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"POEMAS DE LA MEMORIA":

 Jorge Falcone - Biografía - Poema 

Biografía de Jorge Falcone

Jorge Falcone nació en La Plata en 1953. En la actualidad es asesor audiovisual de la Secretaría para la Ciencia, la Tecnología y la Innovación Productiva y Docente en la Universidad de Palermo.

Jurado de numerosos concursos literarios. Director de Relaciones Públicas de la Sociedad Argentina de Escritores. Discípulo del cineasta Gerardo Vallejo (cine Liberación), fundó el grupo de cine Martín Fierro, participando de la realización documental “El otro país”. Primer Premio UNCIPAR (1988).


Poeta, Periodista, Ensayista, Comunicador audiovisual, publicó: Piedra libre para todos mis compañeros (1985); Te sigo buscando liberación (1987); Bitácora (1988, Primer Premio Editorial Amaru); Arre! potrillo de los pobres (1990); Memorial de guerralarga – un pibe entre cientos de miles (2001) e
Itaka.
     

Poema de Jorge Falcone  ADRIANA BAILÓ FLAMENCO

El cielo vestía de luto
sobre aquella Madrid.
Ni una sola paloma
ya en la Plaza Mayor.
Una luz subterránea
salpicó en la explanada
el tañido de miles
de guitarras gitanas.
Abajo, muy abajo
de los que van sin rumbo,
en la mismísima entraña
de ese suelo español,
jamón serrano, vino a raudales,
y unas castañuelas ametrallando la noche.
Los días de la tiranía
iban tocando a su fin,
un puñado de compatriotas
dispuestos a volver
(la esperanza y la muerte
sobre el mismo mantel),
y entre aquellos gladiadores...
un rostro de mujer.
Las uvas moscatel
clareaban en sus ojos,
su pelo era humareda
mareada por el viento,
retengo su semblante
estrellado de pecas.

Supe que aquella hembra
venía del horror.
De salvar compañeros
cruzando la frontera
con dudosos papeles
y calibre de guerra.
Que su mejor idioma
no era el de la palabra
y que con la sonrisa
andaba desencontrada.
Pero quien cree en grandes causas
posee una fuerza que arrasa
sin pedirnos ni siquiera
ni permiso ni perdón.
El canto incendió la tasca
y Adriana bailó flamenco
Adriana.
Así la llamamos
sin pedir más explicación.
Adriana bailó flamenco
enfundada en seda roja
y, en su cabello, anidó una flor.

Las uvas moscatel
clareaban en sus ojos,
su pelo era humareda
mareada por el viento,
retengo su semblante
estrellado de pecas.


El tiempo resultó chico
para conocernos más.
Su boca sellada
no pronunció nunca
ni una promesa ni una dirección.
No cupo en aquel instante
ni la pasión de las fieras
ni la ternura del algodón:
Nadie llevó consigo
el sabor de esos hombros.
Nadie le dejó al cabo
la huella de su palma en el seno.
Nadie fustigó esas ancas.
No hizo lugar en su pecho
más que a inconclusas batallas.

Las uvas moscatel
clareaban en sus ojos,
su pelo era humareda
mareada por el viento,
retengo su semblante
estrellado de pecas.

Un día se volvió al sur
sin dar explicaciones,
cargó con su tristeza,
marchó con su silencio.
La lucha la perdió
en alguno de sus rincones.
Pienso, en tiempos de paz,
si se dará una tregua.
Si archivará el acero
y soltará breteles...
Supongo que la verja
que había electrificado
ya no será siquiera
ni de hierro forjado.
Quizás sea de ligustros,
tal vez de mariposas.
Seguramente un día
de esos reconquistados,
un hombre en nuestro nombre
le tocará la puerta
con “malas intenciones”,
y la hallará sin ganas
de rehuir amores.

Las uvas moscatel
clareaban en sus ojos,
su pelo era humareda
mareada por el viento,
retengo su semblante
estrellado de pecas.

Adriana, en aquella tasca,
bailó, hermano, para nosotros.
Hoy que la Patria renace
alzo mi copa en su nombre
y apuesto otra vez por el sueño
que nos reuniera en Madrid.

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