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LÉXICO

MENSTRUACIÓN

Si se generaliza el anticonceptivo inhibidor de la menstruación, este nombre perderá su valor significativo, porque está construido sobre el lexema y la idea de mes. Al dejar de ser mensual (que en latín se dice "menstrual"), tendría que cambiar de nombre y llamarse no por su accidente temporal, sino por algún otro carácter intrínseco. Habría que renunciar incluso a la "mala luna", que algo tendrá que ver con la menstruación, y que posiblemente sea el correlativo de la "mala leche" masculina. Es que para los griegos lo mismo era tener la luna que tener el mes, que tener la regla, porque todo se decía con la misma palabra. El mes (mhn, mhnoV / mén, menós) y la luna (mhnh, mhnhV / méne, ménes y mhnaV, mhnadoV / menás, menádos) coinciden, con lo que ésta se constituye por sí misma en patrón de medida del mes. Y precisamente de esta raíz de doble valor hemos obtenido las denominaciones cultas menorrea, amenorrea, menarquía, epimenorrea, menorragia, menostasia, menopausia... Y hasta podría ocurrir que para los romanos el patrón de medida del mes fuese la menstruación. Y es que el adjetivo mensualis del que está sacado "mensual", apenas se usa en el latín clásico, siendo ocupado su lugar por menstruus, menstrualis, menstrua, menstruum, menstruans, en que se mezclan la menstruación con la duración del mes, los víveres para un mes, el servicio de un mes de duración… Como si en español fuesen equivalentes mensual y menstrual. La expresión "tener el mes" (mensis) en vez de "tener la regla" la usaban ya las romanas. Incluso llamaban "el mes" al flujo sanguíneo anual de las yeguas. Eso hace pensar que el nombre ya no cambiará aunque varíe la duración, del mismo modo que hace dos mil años que arrastramos los nombres de septiembre, octubre, noviembre y diciembre, que estrictamente significan mes séptimo, octavo, noveno y décimo para los meses noveno, décimo, undécimo y duodécimo, cuando se le añadieron al calendario los meses de julio y agosto, de manera que el total de meses pasó de diez a doce.

Entre los nombres curiosos que ha tenido la menstruación en nuestra lengua, es llamativo el de purgación, tomado del ámbito de la medicina, y que supone algún género de impureza o secreción perjudicial de la que es necesario limpiar el cuerpo. Pensemos para situar la palabra en las purgas, las purgaciones, los purgantes, el purgatorio, los purgadores y las acciones de purgar y expurgar. En cualquier caso se trata de una traslación del concepto religioso de impureza a su versión sanitaria o simplemente higiénica, diametralmente opuesta a la visión idealizada que nos ofrece la publicidad de las compresas. Claro que con una confesión de impureza implícita y hasta realzada por la insistente e hiperbólica declaración de limpieza ("me siento limpia", dicen los anuncios "a pesar de no estarlo", confiesa subliminalmente). Ahí tenemos, pues, una realidad que no ha sufrido ni gozado ninguna variación a lo largo y ancho de la existencia humana. Lo que sí ha experimentado cambios es la manera de vivirla: desde las tribus de indonesia para cuyas mujeres era un gravísimo accidente tener la regla, por lo que procuraban, ya desde la pubertad, estar ininterrumpidamente ocupadas en el ciclo de la vida, hasta nuestra cultura, en que se procura tenerla siempre e incluso prolongar la edad fértil, pero evitando el embarazo, que se considera un gravísimo accidente.

Mariano Arnal

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