LA OBLIGACIÓN DE REPRODUCIRSE 

La vida del hombre, y en ella la convivencia, no está construida con los instintos como en las demás especies, sino con la cultura. En las comunidades humanas, la satisfacción de los apetitos instintivos en lo que se refiere al sostenimiento de la comunidad, es como mucho el punto de partida; pero nunca el punto de destino. Eso ocurre con la reproducción: muchos legisladores en todas las épocas y culturas han aprovechado el instinto sexual para edificar sobre él la pareja reproductora, dando licencia de copulación a las parejas dispuestas a reproducirse, sujetas por tanto a convivencia estable, y negándosela a todas las demás. Esa fue la fórmula que mejor resultado dio, y por eso acabó universalizándose. Es la institución del matrimonio, en profunda crisis desde que la sociedad (con la ayuda de todas las técnicas para desligar el sexo de la reproducción, desde los anticonceptivos al aborto) levantó la veda del sexo a los que no estaban dispuestos a reproducirse. 

Paralelamente a la institución de la pareja reproductora, subsiste aún con carácter recesivo la institución de la poligamia, residuo de la fórmula gregaria que vemos en la naturaleza: un solo macho es el mantenedor y por tanto el beneficiario de todo un rebaño de hembras. La forma humana del gregarismo es la ganadera: es decir que los harenes son el residuo culturalizado de los ancestrales rebaños de hembras humanas que mantenían los que vivían prósperamente de la ganadería. Queda por descubrir cuál de todos los rebaños era el más antiguo: es decir con cuál se inició la ganadería. Yo estoy profundamente convencido de que empezó en el de la propia especie. 

Y de nuevo aprovechando un instinto, el de la maternidad, se instituyó ésta como una relación vitalicia (que no lo es en la naturaleza), reforzada con las obligaciones respectivas. Y de paso se aprovechó la fórmula ganadera (el macho señor de hembras y crías) para instituir sobre ella la paternidad. Eran los dos únicos caminos para pasar de la reproducción espontánea a la reproducción promocionada y elevada a la máxima potencia. Lo de forzar la máquina de la reproducción viene del espíritu ganadero. Una vez situados en el formato ganadero, desde el pastor-señor, dueño de una sola hembra, hasta el pastor-señor de grandes rebaños, todos van detrás de lo mismo: la máxima ganancia, que no es ni más ni menos que la máxima reproducción. 

Y como corresponde al formato, el pastor es el responsable de la pascua, es decir de los pastos, de la alimentación de su rebaño (patrimonio al cabo). Esa situación le constituye en dueño y señor del mismo. Y fue exactamente a esa situación a la que se dio el nombre de paternidad. Durante milenios fue lo mismo decir padre que amo, término suavizado en el de señor. 

Y lo más sorprendente (coherente por demás) es que la situación no ha cambiado en lo sustancial. Estando como estamos en tiempos de grandes concentraciones, los pequeños rebaños se están destruyendo, para pasar a formar parte de enormes rebaños. Habiéndose descubierto por otra parte el enorme provecho de los rebaños primero de machos, y luego asexuados, se está produciendo en el mundo una cada vez más neta división entre países de ganadería productora (asexuada, puesto que la sustancia del sexo, que es la reproducción, retrocede), y ganadería reproductora. 

GANADERÍA HUMANA 

¿Cuál es la sustancia del ganado? ¡Cuál va a ser! ¡La ganancia, el ganar! Es decir que estamos donde estuvimos siempre, y donde debemos estar. Los romanos nos dejaron en herencia la palabra grex, gregis para denominar al rebaño. Mantuvimos al principio ese nombre, que evolucionó a grey, hoy considerado un cultismo y en desuso, hasta que fue sustituido por “rebaño”. Junto a ésta nos dejaron para cada cabeza de ganado el nombre de pecus (plural, pécora), del que dedujeron pecunia, que significa dinero en latín y estuvo vigente en nuestra lengua durante siglos. Hoy se le considera exclusivamente un término latino, y sólo se usa en economía su adjetivo pecuniario. Se usa también, para insultar a la mujer, la expresión arcaica “mala pécora”. Obsérvese que es un insulto de género: ¿no será reminiscencia de alguna época oscura en que las mujeres eran tenidas y tratadas como “pécoras”?  El hecho de que de las dos riquezas fundamentales una fuese semoviente, hizo que se convirtiese en auténtica moneda de cambio, razón por la cual coinciden en latín en un mismo lexema pecus (la cabeza de ganado) y pecunia, que parece colectivo y representaría al mismo tiempo que la riqueza o el dinero, el conjunto de “pécoras”. 

No se mantuvo esta asignación de valor económico en el nombre de los animales singulares, ni siquiera para el conjunto del rebaño. Pero era tan evidente el valor pecuniario de los rebaños, que se impuso en el lenguaje, y así se creó en español el nombre de ganado, más amplio que el de rebaño, y el genérico de ganadería para la actividad. Son términos derivados de ganar, con lo que nos viene a decir nuestra lengua que los rebaños son la ganancia de verdad, que dedicarse a la ganadería, es la auténtica forma de ganar “pecunias y pécoras”. 

Pero donde adquieren especial significado ganado y ganadería, es al aplicar estos términos a nuestra propia especie. No debiéramos dar por cierto a priori que la larga tradición que denomina pastores a los que rigen pueblos tanto en el orden temporal como en el espiritual, sea pura metáfora totalmente desligada de la realidad. Desde el mismo Homero, que denomina a los reyes “pastores de hombres”, hasta los altos cargos religiosos en el catolicismo (el báculo, sacralización ritual del cayado, es el distintivo de los obispos, pastores del pueblo de Dios). Ahí tenemos la denominación bien actual de los que tienen la prerrogativa de “guiar” a su rebaño. Pero no se usa el nombre correlativo de pastor, el de rebaño. Aunque nada tendría de extraño que la “mala pécora” fuese una expresión nacida en los púlpitos. En cualquier caso no recoge el nombre de la colectividad, sino el de un individuo. 

El fenómeno ganadero humano no está en la denominación, sino en la realidad. La humanidad crece y crece sin parar únicamente porque es la principal especie ganadera; porque el incremento de individuos tanto para la familia ayer (hoy todavía en los países subdesarrollados), como para la empresa, como para el estado, es incremento de ganancias. Y la causa última de que el pequeño rebaño familiar esté en profunda crisis, hay que buscarla en el hecho de que ha dejado de ser ganadero, es decir que ha dejado de producir ganancias. Por eso los llamados países desarrollados buscan las ganancias en el trabajo, e importan la producción ganadera de otros países en que efectivamente el crecimiento de la unidad familiar le produce ganancias ganaderas al pastor del pequeño rebaño, al padre de familia.