EL ÁRBOL DE LA VIDA 

LA CULPA GENÉSICA 

Si de pronto descubriéramos que las vacas además de rumiar piensan, nos veríamos obligados a darles explicaciones de por qué son como son y por qué han de vivir como viven. Y no sería fácil. Habría que redactar un nuevo Génesis en el que ellas fuesen las protagonistas. Y para explicar la negra esclavitud a que las hemos condenado, tendrían que resultar culpables de algún horrible pecado contra el hombre, un pecado proporcional al castigo que les hemos impuesto. Nosotros somos no sólo sus criadores, sino también sus creadores, y les debemos una explicación suficiente del triste y lamentable hecho de que toda vaca, por el simple hecho de haber nacido, está condenada a la esclavitud en la peor cautividad, sometida a todo género de abusos y vejaciones, y por fin a la muerte. Y todo ello por la voluntad de su criador, que así la ha diseñado (o designado, que es lo mismo). Es evidente que la vaca y los demás animales creados por el hombre para completar con ellos su peculiar ecosistema, no son más que una proyección de nuestra propia naturaleza; por eso, por lo que de humano tienen, los dioses los aceptan como víctimas sustitutorias del hombre. 

Volvamos al Cordero de Dios y al chivo expiatorio: es que no hay manera de desligar del hombre a las víctimas de los sacrificios. Representan al hombre, son sacrificadas en lugar del hombre. Al cordero de Dios se le sacrifica porque sobre él se han cargado todas las culpas del mundo: si no fuese culpable no se le sacrificaría. Al chivo expiatorio se le manda al desierto porque sobre él ha cargado el sacerdote todos los pecados del pueblo; de lo contrario no se le condenaría. Son culpables por delegación o por transferencia de culpabilidad: por eso se les sacrifica. 

En el castigo que infligimos a los animales que criamos para el consumo, y en el sacrificio en que se remata su vida, podemos ver la magnitud de nuestra culpa y la negrura de nuestro pasado. Son ellos los que han cargado con la peor parte de la primitiva condición humana. En los ritos sacrificiales ellos son formalmente culpables (porque cargan con nuestra culpa) y por ello son sacrificados. Si no fuesen culpables, y si no se sacrificasen ritualmente, sería un delito de sangre matar a esas criaturas que se crían en casa como parte de la familia. Igual que era un delito de sangre maltratar y matar a un esclavo si no era culpable. 

La condición humana actual, incluso la más dorada, acusa su origen (que la religión hace venir del pecado contra Dios; y la antropología, del pecado contra la naturaleza, y sobre todo contra la propia especie). El echar la vista atrás nos lleva a regiones cada vez más oscuras. La dominación política y la explotación laboral fueron antes esclavitud pura y dura, a la que se accedía por la violencia. De un negro más intenso todavía proceden las leyes y usos de emparejamiento humano y de reproducción: los animales que criamos se han quedado también en esto con nuestra peor parte. Y al final del viaje de retorno a nuestros orígenes, nos encontramos al hombre empeñado en saber tanto como Dios para poder hacer de criador de hombres, echando mano para ello del Árbol de la Vida. Y sigue en su empeño erre que erre: pero ahora, para avanzar en su creación, en vez de cruzar individuos, cruza y elimina escalones del genoma.

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