LA NOCHE MÁGICA DE LOS REYES MAGOS
No ha sido nada fácil llegar a la magia de esta noche
a partir del relato bíblico: unos magos (dedujimos que
eran tres porque tres fueron los regalos), guiados por una
estrella, vinieron de Oriente (magoi apo anatolwn /
mágoi apó anatolón, dice el texto bíblico) preguntando
dónde estaba el recién nacido rey de los judíos, "pues
vimos su estrella (autou ton astera /autú tón astéra)
en el oriente y venimos a adorarle… y he aquí que la
estrella que vieron en el oriente los guiaba hasta que
yendo se posó encima de donde estaba el niño. Y en viendo
la estrella se llenaron de inmensa alegría. Y entrando en
la casa vieron al niño con María su madre y postrándose le
adoraron, y abriendo sus tesoros (touV qhsaurouV autwn
/ tus zesaurús autón) le ofrecieron sus regalos:
oro, incienso y mirra (cruson, libanon kai smurnan /
jrysón, líbanon kái smýrnan)…"
Y sobre este relato hemos ido construyendo la noche
mágica de Reyes. Un mito sobre el que sustentar un rito,
el de sorprender a los miembros de la familia, y muy en
especial a los niños, con regalos aparecidos de forma
misteriosa; ritualización destinada a cultivar el regalo
como expresión de afecto y generosidad, para solemnizar
una vez al año el amor de la familia. Precisamente es de
esto, de lo que se trata: de volcarnos un día en los
demás, especialmente en los niños, de convertirlos en el
centro de todas las atenciones.
Puede ser que esto no nos diga nada hoy, que los
niños son reyes y tienen reyes todo el año. Pero estas
costumbres y estas inclinaciones nos vienen de muy
antiguo. En nuestra cultura las tenemos datadas desde las
saturnales (las fiestas navideñas romanas, las del
solsticio de invierno). Recordemos que una de las
características más notables era que los esclavos (pueri
= niños los llamaban, como nosotros al chico de los
recados, a la chica de servicio, al mozo de almacén,
tengan la edad que tengan; es que no se diferenciaban
mucho de los niños), los esclavos, digo, se sentaban a la
mesa con los señores, se intercambiaban regalos; reinaba
la hermandad universal durante esas fiestas.
Cuando Saturno, el dador de todos los bienes, dejó de
ser alguien, se abandonó su leyenda, y trasladamos las
mismas costumbres a la Navidad, colocando los regalos unos
bajo la leyenda del Niño Jesús, que es el que visita las
casas, otros bajo Papá Noel, otros bajo San Nicolás, que
por contracción acabó llamándose Santaclaus y en la
cultura hispana, bajo los Reyes Magos. Ni fue Saturno, ni
es el Niño Jesús, ni es Papá Noel, ni es Santaclaus, ni
son los Reyes Magos los que originan la generosidad con
los demás y en especial con los niños una vez al año.
¿Pero qué sería de este maravilloso instinto de
volcarnos alguna vez en los nuestros, si no fuese porque
se sustenta en estos mitos, distintos en cada lugar, con
sus respectivos ritos y celebraciones? Pues simplemente,
se diluirían. Porque sin aire no viaja la voz, y sin mitos
no se condensan las virtudes y las doctrinas. Por eso
hemos de venerar los mitos en que se sustentan nuestras
virtudes y nuestras fiestas, y seguir religiosamente los
ritos en que se escenifican cada año. Aunque nos hemos ido
apuntando a todos, hemos de estar orgullosos de tener un
mito tan espléndido como el de los Reyes Magos y una
representación tan maravillosa y tan excitante para
grandes y chicos.