SÓLO SE SACRIFICAN CRIATURAS HUMANAS En la
sintaxis de los sacrificios hay algunas coordenadas que ilustran
con suma claridad su sentido antropológico. En primer lugar no
admiten para el sacrificio animales que no haya criado el
hombre. Nada de caza por tanto, ni pescados ni reptiles, ni
roedores, ni otras alimañas, ni aves (exceptuadas tan sólo tórtolas
y palomos criados en casa, que algún significado o alguna razón
histórica, mítica o mágica tendrán). Y entre las criaturas
humanas, sólo las que alcanzan un nivel de dignidad: nada de
gallinas, patos y conejos, que no son merecedores de pasar por
el altar de Dios. Es singular también que entre las criaturas
fruto del tesón creador del hombre aceptadas por Yahvé para el
sacrificio, esté el pan en sus diversas presentaciones, pero
siempre sin levadura. En la
historia de los sacrificios se nos presenta como principal víctima
el propio hombre, o por concretar aún más, “el hijo del
hombre”. Que es la principal por ser la más apetecida y
apreciada por los dioses, parece evidente, al menos en
determinados perfiles culturales y religiosos entre los que se
cuenta el nuestro. De ahí que sea legítimo (e inevitable)
preguntarse si además de ser el hombre la primera víctima en
el aprecio de los dioses, no lo será también en la historia de
los sacrificios, es decir en la sucesión cronológica. El hecho de
que los sacrificios humanos se manifiesten en recesión desde su
misma aparición en escena (en nuestra cultura, Yahvé
representa un paso de enorme trascendencia en la recesión de
los sacrificios humanos), nos obliga a describir la trayectoria
de este fenómeno como de más a menos. La pregunta lógica sería
cuánto más; y si hemos de atender a los ritos, la respuesta
podría ser TODO. Es decir que en origen todos los sacrificios
pudieron ser humanos. O dicho de otro modo, que cuando al hombre
se le ocurrió ofrecerle sacrificios a Dios, o cuando a Dios se
le ocurrió exigirle sacrificios al hombre, en el único
sacrificio que pensaron fue el SACRIFICIO HUMANO. Y que
paulatinamente, en la medida en que el hombre fue capaz de
ofrecerle a Dios sucedáneos dignos de sustituirle, en esa
medida se fue produciendo el relevo. Dios debió sentirse muy
satisfecho y orgulloso del hombre, cuando éste le ofreció en
su lugar, bien domesticado y con una alta capacidad de producción,
la vaca. La oveja y la cabra no las desdeñó allí donde los
pastos no permitieron criar un animal tan enorme y tan noble. El caso es
que en nuestra historia de los sacrificios aparece en primer
lugar el hombre, sustituido luego por los animales de rebaño,
criados por el hombre a su imagen y semejanza en muchas cosas;
pero sobre todo para sustituirle en el altar de Dios y en la
mesa del hombre. El caso más paradigmático es el chivo
expiatorio sobre el que traspasa el sacerdote todos los pecados
del pueblo, y que se repetirá en el Cordero de Dios, que carga
con los pecados del mundo. ¿Hasta qué punto son los animales criados por el hombre mera sustitución del mismo, tan sólo un canje tanto en el altar como en la mesa? Los primogénitos animales hay que sacrificárselos a Yahvé, y los primogénitos humanos hay que canjearlos por un ternero. Y también por los demás nacidos hay que ofrecerle un carnero. Y luego hay ofrendas que se mecen como si fuesen criaturas. |