EL
ALMANAQUE
analiza hoy,
siguiendo el hilo de la fidelidad, su contrario, la
infidelidad.
Uno de los extremos más
necesarios y olvidados en relación con esa novela llamada
historia, es el hecho de que no está acabada.
Chesterton
Todavía no está dicha,
pues, la última palabra sobre la fidelidad y la infidelidad en
la pareja.
SÉ INFIEL Y NO
MIRES CON QUIÉN
Si la fidelidad es una antigualla, la infidelidad es progreso,
es ponerse al día. Por eso la progresía forjó este refrán y lo
propaló cuanto pudo, a imitación de aquel otro que dice:
HAZ BIEN Y NO
MIRES A QUIÉN. Pero el refranero, tan conservador, no le da
cabida.
INFIDELIDAD
Sobre la palabra fidelidad, que
está construida en latín a partir de la idea de la fiabilidad,
y de que la carga de la virtud no está en quien confía, sino en
quien se hace merecedor de esa confianza; y construida también a
partir de la idea que se expresa aún más claramente en griego en
la palabra pistiV (pístis) que es con la que denominan la
fe, y que procede del verbo peiqw (péizo), cuyo
significado es básicamente convencer (de diversos modos opuesto
a vencer); sobre la fidelidad, digo, se ha construido la
infidelidad. Y repito, se ha construido como reacción de
rebeldía contra la fidelidad, por ser ésta la continuidad de una
situación vivida como imposición. Y me refiero tanto a la
fidelidad masculina como a la femenina.
Digo, pues, que la infidelidad
es algo vivido en negativo y en rebeldía; que no sólo es
negativa su forma léxica, sino también su forma vital. Si
volvemos a la fidelidad genérica (ver web), observamos
que en cualquier caso no nace de la libre voluntad, sino que
viene impuesta por una previa acción de fuerza, que se pretende
asentar como una relación de confianza mutua, de pacto entre el
ganador y el perdedor por el que se comprometen ambos a dar por
bueno el statu quo resultante de esa acción, y a no
modificarlo. Si no hubiese en todo pacto un ganador y un
perdedor, aún estarían por inventar los pactos.
Todos nacen de una relación de
dominación-sometimiento. Todo pacto (pango, pangere, pactum =
clavar las estacas en señal de que se renuncia a seguir
invadiendo el territorio ajeno) es una suspensión de las
hostilidades y en él se invoca la fe mutua, es decir la
fiabilidad recíproca. La toma de prendas o rehenes fue la forma
más habitual de garantizar el cumplimiento de los pactos. Eso
explica las grandes cortes, eso explica muchísimos matrimonios
(Salomón, a causa de los pueblos y ciudades que sometió a
tributo, entre mujeres y concubinas juntó en su palacio tantas
como 900). Y desde siempre, los pactos se han cumplido mientras
se ha mantenido la situación de debilidad del que resulta
"obligado" a cumplir el pacto por ser la parte perdedora.
En el matrimonio, por el origen histórico del
mismo y por la evidente diferencia de interés sexual entre el
hombre y la mujer, y a semejanza de Briseida, atendiendo al
servicio del marido y de la casa, y sirviéndole también en el
lecho velis nolis (tanto si quieres, como si no), ésta no
es que se haya sentido, sino que ha sido siempre perdedora, y a
ella le correspondía, naturalmente, la carga de la fidelidad.
Además estaba en condición de rehén desde el momento en
que no podía librarse de su forzada fidelidad al pacto que se le
había impuesto (el único posible a partir del contexto social y
económico en que éste se producía).
Por eso se entiende perfectamente que en todos
aquellos casos en que el amor mutuo no había transformado en
voluntaria y gozosamente aceptada la fidelidad impuesta por el
pacto matrimonial (un auténtico contrato leonino), tan pronto
como la mujer dejó de ser rehén de su marido gracias a la
independencia económica, hizo saltar por los aires la fidelidad
impuesta, buscando recuperar y ejercitar su libertad
precisamente en la infidelidad.
(Continuará)