El
13 de diciembre es el día de Santa Lucía,, la
patrona de los ciegos (y también de las
modistas, porque se quemaban la vista cosiendo a la
luz de las velas). Y es este día cuando empiezan de
verdad las Navidades, con las ferias para la
preparación de los Belenes, y cuando empezaban
las vacaciones navideñas de los estudiantes. ¿Por qué
Santa Lucía?
Unas fiestas tan
largas, en las que se acumulan las antiquísimas
fiestas de celebración del solsticio de invierno (con
una antigüedad de decenas de milenios); las mucho más
modernas fiestas de fin de año (cuentan con muy pocos
milenios de antigüedad); la aún más moderna fiesta
conmemorativa del Nacimiento de Jesús, la
piedra angular del cristianismo; la fiesta de las
bromas, la de los Inocentes, el día de las
inicentadas; la gran fiesta de los regalos,
focalizada en los Reyes Magos. Son muchas
fiestas en una, que necesitan una larga preparación.
Y es la fiesta de
Santa Lucía el día en que se inician con toda
formalidad y solemnidad los preparativos de la
Navidad, cuando se inauguraban los puestos de
venta de figuras y adornos para hacer el belén, musgo
para representar el verdor de los prados, el típico
acebo, el muérdago, las casas y poblados, y todo lo
que podía añadir la imaginación y el ingenio.
Pero la Navidad
no es sólo un recreo para la vista, sino también para
el oído. Y justo los que carecían del sentido de la
vista, los ciegos, cuya patrona es Santa
Lucía, justo esos eran los grandes protagonistas
del recreo que representa la Navidad para el
oído. Era el gran momento de los ciegos. Para
ellos tenía reservada la Navidad un lugar de honor y
privilegio. Las cuadrillas de chicos y chicas que iban
por las casa cantando villancicos y pidiendo el
aguinaldo, eran de ciegos.
Pero no eran ni mucho
menos un espectáculo triste, nada de eso: Cantaban muy
bien, porque tenían bien ensayados sus villancicos,
cantaban incluso a varias voces, se acompañaban de los
instrumentos propios de la Navidad (pandereta y
zambomba sobre todo) y llegaban a formar pequeños
coros muy bien conjuntados.
Pasaban por las casas
a cantar ante el respectivo pesebre, y las buenas
gentes les obsequiaban en dinero y en especie. Era la
manera de compartir la Navidad con los menos
afortunados, y de gozarla en armoniosa comunidad. Las
sociedades de ciegos solían admitir entre ellos a los
que sin ser ciegos, sufrían malformaciones y
deficiencias de cualquier género. Era la primera
institucionalización espontánea del amor navideño, del
que hoy se llama "espíritu de la Navidad". Los
ciegos y todos los que sufrían cualquier otra
deficiencia física o psíquica tenían un sitio de honor
en la Navidad: formaban parte esencial y dignísima
de su alegría, de su fiesta, de su generosidad.
No salían estos
grupos de impedidos a mover la pena y la piedad de las
gentes, sino a darles alegría, a recrearles con esa
nota de color tan consustancial de la Navidad
como los villancicos. No había radio ni
televisión, pero gracias a ellos el alegre son de los
villancicos llenaba el ambiente, llenaba la
Navidad.
Y tanto se esmeraban
los ciegos y los demás impedidos agrupados a ellos,
que en los numerosos villancicos compuestos
para ser representados además de cantados, conseguían
dignísimas representaciones. Ni que decir tiene que la
condición de privilegio que en la celebración de la
Navidad tenían en los pueblos los pastores,
pasó en las ciudades a los ciegos. Igual que
aquéllos, éstos tenían absoluta prioridad en el ritual
de la Adoración de los Pastores y detrás de
ellos de los demás fieles en la Misa del Gallo,
que era una auténtica representación, un verdadero
auto sacramental, del que formaban parte los
villancicos. Pues ahí estaban los ciegos, los
tullidos, los contrahechos, los deficientes. Eran los
grandes privilegiados en ese gran rito de ser los
primeros en adorar al Redentor, al Salvador recién
nacido. Para ellos era realmente grande la gran
noticia que anunciaba el Ángel: Os anuncio una gran
alegría: os ha nacido un Redentor. Ellos ocupaban
el lugar de los pastores en la ciudad. Ellos eran los
primeros en el gran Evangelio (en la Buena Nueva) de
la Redención. Esa era la gran Navidad. |