones corridos, que a su vez
enmarcan una impresionante portada barroca labrada en piedra
flanqueada por columnas dóricas.
En su interior alberga una soberbia escalera con ocho
columnas toscanas y bóveda de media naranja ricamente
decorada con yeserías. En su testero principal se halla una
pintura de la Virgen del Rosario.
El palacio tiene varios patios. Destaca el principal, de
doble arquería sostenida por columnas mármol y rematadas por
capiteles, y paramentos de la galería decorados por zócalos
con rica policromía. Rodeando a este patio existen salones
con notables artesonados de madera. Hay que reseñar también
las antiguas caballerizas que posee una interesante portada
de estilo dórico y en su interior alberga tres naves con
bóveda de arista sobre robustas columnas.

En un ángulo y
sobre la portada se sitúa el potente y alto mirador de dos
volúmenes, que ofrece una interesante panorámica de la
ciudad jalonada por sus once torres: San Juan, Santa Cruz,
Torre del Carmen, Torre de Santa María, Santa Bárbara, Torre
Santiago, Torre Victoria, Santa Ana, Torres Gemelas, Santo
Domingo y la más alta: San Gil con sus 55 metros.

Reponer
fuerzas en el restaurante Las Ninfas, ubicado dentro del
Museo de Historia de Écija, nos permitirá disfrutar de la
exquisita gastronomía ecijana como el Revuelto de Bacalao
extra con pimiento y cebolla, Coquetas de Puchero y sus
avíos, Tomate ecijano aliñao avoe, vinagre jerez y
ventresca, el Matrimonio Perfecto "anchoa, boquerón y
salmorejo o el Taco de Solomillo de Ternera Nacional
trinchado. Para rematar con los postres de la abuela:
Comadre Especial de la Casa, Tarta de zanahoria y tiramisú
con amaretto, Pastel tibio de chocolate cremoso o la Tarta
de Queso Manchego al horno.

El Palacio de Benamejí, otra maravilla del barroco andaluz,
es la sede del Museo Histórico Municipal, donde se pueden
contemplar espectaculares mosaicos y estatuas como la
Amazona herida, encontrada en 2002 dentro de un estanque
romano, durante las excavaciones en la plaza de España de
Écija. Mide 1,85 m, más la altura del pedestal, y fue
originalmente tallada en un solo bloque de mármol griego. Es
una obra extraordinaria a nivel mundial, por encontrarse
prácticamente completa, por su gran calidad escultórica y
también –y de manera excepcional– por conservar vestigios
visibles del color con el que fue terminada.
En cuanto a su clasificación artística, se trata una copia
romana (fechada en el primer tercio del siglo II d.C., a
fines de la época adrianea) de un prototipo del clasicismo
griego del siglo V a.C. comúnmente denominado amazona
sciarra.

Atención
especial merece la iglesia de los Descalzos, con un estilo y
belleza, único en el mundo, así como el Centro de
Interpretación Ecuestre "Caballerizas de Benamejí, sin
olvidarnos de otros edificios civiles ecijanos abiertos al
público: El Palacio de los Pareja, Palacio de los Alcántara,
Palacio de Santaella o el Palacio de Palma, una casa museo
que conserva el mobiliario de la época.

Antes de
regresar a nuestro destino, nos acercamos al municipio de
Umbrete, situado en la comarca del Aljarafe sevillano, con
tiempo suficiente para visitar la iglesia de Nuestra Señora
de la Consolación, conocida como "la Catedral del Aljarafe"
por su riqueza arquitectónica. En su interior descubrimos un
magnífico conjunto de retablos, donde destaca el retablo
mayor diseñado por el ilustre escultor Pedro Duque Cornejo.
La iglesia está al Palacio Arzobispal mediante un arco que
marca el perfil monumental del centro histórico.

La Bodega
Salado, en Umbrete, sirvió como punto de despedida de
nuestro viaje por tierras sevillanas, con el barroco como
hilo conductor de nuestra aventura pero descubriendo otros
históricos tesoros en Utrera, Osuna y Écija.
En Umbrete, don Francisco Salado Llorente fundó la más
emblemática y tradicional bodega de la comarca en 1810.
Orgullosos de su pasado, los Salado siguen trabajando con el
mismo cariño y cercanía esta tierra. El sueño de la sexta
generación es posicionar el Garrido fino, una cepa de uva
blanca de la comarca del Aljarafe, en el mercado nacional e
internacional para alcanzar el mismo prestigio del que ya
gozan sus espumosos Brut Nature y Cuvé, cultivados como el
resto de variedades en un total de 70 hectáreas de tierras
albarizas altas y cepas de uvas Pedro Jiménez y Garría Fina,
fruto de un clima soleado y cálido, que mantiene la
excelente producción tanto de los vinos clásicos, como del
mosto, y de los vinos más novedosos. |
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