EL ÁRBOL DE LA VIDA 

DEL ÁRBOL DE LA VIDA AL ÁRBOL DE LA MUERTE 

Forma parte del acerbo metafórico del cristianismo, la comparación entre el Árbol de la Vida colocado en el centro del Paraíso, y el Árbol de la Cruz en el Gólgota. El fruto del Árbol de la Vida estaba emponzoñado: por eso el hombre al comerlo se granjeó la muerte. Del fruto del Árbol de la Cruz en cambio, le vino al hombre la Salvación, también llamada Redención. Sabemos que el fruto que pende del Árbol de la Cruz es el mismo Hijo de Dios que ofrece su cuerpo y su Sangre como el más excelso y saludable alimento del hombre (conviene recordar aquí que es la sangre la materia prima de la ambrosía, el alimento de los inmortales, “in vitam aeternam”). Por más que la Comunión tenga forma sacramental, no pierde su carácter de rito antropofágico. Eso quiso ser y parecer el misterio de la Eucaristía. “Tomad y comed todos de él, porque ÉSTE ES MI CUERPO”. “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de MI SANGRE, sangre del Testamento Nuevo y eterno”.   

¿Pero cuál era el fruto del Árbol de la Vida? Con toda seguridad no se trataba de un alimento vegetal, porque en el momento en que se escribe y se traduce este pasaje de la Biblia, se consideraba vivientes sólo a los animales. Por eso el fruto que colgaba del Árbol de la Vida no podía ser más que un fruto viviente; y precisamente por ser ese su fruto, se le llamaba Árbol de la Vida. Si del Árbol de la Cruz pendía EL HOMBRE, también del Árbol de la Vida tenía que pender EL HOMBRE, pues de donde procedía la enfermedad se hizo proceder el remedio. El tabú sin embargo prohibía decirlo con todas las letras. 

Es que de no ser así, no sólo nunca se hubiese establecido el paralelismo entre el Árbol de la Cruz y el Árbol de la Vida, tan evidente en los ritos de Semana Santa; es que si el Árbol de la Vida no hubiese sido precisamente la Madre, la madera de la que nacen todos los Vivientes. Y si no hubiesen sido los frutos de su vientre la fruta prohibida, sería gratuito y absurdo (y nunca en los ritos y en los sacramentos hay nada gratuito y absurdo) que el cristianismo hubiese instituido un sacrificio y un sacramento antropofágico para redimir al hombre de un pecado que no fuese también antropofágico. Fallarían las reglas de la proporción, las normas universales y eternas del contraveneno, que para ser eficaz ha de ser de la misma naturaleza que el veneno.  

Llevo años intuyendo que el Árbol de la Vida del Paraíso es una metáfora de la mujer, y que los frutos son los hijos; y resulta que eso va a misa, que ese fue el pecado en el que todos los dioses se dieron la mano con el hombre, quitándole  los frutos a la mujer, que era el centro del Paraíso. Así hizo Moloc, así hicieron Cronos y Saturno, los dioses más antiguos del Olimpo griego y del Panteón romano. Hasta el Dios de Abraham había sido uno de ellos. Por eso se atrevió a pedirle a su único siervo que le sacrificase su único hijo, Isaac. Al fin y al cabo se comportaba como los dioses de los demás pueblos.  

He ahí el Árbol de la Cruz, contratipo del Árbol de la Vida. En ambos la víctima de verdad es el hombre, víctima del hombre. Y en los demás sacrificios no son el ternero, el carnero y el chivo las víctimas auténticas, sino transubstanciación del hombre, que les transfirió su antigua condición de víctima y alimento.

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