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EL NÚMERO DE MASCOTAS SUPERA AL DE NIÑOS

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Cuantos más somos, más solos nos encontramos. Seguramente nunca el hombre, en toda su historia, ha sufrido tanto de soledad como ahora. Hasta hace muy poco, el solitario era una rara excepción, no la norma. Hoy se incluye la soledad en los parámetros de la más absoluta normalidad. Durante muchos milenios compitieron las culturas entre sí por ver cuál creaba unos lazos más sólidos a la par que llevaderos entre las personas. Se inventaron un intrincado mapa de lazos familiares firmemente entrelazados entre sí, que formaban una tupida red que no dejaba suelto ni a uno solo de los miembros de la tribu; pero no ligados uno a uno, sino entrelazado cada uno con todos los demás, en línea directa unos pocos, e indirecta el resto. Fueron muchos los miles de años que se invirtieron en crear y consolidar las relaciones de parentesco.

Y nos ha bastado un instante, digamos que un siglo si queremos alargarlo mucho (aunque bien podríamos reducir la cifra a la mitad) para demoler ese imponente edificio de la convivencia hasta dejarlo en nada, hasta llegar a la naturalización de la familia monoparental. Bueno, toda una rareza recién improvisada que no quedará así, porque ni la cosa ni el nombre se tienen en pie. La soledad en la que nunca tuvo que vivir ningún miembro de la especie humana, porque lo más solitario que conoció fue la manada, se ha convertido en el nuevo tejido social. ¿Tejido digo? ¡Qué va!, cada uno es una molécula suelta, que se mueve arrastrada por la fuerza de la gravedad: por eso, donde más masa hay, más se amontona la gente; amontonada, no organizada.

El caso es que el matrimonio y la reproducción, las dos grandes instituciones complementarias entre sí destinadas a garantizarle a cada uno un seguro entorno humano, esas dos instituciones han sido objeto de una sistemática acción de las piquetas del progreso y la modernidad, hasta que han quedado reducidas a sólo una débil sombra de lo que fueron. La moneda con que nos paga la vida estas conductas es la soledad, no ya como un accidente, como un episodio morboso, sino como una enfermedad endémica y crónica.

Pero el hombre no está hecho para vivir solo como el alacrán o como la víbora, sino que necesita la compañía de sus congéneres como el aire que respira. Si analizamos detenidamente la conducta humana veremos que, como dice el Arcipreste de Hita, emplea sus mayores afanes en procurarse compañía. Eso por instinto; pero la cultura aprovechó ese impulso para construir a partir de él un tejido de compañías prácticamente irrompible.

¿Y qué hace cuando se ha devaluado hasta tal punto la compañía humana que ya no puede contar sólidamente con ella, porque se ha convertido en ocasional hasta sus mismas raíces? Pues la solución es buscarse especies más o menos afines en cuya compañía vivir. Se busca en esos animales por encima de todo vencer la soledad, tener con quién tratar (¡a quien cuidar!), por eso se llaman "animales de compañía". Es que la compañía humana no llega a satisfacer plenamente la demanda de compañía de muchos millones de personas, sobre todo en la vejez. Para esa enfermedad los animales son hoy el mejor remedio.

EL ALMANAQUE ofrece hoy el examen de la palabra mascota.