MÍA
Mía: así
te llamas.
¿Qué más harmonía?
Mía: luz del día;
mía: rosas, llamas.
¡Qué aroma
derramas
en el alma mía
si sé que me amas!
¡Oh Mía! ¡Oh Mía!
Tu sexo
fundiste
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.
Yo triste,
tú triste...
¿No has de ser entonces
mía hasta la muerte?
Rubén
Darío, 3 de enero de 1897 |