<-- |
EL NÚMERO DE MASCOTAS SUPERA AL DE NIÑOS |
--> |
Y nos ha bastado un instante, digamos que
un siglo si queremos alargarlo mucho (aunque bien podríamos reducir la
cifra a la mitad) para demoler ese imponente edificio de la convivencia
hasta dejarlo en nada, hasta llegar a la naturalización de la familia
monoparental. Bueno, toda una rareza recién improvisada que no quedará
así, porque ni la cosa ni el nombre se tienen en pie. La soledad en la que
nunca tuvo que vivir ningún miembro de la especie humana, porque lo más
solitario que conoció fue la manada, se ha convertido en el nuevo tejido
social. ¿Tejido digo? ¡Qué va!, cada uno es una molécula suelta, que se
mueve arrastrada por la fuerza de la gravedad: por eso, donde más masa
hay, más se amontona la gente; amontonada, no organizada. El caso es que el matrimonio y la
reproducción, las dos grandes instituciones complementarias entre sí
destinadas a garantizarle a cada uno un seguro entorno humano, esas dos
instituciones han sido objeto de una sistemática acción de las piquetas
del progreso y la modernidad, hasta que han quedado reducidas a sólo una
débil sombra de lo que fueron. La moneda con que nos paga la vida estas
conductas es la soledad, no ya como un accidente, como un episodio
morboso, sino como una enfermedad endémica y crónica. Pero el hombre no está hecho para vivir
solo como el alacrán o como la víbora, sino que necesita la compañía de
sus congéneres como el aire que respira. Si analizamos detenidamente la
conducta humana veremos que, como dice el Arcipreste de Hita, emplea sus
mayores afanes en procurarse compañía. Eso por instinto; pero la cultura
aprovechó ese impulso para construir a partir de él un tejido de compañías
prácticamente irrompible. ¿Y qué hace cuando se ha devaluado hasta
tal punto la compañía humana que ya no puede contar sólidamente con ella,
porque se ha convertido en ocasional hasta sus mismas raíces? Pues la
solución es buscarse especies más o menos afines en cuya compañía vivir.
Se busca en esos animales por encima de todo vencer la soledad, tener con
quién tratar (¡a quien cuidar!), por eso se llaman "animales de compañía".
Es que la compañía humana no llega a satisfacer plenamente la demanda de
compañía de muchos millones de personas, sobre todo en la vejez. Para esa
enfermedad los animales son hoy el mejor remedio. EL ALMANAQUE ofrece hoy el examen de la
palabra mascota. |
||