PROFESIONALIZACIÓN DE LOS ROLES FEMENINOS 

A la mujer desde siempre le han estado reservadas la casa y la familia, con todo el trabajo que éstas producen: limpieza, comida, ropa (antes hasta hilaba y tejía), niños, ancianos, enfermos; y como dice Homero de Criseida después de referirse a las demás labores, kai emon lecoV antioosan (kai emón léjos antióosan), y obligada a frecuentar mi lecho. No había gran diferencia, sobre todo respecto a la última obligación, entre el régimen de esclavitud y el de libertad. Por eso la mujer apenas notó el cambio de régimen: sus obligaciones siguieron siendo las mismas. Y todo, absolutamente todo lo que formaba parte de su rol de mujer, era para ella obligación moral, mucho más rigurosa que la legal. 

Pero la modernidad cambió las cosas radicalmente: primero fueron las técnicas que le aliviaron los trabajos domésticos: las máquinas de lavar, coser, planchar y sobre todo la renovación vertiginosa de la ropa (su fabricación inmensamente más abundante) dejaron libre a la mujer un tiempo del que nunca había gozado antes. La limpieza de la casa se acortó y se simplificó mucho gracias a la aspiradora y a los productos de limpieza. Y en la cocina la ayuda fue igual de notable: desde la desaparición de los laboriosos fogones de carbón o de leña, hasta los robots que cortan, trituran, baten y amasan. La industria que atendía a la fabricación de todos estos ahorradores y simplificadores del trabajo de la mujer en casa, adquirió y sigue teniendo proporciones gigantescas. De hecho, un gran número de mujeres pasó a trabajar a ese sector en vez de hacerlo en casa. 

Pero siguió el proceso de liberación, y así el cuidado de los enfermos pasó a los hospitales, cuya oferta de camas se multiplicó al ritmo que las mujeres dejaban de atender a sus enfermos en casa, para atenderlos profesionalmente en los hospitales. Otro tanto ocurrió con los niños y con los ancianos, que al dejar de ser atendidos por la mujer en casa, pasaron a la responsabilidad de instituciones cuya plantilla laboral está formada mayoritariamente por mujeres. Se multiplicaron de forma increíble los establecimientos donde la gente va a comer, como resultado de la ausencia de la mujer de casa; pero eso se había iniciado con la fabricación industrial de productos alimentarios elaborados que se habían hecho siempre en casa, empezando por el pan y toda la repostería, y acabando en las carnes y pescados cortados y presentados de manera que simplificaban mucho la cocina, hasta llegar a los platos precocinados, pasando por las conservas, salazones y embutidos. A eso hay que añadir por una parte la hostelería y por otra los servicios de limpieza domiciliaria, cada vez más a cargo de empresas. 

¿Cuál es la novedad? No la eliminación del trabajo de la mujer en casa, sino su desplazamiento fuera de casa. Pero no es ese el fenómeno más sobresaliente, sino el de su calificación: todas esas actividades que había ejercido la mujer en casa, que en fin de cuentas tienen un carácter asistencial en favor de la familia, sufrieron un giro copernicano en cuanto a su consideración social y moral. De rol femenino que habían sido, obligación moral y casi natural por tanto, pasaron a ser simplemente trabajo, merecedor de retribución. Ya casi todo está en ese régimen: hasta por tener hijos se reclama retribución. ¿Y el sexo? (Continuará)

ROL

Está claro que todo control, en lo que respecta a la conducta humana, funciona de contra rol. En lo que denominamos control de la natalidad, más todavía. Se trata por encima de todo de cambiar un rol. Mejor dicho, dos: uno fisiológico, y otro vital.

Con el control de la natalidad se pretende en primer lugar cambiar el rol natural de la hembra. Se trata, en el caso de la hembra humana, de que apenas ejerza de hembra: que su rol de hembra quede limitado a aquello que nos conviene. Se trata de inhibir unas funciones preseleccionadas. Precisamente la gracia del control está en que se seleccionan las funciones que se quieren inhibir. Y bien, para que esto funcione, hay dos caminos: o dejar en desuso la parte de la anatomía sexual que no interesa, o modificar su funcionamiento en razón de lo que interesa. En el caso de las vacas, vagina no, vientre no, ubres sí, a tope. En el caso de la mujer, vientre no, ubres no, vagina sí, a tope. Y en cada caso se ha empleado a fondo la ciencia para potenciar lo que más provechoso resulta, y dejar atrofiado o en desuso lo que no conviene. Respecto a la potenciación funcional de las ubres de la vaca, se trata de eliminar la copulación, porque es ruinosa para la productividad; mientras que la lactancia la hemos potenciado al máximo, porque es lo que nos conviene potenciar de su ciclo sexual (reproductor). 

Es el rol que le hemos asignado, y al incidir este rol en su vida sexual, no nos queda más remedio que someterla a riguroso control. Nos consta que la iniciativa no fue de las vacas. En el caso de la mujer, lo que convenía (cui? ¿a quién?) era la potenciación funcional máxima de la vagina, y la inhibición del resto de funciones sexual-reproductoras, para adaptarla al nuevo rol que se le había asignado. Esto imponía un control, un contra rol riguroso, por una parte de la fisiología de la ovulación (se trataba de potenciar al máximo la copulación eliminando al mismo tiempo el riesgo del embarazo). A esto se le llamó "control de la natalidad" y de una manera más positiva, "maternidad responsable".

Pero no era ese el rol a cuyo servicio estaba el control. Se trataba en primer lugar de conseguir una mujer mucho más dispuesta a la copulación y más desinhibida durante la misma. Se creía que el temor al embarazo no deseado era la causa más poderosa de su inhibición sexual, junto con los prejuicios culturales (el tiempo se ha cuidado de demostrar que no era así). No consta que la iniciativa para adoptar ese rol específico haya sido suya. Y no es porque no se hayan hecho esfuerzos de todo tipo para que fuese ella la que llevase la iniciativa, en busca del equilibrio con la demanda sexual del hombre; pero no se ha conseguido. Han fracasado uno tras otro todos los esfuerzos realizados para sustituir el débitum coniugale del derecho canónico, por la libre disposición de la mujer al coito sin disminuir la frecuencia que éste imponía, es decir la demandada por el hombre. 

A pesar de todos los inventos, a pesar de todos los esfuerzos por liberar a la mujer de complejos reales y ficticios, y de la gravísima enfermedad de la frigidez, no ha habido manera de equilibrar el deseo de copulación de la mujer con el del hombre. En segundo lugar el control de la natalidad ha servido al nuevo rol de la mujer en la economía global: era un despilfarro para el sistema renunciar a una mano de obra tan cualificada, cuando la función reproductora podían hacerla mujeres de bajísimo rendimiento económico.