FELICITAR
¡Felicidades!
He ahí la fórmula consagrada de felicitación; forma
simplificada de la más redundante y clásica "¡Muchas
felicidades!". De hecho es la elipsis de una fórmula aún
más retorcida y amanerada: "Muchas felicidades tenga
usted": expresión de cortesía cortesana de la que se
apropió el vulgo, reduciéndola a las susodichas formas.
"¡Qué falso!", diría la gente joven, que por lo visto se
está preocupando últimamente por la autenticidad de las
conductas. Es una manera de descomponer la felicidad, eso de
asignarle pluralidad; como si fuese la suma de muchas
felicidades menores, un puzzle compuesto por una
felicidad rota a trozos; del mismo modo que descomponemos la
libertad en libertades, y nos hacemos la ilusión de que
juntando los fragmentos de libertad que se nos ofrecen,
alcanzamos la condición de libres. La vacuidad semántica de
la expresión afecta de forma muy notable a su uso. Es el
espíritu de las palabras, que sigue vivo en ellas y las
fuerza a menudo a cumplir con su papel.
Una vez más es la lengua inglesa la que ha recogido mejor el
sentido de la lengua y de la cultura romana, de la que somos
herederos los pueblos latinos. Porque los romanos no
"felicitaban" con palabras obtenidas del lexema felix,
felicis
(ver web),
sino que iban, al igual que los ingleses, al lexema
grat-, que es algo tan distinto de la felicidad como
lo son entre sí la salida y la puesta del sol: se parecen
mucho, es cierto, porque van por el mismo camino, pero
llevan direcciones opuestas. Gratulari,
congratulari, gratulatio, congratulatio
(el plural, que usaban en referencias y narraciones, pero no
como fórmula de felicitación, es congratulationes).
Llegados aquí, entramos en una auténtica selva léxica;
porque junto al verbo y a la interjección (congratulate
y congratulations!), que traducimos como felicitar y
¡felicidades! (de nuevo el plural), tenemos para el adjetivo
feliz aplicado a la ocasión por la que felicitamos,
el happy (p. ej. happy birthday) y el merry
(p. ej. merry Christmas), con la particularidad
de que los días en cuestión son en su origen holy, es
decir sagrados, santos, consagrados: en definitiva,
holydays. Y tienen de particular todos esos términos,
que unos directa y otros indirectamente, están relacionados
con lo sagrado.
Vayamos directamente al verbo felicitar: digamos por
simplificar, que no significa más que desear felicidad, o
expresar el deseo de que sea feliz aquel a quien
felicitamos. Pero ni el latín gratulari
(deponente, ¡claro está!) ni el inglés congratulate
dicen nada que se parezca a eso. En inglés expresa uno la
alegría que siente y comparte, por el feliz acontecimiento
que celebra aquel a quien se felicita. Es el prefijo
con- el que indica que el que felicita une su propia
alegría a la del agasajado.
Pero aún hay que ahondar otro poco: porque resulta que
cuando llegamos a la raíz latina grat-, damos
por fin con la clave que, mira por dónde, es tan religiosa
como el holyday y las holydays (el día santo =
de fiesta, y las vacaciones). Gratia es la
gracia, el favor, el don, la voluntad de complacer, la
gratitud y bastante más. El caso es que los primeros
acreedores de las gracias y los agradecimientos son los
dioses. Dar las gracias, mostrar agradecimiento, mostrarse
complacido, manifestar alegría por los dones recibidos de
los dioses, he ahí la primera sustancia de las
gratulationes y congratulationes de nuestros
antepasados. Más aún, el sentido de las fiestas natalicias,
onomásticas, etc., era la Acción de Gracias a los
dioses; y era propio que quienes participaban de la
celebración, expresasen su congratulación, es decir
que también ellos compartían la satisfacción, la alegría y
por tanto la acción de gracias a los dioses, por aquello que
se celebraba. Hoy hemos perdido esa noción de las fiestas y
celebraciones. Países tan jóvenes como EE. UU. y Canadá
tienen institucionalizado como día nacional el de Acción de
Gracias. En la Navidad tenemos sobrados motivos para la
Acción de Gracias y la congratulación.
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