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LÉXICO

CONDESCENDENCIA 

Incluso los gigantes, cuando tienen los pies, y a veces hasta la cabeza de barro, han de practicar la condescendencia para con los que organigrama en mano están por debajo de ellos. Esto ha hecho sistemáticamente el estado español, acomplejado hasta lo enfermizo, con los partidos nacionalistas: descender y condescender. Y eso están haciendo los partidos nacionalistas vascos, y con ellos el gobierno autonómico que administran, respecto a Eta: descender y condescender hasta extremos que se disimulan con gestos de consentimiento y complacencia, cuando en realidad esconden un profundo complejo de inferioridad frente a aquel ante quien se doblegan.  

Veamos qué se esconde tras la condescendencia: según el diccionario se trata de acomodarse al gusto y a la voluntad de otro, sólo por agradarle, por congraciarse con él. Esto lleva a la deferencia por una parte (“usted primero”); así que nada de juzgarle, criticarle ni pedirle cuentas de lo que hace; y a la más absoluta transigencia por otra: hay que permitírselo todo, hay que procurar por todos los medios estar bien avenido con él. Eso mismo en grado sumo raya en la pleitesía (que curiosamente en su valor original no significa reverencia, sino pacto o convenio).  

Pero vamos al origen. Scando, scandere, que con el prefijo se convierte en scendo, scéndere, significa subir, ascender: vallum scandere es escalar la empalizada; muros scandere, escalar los muros; naves scandere, subir a las naves; supra príncipem scandere, subir por encima del príncipe (de su poder o de su autoridad). Este verbo se dotó del prefijo des- para indicar lo contrario, bajar; con lo que por recomponer el paralelismo formal, se dotó a scándere del prefijo ad, con lo que se formó el verbo ascéndere, con el mismo significado que scándere. De él obtuvimos ascender, ascenso, ascensión, ascendiente, ascendencia, ascensor (obsérvese que el ascensor se diseñó y por tanto se denominó sólo para subir). Forman parte del grupo scandere los sustantivos scamnum (escalón, y de ahí banqueta, taburete, banco), del que hemos obtenido el escaño; y escándalo, escalón o piedra en que se tropieza.  

Pero para pasar del simple descender o abajarse a la condescendencia, hay que hacer un importante esfuerzo complementario: mediante el prefijo con-  le añadimos al término el mayor grado de intensidad (que no de compañía). No se trata pues, de bajarse o abajarse, sino de rebajarse, de humillarse. En latín no llegaron a formar este sustantivo; se pararon en el verbo condescéndere, que significaba bajarse para ponerse al nivel de alguien. Sin ningún atisbo de complacencia ni menos de humillación. La condescendencia implica que aunque le corresponde a uno estar encima, es incapaz de ocupar su lugar (eso en el romanismo fue un vicio capital; en el cristianismo, virtud poco menos que teologal). En las relaciones de poder y en la defensa de los derechos, la condescendencia es un vicio que hasta se cultiva con cierto regodeo, pero que desfigura la naturaleza de las cosas y acaba pasando facturas altamente onerosas. Como dirían los romanos, el equilibrio está en dar a cada uno lo suyo: unicuique suum. Ni más, ni menos. 

Mariano Arnal

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