REPORTAJES 
DE VIAJES

VIAJE A EGIPTO,  RUMBO A EL CAIRO VÍA ITALIA 

EL ÚLTIMO FARAÓN 

Se llama Ibrahim Abdallah, ni es Faraón, ni probablemente pertenece a ninguna de XXX dinastías, pero si un Faraón es un hombre, aunque no la personificación divina en la tierra, si a ese hombre se le ilumina la cara cuando habla de su país, de su cultura, su arte y su historia; si a este hombre se le turbia la vista y se le empañan los ojos cuando habla de su familia o de sus padres, cualquier titulo de nobleza podría definirlo, incluso el de Faraón ya que piensa y respira con nostalgia toda la esencia de su pueblo.   

Este Faraón de los tiempos modernos, Ibrahim Abdallah a quién brindo desde estas líneas toda mi amistad; este simpático, tranquilo y atlético grandullón de 39 años nos guiará, durante los próximos días a través, de una embaucadora ciudad llena de tradiciones, de arte y de sorpresas que responden a medias con las muy teóricas y frías definiciones de los libros de texto, de las bibliografías recomendadas, de las enciclopedias o de los libros especializados (sic). Llegando a la conclusión que los libros de textos tocan ciertos temas tan de pasada, que prácticamente no los tocan (un libro de texto de 1º de BUP por ejemplo explica en 45 páginas el Paleolítico en sus tres fases, el Neolítico, Mesopotámia y Egipto, todo un ejemplo de síntesis...) De las bibliografías recomendadas, se leen de pasada, algunos párrafos, justo para aprobar la asignatura, sin más. ¡Y si no, que pregunten a los universitarios que contestarán con más fundamento! En cuanto a los dos restantes, son puramente libros de consultas para estudiosos. Con semejante bagaje intelectual de historia antigua, resulta casi normal ver, por ciertos cálidos derroteros de areniscas, pequeños grupos de turistas que salen de las filas y desisten de ir más allá, subir escaleras, o entrar en galerías saturada de visitantes, donde el aire se rarifica cada vez más; prefieren sentarse sobre una enorme piedra varias veces milenaria, o amortiguar los implacables rayos de sol, a la sombra de un tenderete, con una botella de agua fresca en la mano. 

Este deplorable espectáculo deprime a Ibrahim. No comprende como la gente viene de tan lejos para conocer una cultura diferente y no son capaces de hacer de tripas corazón y aguantar un poco para gozar de un fugaz espectáculo que probablemente no volverá a repetirse. A cualquier europeo que viaje, aunque sea por pocos días, a este país, verdaderamente único en el mundo, inmediatamente le llama la atención el paisaje; no existe un sólo kilómetro cuadrado de tierras que se parezca a las de Europa. En Egipto todo es campo perfectamente cultivado, o es desierto.  Cuando hablamos del sol abrasador, nos contesta pausadamente, con voz templada : "...cuando hace mucho calor, más que ahora, entonces miro donde hay un perro, porque aquí en Egipto hay muchos perros, y cuando veo uno, voy hacia donde está él, ellos siempre saben encontrar los lugares más frescos..." Toda una lección de filosofía natural, pero Ibrahim no pararía ahí su recital de sabiduría, se convertiría en un auténtico saco de sorpresas a lo largo de los días que tendríamos la suerte de compartir con él. 

A raíz de este demasiado corto viaje he aprendido una lección: que para conocer algo de un lugar, de un país, aunque sea de  manera muy somera, los libros, los documentales, los cursos de verano, los seminarios, las charlas o los debates en mesas redondas siempre quedarán minimizados en extremo por las realidades genuinas del lugar, y si tienes la suerte de caer con guías tan competentes como los que la Oficina de Turismo nos asignó, entonces el viaje se convierte en estudio exhaustivo,  sin demasiadas fallas, y casi me atrevería a decir que puedes acariciar con las manos las míticas leyendas de un pueblo, pero para ello, no basta con ver y ser medianamente receptivo, tienes que abrir el corazón, el alma, y tus cinco sentidos; sólo así podrás ver, lo que no se ve... 

Sobre las nueve de la mañana del día siguiente, vamos a recoger a un Ibrahim un tanto confuso. A pie de carretera, y luciendo en la mano un dorado vaso de té humeante, que le acaban de traer desde el otro lado de la calzada, está terminando de desayunar. Se disculpa, nos quiere invitar, y tras las presentaciones de rigor nos despedimos de Nagui que volveríamos a ver sobre las ocho de la tarde en compañía de su jefe. 

INDICE - VISITA EL ESPECIAL VIAJES