CALENDARIO Y CATEGORÍA

La india es para los occidentales un país inconcebible. Fue una de las más preciadas joyas del imperio británico, pero tuvieron que desprenderse de ella porque les quemaba en las manos. El alma india era inabarcable para los ingleses. Un hombre como Gandhi, que como quien dice se alimentaba tan sólo de aire, que era todo él espíritu, mantuvo en jaque al imperio más poderoso del mundo, hasta que por fin les ganó la partida: sin armas, sin estructura política, sin estructura económica, sin poder. Es que para ser señor de los indios, había que ser mucho más señor que los más nobles de los indios; y en un sistema tan sofisticado de castas, eso era imposible. Las castas sacerdotales, las más nobles, por no compartir, no compartían con las clases bajas ni el calendario, ni los ritos, ni por supuesto la lengua. Eran gentes de otras esferas. Mientras las castas bajas se guiaban por la luna, el cuerpo celeste más cercano a la tierra, y por tanto menos puro, los brahmanes se encaramaban cielo arriba para medir el tiempo. Es que si hasta la sombra de un individuo de las castas inferiores, y no digamos ya la de un paria, podía contaminar los alimentos, de modo que fuese preciso tirarlos, no iban luego a compartir el sol y la luna para medir el tiempo y sobre todo para medirse en el tiempo. Y así como los simples mortales contaban el tiempo dentro de una era que apenas era un instante del verdadero tiempo, los brahmanes contaban el tiempo divino, del que también ellos participaban, con  cifras realmente astronómicas. Pretendían definir y abarcar en su calendario de la eternidad divina, la totalidad del tiempo. Establecieron grandes unidades de medida: la Mahayuga consta de 4.320.000 años, que son la suma de las edades de Oro o Kritayuga (de 1.728.000 años), de Plata o Tretayuga (de 1.296.000 años) y de Hierro o Kaliyuga (de 432.000 años), con una etapa intermedia, llamada Dvarapayuga, de 864.000 años. Todo período consta de una Aurora, del período propiamente dicho y de un Crepúsculo. 71 Mahayugas constituyen, junto con su crepúsculo de 1.728.000 años, una nueva unidad, llamada Marantara o patriarcado. Una Maranta con su respectiva aurora de 1.728.000 años, forma el Aeon o Kalpa, de 4.320.000.000 de años. Una Kalpa es un día de Brahma, con igual duración para su noche. Siendo la vida de Brahma de 100 años, resulta un número de años humanos tan astronómico e inabarcable como la propia eternidad. Pero no hemos llegado aún a ella, porque toda la vida de Brahma no es más que un instante de la existencia de Sira. En fin, los sacerdotes de Brahma estaban instalados en las altas esferas celestes y formaban parte de la eternidad divina, mientras que los demás mortales estaban anclados en el suelo y su tiempo sólo lo marcaban los astros que influyen en las estaciones y en el devenir de lo temporal. Todo esto nos suena sumamente extraño, pero si nos fijamos bien responde a una aspiración humana, por lo que parece bastante universal, por la que pretendemos que nuestra vida depende de las estrellas, de enormes lejanías tan astronómicas como las brahmánicas. Nos gusta creer que nuestro destino está vinculado a un pedazo de cielo que aunque lo veamos plano, hunde sus cimientos en el infinito. La mayor diferencia entre el doble calendario indio, y el nuestro, único para todos, es que al menos nos permite igualarnos a los más humildes y a los más encumbrados en una misma medida del tiempo. Porque diferentes calendarios implican diferentes vidas y distintas eternidades. La vida de los brahmanes giraba en torno a la divinidad, y ésta era su quehacer y su razón de ser, y en torno a ella giraban todas las celebraciones; mientras que en el calendario general se señalaban las celebraciones relacionadas con los quehaceres del día, de la semana, del mes y del año, a semejanza de todos los demás calendarios. Vemos, pues, que puestos a abrir fosos entre categorías, niveles, clases o castas, el mayor nivel de separación que se puede llegar a establecer es el de regirse por diferentes calendarios, haciendo patente que las castas superiores pertenecen a una cultura sumamente distinta y distante de la cultura de las clases inferiores, toda ella a ras del suelo.   

EL ALMANAQUE ofrece hoy unas pinceladas del calendario indio.  

CALENDARIO INDIO 

Para hablar con propiedad deberíamos decir calendarios indios, porque la mayor singularidad en cuanto a la medición del tiempo por parte de los indios es que pretenden remontarse al principio de los tiempos (un principio infinito no sólo por indefinido, sino también por la inmensidad de su lejanía). Si los calendarios que se confeccionaron sobre la cronología bíblica se remontan a la creación de Adán, el calendario brahmánico se remonta al origen de Brahma y de Sira, prácticamente a la eternidad. Pero al margen de estas elucubraciones místico-matemáticas de corte pitagórico, el calendario convencional de la India se mueve dentro de las coordenadas de los calendarios de las demás culturas, y resuelve de forma análoga el problema de que la duración de la órbita de la Tierra alrededor del Sol no sea divisible por un número exacto de días, sino que da 365’2422008. Es decir que un día sidéreo (dividiendo el tiempo que dura el viaje anual de la Tierra alrededor del Sol entre 365), nos da un pico de casi 4 minutos más por día, con lo que el día sidéreo viene a ser de 24 horas, 3 minutos, y 56,555 segundos. Pero como la rotación de la Tierra sobre sí misma dura exactamente 24 horas, y el día es la unidad más inamovible, he aquí que periódicamente hay que intercalar los días que acaban faltando. El año sidéreo lo computan en 365 días, 6 horas, 12 minutos, 36 segundos y 56 centésimas. La regulación la hacen por ciclos de 12 años y de 60 años (12 x 5). A los años se les asignan los nombres por reglas muy complejas.   

El calendario indio está formado por meses lunares puros, que se cuentan por tanto de luna nueva a luna nueva. Los años ordinarios son de 354 o 355 días (Samvatsara Mana), y los embolísmicos (bisiestos) son de 383, 384 o 385 días (Adhica Samvatsara). Pero con los meses lunares persisten los meses solares, recibiendo los lunares el nombre del mes solar; y cuando en un mismo mes solar tienen comienzo dos meses lunares, ambos reciben el mismo nombre, llevando el primero el sobrenombre de Adhica, y el segundo el de Nija. El año “bisiesto” recibe el nombre de fasli. El mes lunar está formado por una mitad clara, llamada Sudi, y otra oscura llamada Badi. Cada una de estas mitades está formada por 15 tithis; el nombre de los 14 primeros es su numeral, mientras el del 15º es Sudi Purnihma si corresponde al plenilunio, y Badi Amavasia si corresponde al novilunio. También las horas del día tienen sus propios nombres. Y como veíamos en el calendario babilonio, es la hora con que empieza el día la que da nombre a éste. La cuenta de los días del mes tiene también su singularidad, al depender totalmente de la luna. De hecho se cuentan los meses por números exactos de días: cuando la parte decimal es inferior a 0’5 días, no se cuenta; y cuando es superior a 0’5, se le añade un día entero al mes. 

La semana india coincide con la nuestra: es de 7 días. Sus equivalencias son: Domingo, Ravi-vara; Lunes, Soma-vara; Martes, Mangala-vara; Miércoles, Budha-vahra; Jueves, Gurú-vara; Viernes, Sukra-vara; Sábado, Sani-vara. El día sideral se divide en 60 gharis; cada ghari se subdivide en 60 palas; éstas en 60 vipalas; ésta en 60 atipalas; éstas en 60 kachthas; ésta en 60 nimechas; ésta en 60 lavas; y finalmente la lava se divide en 60 kchanas. El día civil tiene también sus propias divisiones: está formado por 60 dhatas, que se dividen en 60 vinadikas, formadas a su vez por 60 vipalas. Y finalmente el día solar está compuesto por 60 dandas, que se dividen en 60 vibealas. He ahí una catarata de divisiones sexagesimales, capaces de eternizar cada instante. 

El año indio está dividido en 6 estaciones, una cada dos meses: Vesanta (primavera), Grichma (verano), Varea (lluvias), Sarad (otoño), Hemanta (invierno) Sisiva (fresco). Además de estas divisiones tienen las eras: el 3102 a. de J.C. empieza la era Kaliyuga; el 3078, la era Lokakala; el 545, la era de Buda; el 59, la era Samvat Vrikramadityak; y ya en nuestra era, en el año 249 empieza la era Kulachuri. Un auténtico diluvio de nombres.

Mariano Arnal

 

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