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LÉXICO

EXCLUYENTE

Las palabras, como las bombas, nunca son inocentes. Se hace uno el inocente, eso sí, lanzando bombas y palabras; pero cuando uno tiene ya bigote, de inocente nada. La haga quien la haga, es mala cualquier política excluyente con quien tiene ya derechos adquiridos. Afirmar por tanto que los nacionalismos excluyentes son malos, es decir una verdad de Pero Grullo. El principio de la exclusión de los que están fuera, funciona absolutamente en todo: en política, en economía, en religión, en la sociedad... es decir que no hay motivo para ofenderse porque le digan a uno a la cara o porque le insinúen que practica una política excluyente. Bueno, ¡y qué! Pero toma mal cariz el principio de la exclusión cuando se practica con los que están dentro, con la excusa de que ahora han cambiado los requisitos para estar legítimamente dentro.

Del latín ex (fuera), más claudere ( clúdere reduciendo el diptongo) (cerrar), el término completo significa "cerrar fuera", es decir, echar a alguien que estaba dentro y cerrar cuando ya está fuera. Afirmar que los nacionalismos son excluyentes por definición, que dejan cerrados fuera a los que no forman parte de esa nacionalidad, no es formular ninguna acusación. Tienen que ser excluyentes; de lo contrario ya no serían nacionalismos, sino otra cosa. El principio de la exclusión es esencial. Es la gran verdad cardinal del nacionalismo, en torno a la cual giran las demás verdades y los programas que sobre ellas se construyen. Ahora bien, la diferencia entre unos nacionalismos y otros está en cómo se produce la exclusión. Hay unos que dejan dentro a la persona, pero excluyen toda su circunstancia; consideran legítima cualquier presión o cualquier coacción para despojarla de esa circunstancia, siempre dentro de las campañas de conversión e inmersión en la nueva fe, excluyendo sólo la violencia física. Otros nacionalismos se sienten perfectamente legitimados a usar todo tipo de violencias y extorsiones para eliminar de su territorio esas circunstancias que lo mancillan: amedrentan a las personas a las que el pueblo ha dado la representación política para defender esa circunstancia; les incendian sus casas y establecimientos, recurren incluso al secuestro y al asesinato, tan convencidos de su legitimidad para actuar así, que consideran absurdo, ellos y sus obispos, y los políticos que los apoyan, que para sentarse a negociar tengan que renunciar a su sagrado derecho de ejercer la violencia para defender a su nación de culturas y gentes extrañas. (No es lo más grave que maten; al fin y al cabo, como argumenta su portavoz, los accidentes de circulación producen más muertos. Lo grave es que se sientan legitimados para matar, y que todos los políticos que danzan a su alrededor les reconozcan esa legitimidad y reclamen de las víctimas que se la reconozcan también, y que si algo hay que negociar con ellos es justamente la renuncia a ese deber sagrado a cambio de concesiones políticas, razón por la cual sería absurdo que renunciasen antes a matar. Se quedarían sin mercancía para intercambiar). En resumen, que los nacionalismos sean excluyentes, es algo que hay que admitir sin ruborizarse. Son así y no pueden ser de otra manera. Cada uno pensará lo que quiera, si se le permite, sobre esa cualidad de los nacionalismos. Muy distinto es confundir los contenidos y los métodos de exclusión. Hay enormes diferencias.

Mariano Arnal

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