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LÉXICO

TRABAJADORA

 Recordemos el innoble origen del trabajo con el que pretendemos ennoblecer al hombre (diferenciando y distinguiendo explícitamente también a la mujer, y excluyendo de tanta nobleza al niño). Recordemos la bajeza de la cosa (no suenan en ninguna cultura ni en ninguna época las glorias del trabajo) y la bajeza del nombre. En cuanto al origen de la cosa no hay que cansarse para averiguar que la esclavitud es la antepasada del trabajo (y por todos los visos, redentora de una situación aún peor). Y por lo que respecta al origen del nombre no es que sea una evidencia, pero todo apunta a que viene del bajo latín tripallium, que era un instrumento de tortura para hacer entrar en vereda al esclavo díscolo e insolente. Y es razonable pensar en la bondad de esta etimología, porque lo único que la distingue es su mayor perversidad en línea con el término griego, ponoV (pónos), que significa fatiga, penosidad y sus adláteres; y el término latino clásico, labor, que tiene que ver con el verbo labor, láberis, lapsus sum, labi, que significa resbalar, tropezar, caer. En resumen, un buen trío. 

Al derivar el sustantivo de actor, se hizo exclusivamente en masculino: trabajador. En principio no se creó el término trabajadora; bastaba el de mujer, que englobaba todas las funciones asignadas a su condición. Es preciso recordar aquí que también hubo un tiempo en que en el término hombre se englobaban las funciones que por su condición le correspondían: eso era cuando hombre era sinónimo de esclavo, por lo que hubiese sido una redundancia ridícula decir hombre trabajador. Es decir que diciendo hombre, se hacía referencia al mismo tiempo a la condición animal (macho) y a la condición laboral (esclavo); del mismo modo que al decir mujer se nombraba al mismo tiempo y de forma inseparable el sexo y la función asignada a él. Estoy hablando del “hombre trabajador” y de la “mujer trabajadora”. Es ahora cuando se acercan los nombres y las funciones: la mujer se desprende de su función específica por razón de sexo, y se pasa a la función específica del hombre. En el origen de las distintas condiciones y funciones, la cosa está igual de clara: si los romanos llamaban al esclavo macho servus, y al esclavo hembra ancilla, con nombres tan distintos, es porque sus funciones eran netamente diferentes. No eran imaginables ni la serva ni menos el ancillus. 

Y no es que la ancilla (esclava) o en su momento la mulier (mujer) no trabajasen. Claro que lo hacían, y formaba parte de su triste condición. Pero curiosamente no a doble jornada, porque había una clarísima jerarquización; y en esta jerarquía, la explotación relacionada con la condición sexual de la mujer tenía prioridad absoluta. Del mismo modo que los actuales responsables del diseño de la mujer, los que le han asignado el nombre de “Mujer Trabajadora” han decidido que en el orden de prioridades, primero y sagrado es ser trabajadora, y luego, en la medida de lo posible, ser mujer y ejercer de tal, haciendo todo lo preciso por que esta función secundaria y marginal no interfiera en la principal y esencial; del mismo modo los diseñadores de la ancilla (la esclava de la Roma antigua) decidieron que la línea principal de explotación no era el trabajo, sino la reproducción. Más adelante, los diseñadores de la mulier (la mujer; diseñada para la institución del matrimonio) retocaron un tanto el diseño, entrando en él el trabajo no en alternancia, sino superpuesto a las funciones reproductoras. Este fenómeno no fue tanto el resultado del matrimonio, como su extensión a todos los niveles económicos. Así, en los matrimonios acomodados la mujer no tuvo que sufrir la superposición del trabajo; en cambio, la que caía en una economía pobre, tenía que soportar una fuerte sobrecarga de trabajo añadido a sus obligaciones de mujer y madre (matris munus = matri-monium = oficio de madre). Para ese mismo nivel económico se ha creado el diseño de “Mujer Trabajadora”, en el que el oficio de mujer y madre es algo ocasional y accidental. Para los altos niveles económicos la mujer tiene el negotium (ne-otium), el estar ocupada para no quedar ociosa.  

Mariano Arnal

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