EL ÁRBOL DE LA VIDA 

¡OH FELIZ CULPA!

“¡Oh feliz culpa que nos mereció tener tan grande y excelente Redentor!”, exclama la iglesia en el Exultet del Sábado Santo. Tras esta exclamación de júbilo no está solamente el genio lírico de San Agustín, sino también la filosofía de la relación antropológica entre Dios y el Hombre  Las relaciones entre Dios y el hombre, en efecto, están definidas por la CULPA.  ¿Acaso podía ser de otro modo? El hombre está en DEUDA con Dios desde su creación. De hecho, en el Génesis el hombre hace su aparición en escena para pecar. Es que si no es ésta la relación, ¿en qué se fundaría la superioridad de Dios sobre el hombre? Si no hay deuda, no hay ni sacrificios, ni penitencia, ni siquiera súplicas. 

Puesto que a efectos dialécticos antropológicos no importa si es Dios el que hace al hombre a su imagen y semejanza; o es por el contrario el hombre el que hace a Dios a su imagen y semejanza, ya que el resultado humano es el mismo; prefiero rehuir el plano teológico, oficio de teólogos con quienes no pretendo competir, y limitarme a traer mi especulación al terreno estrictamente humano, en el que no juega la fe, sino la razón. En este terreno pues, parto del postulado de que cada hombre crea a su Dios a su propia imagen y semejanza. Y cuando crea hombres o sucedáneos del hombre (piénsese en los animales y las plantas con que ha reconstruido la cadena trófica que rompió con el pecado original), también los crea a su imagen y semejanza. Las criaturas del hombre, pues, nos dan la más auténtica dimensión humana pueblo por pueblo, época por época, cultura por cultura, hombre por hombre. 

Ante el hecho cultural de la HUMANIDAD CULPABLE en su conjunto y persona por persona, es obligado preguntarnos: ¿EXISTE LA CULPA antropológica o se trata de un producto cultural? Mi convicción profunda es que todos los mitos y todas las historias que abordan el origen del hombre, desde el mito religioso del Paraíso hasta la más moderna y “científica” prehistoria, son pura mitología y han sido diseñados al servicio de una idea preconcebida. Y que desde el rigor antropológico es mucho más coherente el Mito del Paraíso Terrenal, que la burda trama mitológica que les ha puesto una música épica a las letras sueltas y borrosas que nos han aportado la arqueología y la paleontología. 

El mito prehistórico fue diseñado para exaltar el trabajo como fuente y origen del progreso y del engrandecimiento del hombre. No podía ser de otro modo, puesto que los dogmas marxistas sirvieron de luz y guía de la Prehistoria. El mito bíblico en cambio, responde a un diseño en que el hombre es el perdedor y Dios la única fuente de prosperidad humana. 

La primera gran diferencia entre ambas concepciones, una diferencia que abre entre ellas un abismo insalvable, es que en la concepción religiosa son dos los protagonistas: Dios y el Hombre. En la concepción “científica” en cambio, hay un solo protagonista: el Hombre. En clave antropológica es inevitable la lectura “humana” del doble protagonismo, es decir que Dios es la expresión extrema de la dualidad del hombre: no una dualidad existencial y esporádica, accidental por tanto como quieren entender la historia y la prehistoria; sino una dualidad esencial. En religión, “el otro” del Hombre, el que está por encima de él es Dios.

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