EL SEXO REPRODUCTIVO, UNA INDUSTRIA MUY COSTOSA

Vamos de camino: al final, en los países más preocupados por su demografía, es el dinero el que determina que las parejas (y en última instancia las mujeres, que son las que justamente tienen la prerrogativa física y jurídica de la prole) se decidan a tener hijos. La cuestión última es "a cuánto se cotiza el hijo". Es la única fórmula posible desde el momento en que el estado es una institución que no tiene ninguna vinculación orgánica con la familia y sin embargo necesita imperiosamente incrementar o al menos mantener su principal riqueza, y velar por su vigor, o mejor aún por su vigencia. Me refiero a la población: el "capital humano", que dicen los economistas.

¿Y cuál es la diferencia entre pagar por tener hijos (a eso se le llama "ayudar", porque suena mal eso de pagar, tanto para quien paga como para quien cobra) y los demás géneros de explotación sexual de la mujer? Las diferencias son únicamente de forma, pero no de fondo. La mujer, que durante la mayor parte de nuestra civilización fue esclava, sabe lo que es estar sometida a explotación ganadera. El "paterfamilias" romano era un criador de esclavos: y eso sólo hay una manera de hacerlo. Y en el estado más poderoso del mundo, que tiene una antigüedad de poco más de dos siglos, modernísimo por tanto y primer retoño del liberalismo que inauguró la Revolución Francesa, en ese estado se practicó también la cría de esclavos, como lo hiciera Roma. En los Estados Unidos de América se estuvo practicando hasta hace menos de un siglo y medio la más primitiva explotación sexual de la mujer: la reproductora. Los esclavos seguían cotizando al alza cuando ya habían sido superados los métodos de adquisición y transporte de los negreros. Había que dedicarse por tanto a la cría.

¡Para qué nos vamos a engañar respecto al principal de todos los capitales, el capital humano, la conditio sine qua non para cualquier otro género de riqueza! Volvamos al ejemplo en que estábamos, en el país más poderoso del mundo, los Estados Unidos de América: decidieron renunciar a la explotación sexual de la mujer con la cría de esclavos (eso les costó una de las guerras más justas que imaginarse puedan, la guerra para impedir la Secesión de los estados esclavistas del sur). En efecto, por ese camino hubiesen llegado a donde llegó Roma: a la desintegración por sobresaturación de esclavitud física y psíquica. Optaron por aprovechar el flujo natural de la historia: abrieron sus fronteras a la inmigración y decidieron que su seña de identidad sería precisamente la más absoluta diversidad de razas, incluyendo en el lote a los esclavos de antaño. Y así pasaron de poco más de (5.000.000) cinco millones de habitantes el año 1800, a rondar los 300 millones de habitantes en la actualidad. No vale la pena preguntarse por la correlación entre población y pujanza económica. El milagro ha sido posible gracias no sólo al número, sino también a la diversidad de la población y al modelo ideológico y económico con que se rige esa población.

¿A santo de qué se va a frenar el crecimiento de la población, si todos los estados del mundo cuentan sus habitantes como quien cuenta dineros? El que en la mayoría de ellos el valor humano esté tan devaluado como la moneda, no es razón para renunciar al aumento de población. También las bolsas humanas cotizan al alza y a la baja, y nadie piensa por eso en reducciones de capital.

VIGOR

Verborum vetus interit aetas;et iúvenum ritu florent modo nata vigentque. Horacio

"Pasó el tiempo de las viejas palabras; e igual que la juventud florecen y están en vigor las más recientes". Los poetas, escultores de palabras, saben bien cómo las zarandean el tiempo y las modas. Horacio es un portentoso artista de la palabra, que tocándolas con su finísimo cincel es capaz de hacerlas cantar.

Empiezo por el final: ¿Por qué se dice que una ley está vigente o en vigor? Se entiende que porque tiene fuerza de obligar, porque cuenta con el recurso a la violencia del legislador para hacerse cumplir. Porque ese es el único contexto en que es legítima la violencia del estado: en la exigencia del cumplimiento de la ley por parte de todos, porque eso es lo que iguala a todos los ciudadanos: la ley. Y si ésta no tiene todo el vigor que le corresponde por ser ley, si no está vigente para todos por igual, se convierte automáticamente en injusta. Es que la fuerza de la ley ha de ser igual para todos, si se pretende que sea ley. Eso significa que ha de usar de la fuerza sin miramientos: de lo contrario con unos se tendrán más contemplaciones que con otros, y entonces ya no será justa, sino que será una palanca más de la arbitrariedad. Por eso quienes no están dispuestos a emplear la violencia (suena mal, pero es eso) para hacer cumplir la ley, deberían abstenerse de legislar; porque de hecho esas leyes (al menos para aquellos contra quienes no se está dispuesto a emplear la violencia) no llegarán nunca a entrar en vigor, y por ende nunca llegarán a estar plenamente vigentes.

Es que las cosas son tan primitivas como las palabras antiguas: vigor es un cultismo que se mantiene tal como salió del latín: vigor vigoris es su enunciado, y su origen el verbo vígeo, vigere, vígui. Un compuesto de vis, que significa fuerza, violencia, más el verbo ago, ágere, egi, actum, que significa conducir, guiar. Es decir que no se trata de violencia sin más, movida por la ira o por la ambición, sino de una violencia conducida, organizada, previsible, racional. Lo que les corresponde a las leyes. No hay motivo pues para el escándalo. Antes al contrario: son motivo de grave escándalo la ley, el legislador y el juez que no están dispuestos a aplicar la violencia necesaria para imponer su cumplimiento a todos por igual, porque en ese caso sólo cumplirían la ley los débiles, en tanto que la violarían (porque esa es una violencia contra los demás que están sometidos a ella) los que especulan con la debilidad de la ley y de los legisladores a la hora de recurrir a la justa violencia.

Pero es que el vigor no se predica sólo, sino además de las leyes. Más aún: los romanos tenían tan sumamente claro que la violencia es consustancial a las leyes (su fuerza es como la en-ergía: está ahí, en ellas, y sólo se pone en ejercicio cuando es necesario); tan claro lo tenían los romanos, que ni siquiera se les ocurrió explicitarlo: de manera que nunca asociaron este grupo léxico a las leyes. Fue precisamente cuando éstas se postularon como alternativa a la violencia, cuando fue preciso advertir (retóricamente, claro está), que éstas eran capaces y estaban legitimadas per se para usar la violencia. (Continuará)