EL TRABAJO DE CRIAR 

Está en el orden natural de las cosas que todo lo que hizo la mujer en régimen de esclavitud, quiera hacerlo ahora en régimen de trabajo: remunerado por tanto. Y más aún cuando el que ella asuma trabajos supernumerarios libera de trabajos a otros, o les produce beneficios adicionales. Esa es la pura realidad en cuanto a los hijos: tiempo hubo en que los tuvo en régimen de esclava, para pasar a tenerlos luego en régimen de obligación moral para con su legítimo cónyuge y para con la patria. Eso sí, cargando además, y por lo general sola, con toda la sobrecarga laboral que ello implica: una sobrecarga que a tenor del tratamiento fiscal que recibe la mujer (o en su caso la pareja) con hijos, es de su cuenta exclusiva. 

Compadecidos los estados de esa situación tan onerosa (pero por lo visto justa y equitativa), han decidido aportar limosnas en diversas cuantías a las mujeres que se deciden a tener hijos. El estado francés es tan dadivoso, que hasta pueden dedicarse como profesión al proletariado quienes lo deseen. Su trabajo resulta muy bien retribuido. Los estados prefieren eso que la justicia, la equidad y la coherencia, porque eso les arruinaría. Si a todo hijo desde que nace se le considerase sujeto fiscal, otro gallo nos cantara. Si la madre cobra 2 y cotiza al fisco por 2, pasaría a cotizar por 1, y el hijo también: donde había para el fisco una contribuyente acomodada que tenía un alto tipo impositivo, habría pasado a haber dos contribuyentes pobres, a los que probablemente, en estricta justicia distributiva, no sólo no se les tendría que cobrar impuestos, sino que se les debería ayudar encima. 

¿Por qué no se hace así? Pues porque estamos aún en la inercia de cuando los hijos eran una inversión para la familia, porque ésta funcionaba en régimen de caja única (como luego haría el estado) que asumía todas las obligaciones asistenciales, desde la crianza y formación laboral de los hijos, hasta la pensión de los ancianos, pasando por la asistencia a los enfermos y la ayuda puntual a cada miembro de la familia cuando lo necesitaba (por ejemplo, el hijo o la hija que se casaba). Y evidentemente, mientras eso fue así, no tenía ningún sentido que alguien retribuyese a la mujer o a la familia por tener hijos, pues eran hoy carga colectiva y mañana beneficio también colectivo. Esa situación persiste en los países de los que importamos “capital humano” para suplir nuestra bajísima productividad de ese capital que le produce a la mujer o a la familia todos los quebrantos económicos y laborales, pero ningún rédito económico o laboral.  

La más elemental coherencia exigiría por lo menos que toda persona, desde que nace, fuese considerada como sujeto fiscal, y que las rentas de la madre o de la familia tuviesen el consiguiente tratamiento. Pero como eso representaría sobrecargar los impuestos de quienes no tienen hijos, el estado ha echado sus cuentas y ha decidido que de momento soporten la sobrecarga económica las temerarias y los temerarios que se ponen a tener hijos; que prácticamente tengan el mismo tratamiento fiscal que quienes no los tienen; y que el “capital humano” que vaya faltando, se cubra mediante la inmigración. Es que producir hijos se ha convertido en un trabajo más, en el que las deserciones son ya muy numerosas, por lo que se está empezando a pensar en pagar esa actividad

ESCLAVA 

En español es el femenino de esclavo, término que entró en Europa hacia el siglo XIV, como resultado de la confluencia entre el nombre que se daban a sí mismos los pueblos eslavos, “sloveninu”, que fueron el principal yacimiento de esclavos explotado por Europa, y el bizantino sklaboV (sclábos), que significaba eunuco, castrado, y acabó significando esclavo. 

Por una parte estaban los eslovenos o eslavos, a muchos de los cuales se les convertía en esclavos cuando éstos conservaban su nombre latino servus (pl. servi). Fue el predominio de esta etnia entre los esclavos, lo que convirtió en sinónimos el gentilicio slavo y el término latino servus (ya con diversas formas en las nacientes lenguas románicas). A ello contribuyó el desarrollo y un cierto prestigio de la servidumbre que trajo consigo el feudalismo, al crear la pirámide de enfeudamientos por debajo del rey, a cuyo servicio (derivado de servus) se honraban de estar los más altos nobles, que a su vez tenían a su servicio otros nobles de menor nivel, hasta llegar a los siervos de verdad, a los que se llamó siervos de la gleba por diluir en la tierra la dominación que ejercía sobre ellos el señor. Pero peor situación que esa era la de los esclavos traídos de eslovenia, que se compraban y vendían como antaño los servi romanos y eran destinados a los trabajos más duros. Empezó a haber pues, siervos y esclavos. 

Pero no se formó sólo a partir de ese origen la palabra esclavo: ahí estaba otra realidad, la de los eunucos (castrados), una práctica muy común en el imperio bizantino, a los que se llamaba sklaboV ((sklábos). En algún momento se asoció en nuestra cultura la idea de la esclavitud con la pérdida de la potencia sexual. Esto nos convierte al esclavo en oficio de género con denominación propia. Es posible que sean un vestigio de esa nueva realidad, expresiones como “no tienes cojones”, para retar a alguien, o decir que se pondrán “los cojones sobre la mesa” para alardear de que se tienen, y que por tanto se tiene la firmeza del hombre libre. En efecto, la práctica de la castración en la ganadería para quitar la fogosidad a los machos para carne, o amansar a los de trabajo (es el caso del toro transformado en buey), se practicó en cierta medida también con los esclavos, de los que era preciso por diversos motivos privar del sexo. Ciclán es el nombre que se daba al animal castrado; otra palabra de la misma familia que esclavo, que contribuyó también a la formación de este término. 

Atendiendo al origen étnico, la formación del femenino esclava era coherente. Pero no lo era atendiendo a la aportación bizantina, de carácter netamente sexual masculino, que tiene su reflejo tanto léxico como fáctico en la castración de los machos en la ganadería y animales de trabajo. Los romanos tenían un nombre para el esclavo (servus), y otro para la esclava (ancilla), porque eran realidades distintas, tanto por lo menos como lo eran el buey y la vaca. Había una gran diferencia entre el esclavo y la esclava, y es que tal como ésta era valiosa y explotada sexualmente para la producción de esclavos (vernae), que era un negocio per se, el esclavo no sólo no tenía ningún valor sexual, sino que incluso se llegó a practicar en él (a diferentes niveles según lugares y épocas) la castración para asexuarlo, puesto que el sexo dificultaba su explotación.