EL ÁRBOL DE LA VIDA 

LOS SACRIFICIOS DE COMUNIÓN 

Eso de comer cada uno en su casa no deja de ser una rareza cultural, porque no es lo más común: el concepto de comunidad tanto tribal como política (hay un punto de convergencia de ambos modelos) raramente se redujo a las casas unifamiliares (en el actual concepto restrictivo de familia). Circunstancias distintas hacen que ahora volvamos a no comer en casa, pero sin que de ahí resulte la vuelta a la comida en comunidad o en comunión. Debemos recordar a este propósito que el mismo concepto de “compañía” lo traemos del “pan”, de comer juntos. 

Es que el comer tiene mucho de ritual y de sagrado. Entre los carnívoros que viven y cazan en manada, del mismo modo que hay rituales de caza en virtud de los cuales cada uno ocupa su lugar jerárquico para contribuir al buen éxito de la batida, hay luego también un estricto ritual de consunción de la víctima en el que se respetan igualmente las jerarquías. En la naturaleza no hay dios ni hay sacrificios explícitos. Son las especies superiores en la cadena alimentaria del sistema ecológico, las que ejercen de dioses y se sirven ellas mismas. Por eso el hombre cazador nunca ofreció sacrificios. Éstos son propios del hombre agricultor y sobre todo ganadero. 

“Esto es lo que manda Yahvé: cualquier hombre de la casa de Israel que degüelle un toro, un cordero o un cabrito dentro o fuera del campamento sin traerlo a la entrada de la tienda del tabernáculo para presentarlo como ofrenda a Yahvé, a ese hombre se se le imputará un pecado de derramamiento de sangre, porque ha derramado sangre. Por eso será extirpado de en medio del pueblo, para que aprendan los israelitas que las víctimas que ahora degüellan en el campo las han de traer a Yahvé, a la entrada de la tienda del tabernáculo, al sacerdote, para que los sacrifique como sacrificios de comunión a Yahvé. El sacerdote esparcirá la sangre sobre el altar de Yahvé, a la entrada de la tienda del tabernáculo, y ofrecerá la grasa en perfume suave a Yahvé. Y ya no ofrecerán más sus sacrificios a los demonios en forma de cabra con los cuales se prostituyen. Esto será para ellos un estatuto perpetuo en sus generaciones.” 

Es el cap. 17,2-7 del Levítico, el primer texto en que se define lo que es el sacrificio de comunión. Se comía en comunidad, y todo lo que se comía era sagrado y debía ser consagrado formalmente a Dios (el único vestigio que nos queda de esos rituales es la bendición de la mesa, allí donde aún se practica). Cuando hablamos por tanto de COMUNIÓN hacemos alusión a dos conceptos que van juntos en este término: la comida en común, que es a lo que se refiere explícitamente la palabra, y al sacrificio, porque tratándose de animales criados por el hombre (la caza no estaba sometida a este ritual), eran cosa sagrada que debía pasar por el templo y por el altar de Dios. Hay que añadir un factor importante pero accesorio, porque lo esencial era el dominio de Dios: la porción que tenían los sacerdotes en los sacrificios. De los expiatorios, lo que no se quemaba para Yahvé (en los holocaustos, toda la víctima) estaba destinado a los sacerdotes y a sus familias. Pero también tenían parte en los sacrificios de comunión, como especifican los versículos 14 y 15 del capítulo 10 del Levítico.

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