OPINIÓN PÚBLICA Y MUJER PÚBLICA

Distinguir entre la opinión pública y la opinión publicada es tan artificioso como distinguir entre la mujer prostituida y la prostituta. Las diferencias son tan sólo gramaticales y de intencionalidad del que habla, sin conseguir las dos formas distintas de dicción configurar dos realidades distintas. En efecto, la exhibición o publicación de aquello que se quiere vender es consustancial a la venalidad del producto. Precisamente se publica, se expone, se exhibe para poder vender. Al fin y al cabo cuando afirmamos de una mujer que es una prostituta (ver web) ni siquiera definimos a qué se dedica; tan sólo decimos que está expuesta, que se exhibe (obviamente para atraer el interés del cliente), porque hasta ahora no se ha inventado mejor recurso que éste para vender. Y tanta falacia hay en pretender que la opinión pública es arquetipo de la opinión del público, por el simple hecho de que el público la compra, como en deducir que la mujer pública es el prototipo de la mujer con la que mejor se identifica el público, por ser la que más se vende. Una y otra se deben a los resultados económicos; y por eso su dueño o su manager las prostituye, es decir las exhibe en público para atraer el interés de los clientes por ellas; y ellas tienen que hacer lo que mejor conviene no al prototipo de opinión o de mujer, sino al rendimiento económico indispensable para su subsistencia como mujer pública y como opinión pública. Cada día que salen a las esquinas, han de obtener un rendimiento económico. No pueden salir a hacer esquinas con el propósito de hacer feliz a la gente; porque eso sería ruinoso. Han de comportarse del modo más eficaz para obtener los recursos que les permitan sobrevivir. El día que dejen de comportarse así, dejarán de ser la una mujer pública, y la otra opinión pública. Y eso es más así cuando tanto la mujer pública como la opinión pública no son autónomas, sino que pertenecen a una cadena de explotación; con lo que una y otra se dedican a servir no al cliente, sino al patrón, que es quien finalmente les paga. Cuando un solo empresario obtiene el monopolio tanto de las mujeres públicas como de la opinión pública, se puede permitir el lujo de configurar a su capricho unas y otra. Con la ventaja de que de ese modo hace que recuperen la más estricta propiedad léxica de su nombre, sobre todo cuando ese empresario es el propio estado. Y así estamos contemplando cómo la cosa pública, gracias al control directo de un 50% del producto interior bruto (en números redondos) y del control indirecto de al menos otro 25% del P.I.B. está prostituyendo la opinión pública de forma escandalosa. Y ésta, por supuesto, se deja prostituir cada vez con mayor fervor, porque de ello depende su prosperidad económica; porque la opinión privada, independiente y honrada está condenada al hambre, lo mismo que la mujer honrada en un contexto de prostitución generalizada. Así es como la respectiva cosa pública decide cómo ha de ser la opinión pública: a picos pardos. Y una vez dominada la opinión pública, configurar los hombres públicos según un modelo predeterminado, e incluso las mujeres públicas y las privadas conforme a un programa y a unos designios concretos, es coser y cantar. Hasta es posible que en su infinita sabiduría decidan nuestros hombres públicos restaurar el posible significado original de mujeres públicas.

EL ALMANAQUE explora hoy de dónde nos ha podido venir la denominación de mujer pública.

PÚBLICA (MUJER)

Públicus, pública, públicum procede en última instancia de pópulus (pueblo), y se adjetivaba así todo lo que era propiedad comunal. Es que el pópulus era de hecho la asamblea, es decir la unión de todos los cives. Públicus era por tanto todo aquello que pertenecía pro indiviso, como bien colectivo, al pópulus, que tenía personalidad jurídica propia, y que acabó siendo el estado. Bona pública eran los bienes públicos, del común de los ciudadanos; loca pública eran los lugares públicos; y a todo el conjunto de cosas públicas la pusieron el nombre de res pública, la cosa pública, de la que salió el concepto de república. Está claro que los altibajos que experimentó esta palabra estuvieron asociados a los que experimentó la cosa pública, que fue de todos los colores. El hecho de que publicare fuera confiscar, convertir en propiedad pública los bienes privados, y publicatio la correspondiente sustantivación (nada que ver por tanto con las publicaciones), debió contribuir lo suyo al descrédito del término. Si bien el sustantivo no se usó más que con ese significado, el verbo sí que sirvió también para referirse a la acción de publicar, de dar a conocer al público. Es en este último significado, ampliado con el de exponer públicamente, donde se forjaron las expresiones de publicare pudicitiam (publicar o exponer al público el pudor), que dice Tácito, y publicare corpus (exponer el cuerpo al público), que dice Plauto, con el significado común de prostituirse. El caso es que en algún momento en el lenguaje vulgar se llama públicus sin más al funcionario, y pública a la mujer pública, a la meretriz. Quizás influyese en algo el hecho de que el publicanus era el arrendatario de los impuestos del estado, y publicana la arrendataria (publicana muliércula, era una expresión que se usaba para insultar a una mujer, dando lugar al equívoco entre pública y publicana).

No es normal que se haya asignado el nombre de mujer pública a la prostituta porque el adjetivo públicus tenía, exactamente igual que para nosotros, una evidente connotación de bien común en relación con las cosas, y de persona relacionada con esos bienes, en tratándose de personas. Por eso es razonable sospechar que en algún momento de su historia Roma creó la institución de las mujeres públicas por lo menos para el servicio de los soldados en campaña (Pantaleón y las Visitadoras es una espléndida parodia de Mario Vargas Llosa sobre este tema, pero ambientada en nuestros tiempos); y no sería éste el único servicio de mujeres públicas en la historia de la humanidad (incluyendo en él la llamada prostitución sagrada). Y podría ocurrir también que las mujeres que o por tener prebendas públicas (como las publicanas) o por ser consortes de los hombres públicos podían llamarse públicas con toda propiedad, se distinguieran de tal modo por su comportamiento que finalmente mujer pública se convirtiese de hecho en sinónimo de meretriz o prostituta. Nada tendría de raro, pues este fenómeno léxico se ha producido en nuestra lengua respecto a las cortesanas: se trata de un adjetivo que en rigor se aplica a la mujer que vive en la corte; pero como estas mujeres se distinguieron precisamente por su conducta propia de meretrices (es que cuando se va tras el poder es difícil, por no decir imposible, esquivar esos patrones de conducta), vino a ser lo mismo decir cortesana que meretriz. Abona esta hipótesis el hecho de que tanto la de mujer pública, como la de cortesana sean denominaciones casi respetuosas de una realidad poco respetable.

FRASE

Dudo que el amor propio pueda existir en ausencia de toda vida sexual
William Burroughs Jr.

De ahí se infiere que una vida sexual desequilibrada ha de ser una fuente de problemas en la autoestima y en el amor a los demás.

REFRÁN

EL QUE NO ANUNCIA, NO VENDE

Lo que hoy es anunciar con grandes alardes publicitarios, para nuestros antepasados fue exponer en el mercado. Esa exposición pública se llamaba prostitución.


CUÑAS PARA EL DEBATE

El sexo ocupa uno de los primeros lugares en el ranking de problemas de gran calado de todos los pueblos que han tenido que edificar la convivencia sobre unos niveles considerables de represión sexual: los conflictos internos de la pareja degeneran en muchos casos en malos tratos y en violencias extremas, que en buena parte tienen que ver con distintos modos de represión o de insatisfacción sexual.
Del mismo modo que el estado se ha planteado por fin abrir establecimientos para drogadictos en que se les suministra todo lo necesario para seguir en su cuerda sin molestar a nadie y sin poner en riesgo su salud, y sobre todo sin tener que recurrir al delito; ¿se planteará algún día aplicar al sexo la misma filosofía?
Con toda seguridad, si del mismo modo que el estado atiende a necesidades sanitarias, alimentarias e incluso de droga de los ciudadanos sin recursos, se plantease algún día por las mismas razones ofrecer un servicio sexual totalmente higiénico y gratuito, la conflictividad en el hogar y la delincuencia sexual se reducirían de forma muy importante.
Es que el propio nombre de mujeres públicas sugiere que están a sueldo de la administración, que las contrata para ofrecer esa especie de servicio público, como una clase especial de funcionariado. De todos mudos es legítimo quedarse con la sospecha de si estas mujeres no traerán tan singular nombre precisamente de una institución de esas características.

POESIA

MIS AMORES - SONETO POMPADUR

       Amo el bronce, el cristal, las porcelanas,
las vidrieras de múltiples colores,
los tapices pintados de oro y flores
y las brillantes lunas venecianas.

       Amo también las bellas castellanas,
la canción de los viejos trovadores,
los árabes corceles, voladores,
las flébiles baladas alemanas,

       El rico piano de marfil sonoro,
el sonido del cuerno en la espesura,
del pebetero la fragante esencia,

       y el lecho de marfil, sándalo y oro,
en que deja la virgen hermosura
la ensangrentada flor de la inocencia.

Julián del Casal, poeta cubano (1863-1893)