MIREYA
La
universalidad del nombre de María ha hecho que se desarrollase en todas
las lenguas y en todas las culturas cristianas, musulmanas y judías, lo
que ha dado lugar a una gran multiplicidad de las formas de este nombre.
Entre las más singulares y entrañables está la de Mireya, procedente del
provenzal Mireio (no hace el femenino en a). Según Mistral esta
forma procede directamente del hebreo Miriam, que se usa todavía
así en las familias judías. En Provenza está muy extendido su uso
incluso en la forma original Mireio. Y desde ahí se ha extendido
por toda Francia con la forma Mireille, y por España con la
grafía Mireya. La grafía francesa induce a emparentar el nombre
con miroir y demás palabras de la raíz "mirar" que desembocan en
"espejo", "maravilla", etc., pero es mucho más sólida su procedencia de
la forma hebrea de María. El martirologio romano nombra una santa
africana con el nombre de Mireya. Popularizaron este nombre el poema de
Federico Mistral titulado Mireio y la ópera de Gounod, del mismo
nombre en grafía francesa: Mireille.
Mireio fue
publicado por primera vez en Aviñón en 1859. El poema canta los amores
de una mocita, Mireio, con el joven Vicente, un cestero que vaga
con su padre por las masías de la región. Mistral deja volar su pluma en
la descripción de los amores y de los encuentros de los amantes. Pero he
aquí que aparecen competidores y el padre de la joven decide que se
llevará a la doncella el que mejor demuestre su valor. Gana su enomorado,
pero el padre no se da por satisfecho. La chiquilla, desconcertada, va
en romería al santuario de las Santas Marías, a través de llanuras y
marismas. La niña llega destrozada por la insolación y muere ante el
altar de las santas. Está escrito el poema en lengua provenzal, en la
llamada estrofa mistraliana, creación del poeta. Es todo él de una
belleza, una ternura y un candor extraordinarios.
Las Mireyas celebran
su onomástica el 15 de agosto, la festividad más grande de María,
la gran forjadora de la mujer en el universo cristiano. Las Mireyas
además de gozar de un bellísimo nombre, tienen todo lo que éste
significa: la síntesis de todos los valores por los que ha luchado la
mujer a lo largo de estos dos milenios en la cultura que denominamos
humanismo cristiano. Si miramos a lo que todavía falta por conseguir,
puede parecernos que no es tanto; pero si nos comparamos con otras
culturas en que tienen emprendida la misma lucha con menor fortuna,
vemos que los niveles de libertad, de dignidad y de reconocimiento de la
mujer en nuestra cultura, son los más altos del mundo. Es forzoso
reconocer que si a través de la figura de María no se hubiese ido
forjando y labrando un ideal de mujer libre (la virginidad fue el
paradigma de la libertad, aunque nos cueste creerlo) y de madre también
libre (en un momento en que era muy poco lo que escapaba a las formas
omnipresentes de la esclavitud), si no hubiese sido porque el mundo
cristiano forjó en María su ideal de mujer y madre, no estaría hoy donde
está la mujer occidental. Hay que felicitarse, pues, de las excelencias
y de la virtud de un nombre que tiene tanta, especialmente en una forma
tan dulce como la de Mireya. ¡Felicidades!