¿IMPORTACIÓN DE HIJOS ADOPTIVOS O DE ESCLAVOS? 

Para bien o para mal, los países desarrollados económica y políticamente han decidido no asumir el correlativo desarrollo demográfico que va implícito en los otros dos niveles de desarrollo. Han decidido, consciente o inconscientemente, responsable o irresponsablemente, que en vez de reproducirse importarán la población necesaria para sostener la nueva riqueza y los nuevos servicios. De nada me sirve crear con mi riqueza un gran complejo de ocio para mi familia si no tengo personal ajeno que lo atienda. De nada me sirve comprarme un yate si todo el trabajo que lleva su mantenimiento me lo he de cargar yo. Es absurdo que haga más grande mi casa y mi jardín, y que incluso tenga caballos, si ese incremento de riqueza lo único que representa para mí es más esclavitud. 

Si traducimos la riqueza a su nivel primario, el geográfico, se entiende más fácilmente: de nada le sirve a uno ampliar sus posesiones, sus cultivos y sus pastizales, si luego no da abasto a ocuparlos y explotarlos, si no tiene capacidad ni siquiera para defenderlos de la ambición de los vecinos. Por eso la geografía y la historia económica son inseparables de la geografía y la historia demográfica. La riqueza, sea del género que sea, ejerce de gran succionador de población: crea una zona de baja presión demográfica. Lo normal en estos casos es que crezca la población autóctona: si no lo hace, el hueco producido lo llenarán oleadas de población foránea. 

Ahora que el Estado del Bienestar nos ha colocado en un sistema de absoluta seguridad que nos cubre jubilación, enfermedad, paro, infortunios y hasta indigencia; ahora que todo eso lo tenemos cubierto y vivimos en un clima de seguridad económica enorme si lo comparamos con la inseguridad de antaño, hemos olvidado cuál fue el desencadenante de la creación de los excesos de riqueza, de las reservas. Hemos olvidado los afanes de nuestros abuelos por cubrir a su costa esas eventualidades. Los planes de incremento de la riqueza y de ahorro eran rigurosos y solían exigir una gran austeridad.  

La primera población a la que se destinaba, era la propia de los padres para cuando no fuesen capaces de producir riqueza, es decir para la enfermedad y la vejez. Ésta era la principal causa y el primer destino del plus de riqueza que producían: un plus que se tenía que producir hasta en las situaciones más angustiosas, porque la penalización que imponía la vida por esa irresponsable falta de previsión era fulminante. ¿Y cuál era el mecanismo para asegurarse contra las miserias de la enfermedad y la vejez? Pues el que inventó la propia naturaleza: reproducirse, Invertir en la generación siguiente, depositar en ella nuestro excedente de riqueza para que revirtiese en nosotros cuando ya no fuésemos capaces de seguir creando riqueza. Esa era la inversión más seria. Inversión de riqueza e inversión de vida.     

Pero ha cambiado algo muy importante en la filosofía occidental de la vida. La opción de incorporar plenamente a la mujer en el sistema de generación de riqueza, ha obligado a mudar la filosofía y la práctica de la reproducción. ¿Con qué acierto? Se verá. Cuando las madres dejan de tener hijos, la madre patria ha de proveer. ¿Cómo? ¿Adoptando hijos o adquiriendo esclavos? Se verá.


VIGOR 2 

La enciplopedia Larousse da para vigor los siguientes valores: Fuerza que mantiene con vida, que es la base de la existencia físisca; robustez, sanidad del organismo. // Vitalidad, capacidad notable para crecer, desarrollarse y dar frutos o flores las plantas. // fig. Energía espiritual. // Fig. Viveza, eficacia, firme resolución, energía en general. //  fig. Intensidad, eficacia expresiva. // Plena eficacia, validez legal de leyes, decretos, etc. 

No hay ninguno de los valores de uso del término vigor y de sus derivados que se aparte del camino que señala la etimología: vim ágere, hacer fuerza, o mejor dicho conducir la fuerza (que eventualmente es su sinónimo violencia) en una dirección determinada. El vigor es, pues, etimológicamente fuerza controlada y orientada en alguna dirección. Nunca fuerza bruta. Por eso entre sus legítimas aplicaciones está, cómo no, el vigor sexual. Un vigor que se predica sólo del hombre, porque tanto la filosofía como la sociología y la legislación, en esto han considerado al hombre como elemento activo y a la mujer como elemento pasivo, como tierra que es fecundada por el hombre, en la más clásica imagen de los papeles respectivos. La fuerza generadora (de engendrar) se consideró que estaba en el hombre, y la de concebir (con- cápere =captar del todo la semilla) en la mujer. Por eso si el elemento activo había funcionado bien, se entendía que el fallo estaba en la mujer. De hecho la experiencia demostraba que el hombre vigoroso y fecundo sexualmente, lo era en cada uno de sus actos; mientras que la mujer sólo lo era en algunos (edades y momentos de fecundidad); el hombre con vigor sexual lo era, en cambio, en todos los actos sexuales que podía consumar.  

Por ello ese vigor tiene como segundo nombre el de potencia (su contrario, la impotencia, que por lo mismo se predica también exclusivamente del hombre). Y ese vigor sexual llamado también potencia, se refiere únicamente, claro está, a la potentia coeundi, es decir al vigor del miembro para copular, que era la que se podía controlar. El tiempo y el ensayo con mujeres cuya fecundidad estaba probada, demostró que era necesario distinguir entre la potentia coeundi y la potentia generandi, es decir entre la potencia de copular y la de engendrar; pero la prohibición moral de la promiscuidad salvaguardó del estigma de la impotencia de engendrar a todos aquellos cuyo miembro y funciones sexuales se mantenían en pleno vigor.  

En botánica tenemos una de las aplicaciones más propias del vigor, que se define como vitalidad o capacidad notable de las plantas para crecer, desarrollarse y dar frutos o flores. Es ahí donde se han forjado los opuestos “perenne” y “caduca” referidos a la hoja. Y de ahí hemos tomado prestado el término para aplicárselo a todo aquel o aquello que ha perdido el vigor o la vigencia. La caducidad, puesta tan de moda en la normativa alimentaria, es el mayor temor de todo aquel o todo aquello que tuvo vigor o vigencia, incluidos los propios miembros, incluida la propia vida. Cuando uno pierde la fuerza (la vis) presente en el vigor, se convierte en hoja caída, en papel mojado.