Tratándose del
personaje de que se trata, es verosímil que la etimología que se
suele dar de su nombre, no sólo sea la acertada, sino incluso que él
mismo la conociese y por ello hubiese elegido el nombre. Porque
Ignacio de Loyola, no se llamaba así, sino Iñigo, pero cambió el
nombre desde el momento en que decidió cambiar radicalmente de vida.
Ignacio dicen que viene de la forma latina Ignatius, formada
a partir de ignis, que significa fuego.
Ignatius vendría
a significar por tanto "inflamado", "portador de fuego"; porque
realmente es eso lo que fue san Ignacio de Loyola, un volcán del que
salieron ríos de fuego vivificador. El mundo no siguió siendo el
mismo después de san Ignacio y de su Compañía, que como un ejército
disciplinado fue conquistando posiciones en la Iglesia y en el
mundo. Su anterior nombre, Iñigo, parece proceder de un
topónimo vasco que significaría "lugar encrespado". En sus dos
formas, este nombre ha hecho fortuna, siendo muy apreciada
últimamente por los más castizos la forma de Íñigo.
San Ignacio de
Loyola nació en el castillo de Loyola, hoy en el término municipal
de Azpeitia (Guipúzcoa) en 1491 (un año antes del descubrimiento de
América) y murió en Roma, el 31 de julio de 1556. Como noble que
era, eligió la carrera de las armas. Sirviendo al duque de Nájera en
calidad de gentilhombre, el rey de Francia decidió invadir España.
Llegado a Pamplona, la sitió. En esta contienda una bala de cañón le
pasó entre las dos piernas, rompiéndole la derecha por debajo de la
rodilla y dejándole muy malparada la izquierda.
Durante su
invalidez, tuvo tiempo de cultivar su espíritu. Leyó numerosas vidas
de santos. Pasó primero por el santuario de Aránzazu y luego por el
de Montserrat para reconfortar su espíritu y prepararse para la gran
aventura que le esperaba. Renunció Íñigo a todo, incluso a su
nombre, y empezó una nueva vida de espiritualidad en la cueva de
Manresa. Allí escribió sus famosos Ejercicios espirituales.
De allí pasó a Barcelona, viviendo de limosnas, que repartía con
otros pobres, hasta que pudo embarcarse hacia Tierra Santa.
Vuelto a
Barcelona, decidió que tenía que estudiar para mejor servir al
prójimo. Empezó, pues, a los 32 años sus estudios de latín en la
escuela, al lado de los mozalbetes que cursaban estos estudios;
continuó en Salamanca y luego en París, donde conoció a Francisco
Javier y otros compañeros de estudios, con quienes inició la
fundación de la Compañía de Jesús. No habiendo podido cumplir todos
ellos su propósito de trasladarse a vivir a Tierra Santa a imitar a
Jesús, primero por la enfermedad de Ignacio, y luego por la guerra
de los turcos contra los Santos Lugares, decidieron ponerse a
disposición del papa para trabajar por la Iglesia como él quisiera
ordenarles. De esta manera acabó de tomar forma la obra de Ignacio
de Loyola y de extenderse por todo el mundo con un vigor imparable.