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Las claves léxicas por Mariano Arnal

MÁS Y MÁS PRESTIGIO II


Uno más acaba de hacerse la foto del "Prestige", uno más que suspira por su ración de prestigio. El gobierno francés, por boca de uno de sus ministros, se ha sumado al coro del "Nunca mais" formado por la oposición democrática y leal y por la no tan leal; al coro angelical de los niños gallegos sacados del colegio por sus maestros para enlazados de las manos increpar al gobierno de España y al de Galicia. Éramos pocos, y parió la abuela. Parece que ya va en camino el sueño dorado de esta oposición lealísima a los intereses de los contribuyentes españoles: que el gobierno francés, y si pudiera ser también el de Su Graciosa Majestad, y ya de paso la Unión Europea, demanden al estado español como si él hubiera sido el granuja que anduvo por los mares con ese cadáver a punto de reventar y esparcir su podredumbre; y le reclamen los daños y perjuicios que les ha ocasionado el que España no hubiese adoptado la única solución buena para que no le llegase a nadie más el fueloil.  

El gobierno francés anda sulfurado porque cree que lo pertinente hubiese sido en vez de llevarse a enterrar ese cadáver pestilente lo más lejos de las costas españolas,  meterlo en una ría lo más adentro posible, de manera que no pudiera salir a mar abierta ni una sola de esas negras galletas: así hubiésemos evitado que les alcanzara el desastre a nuestros vecinos. En fin, que pretenden que España hiciese lo que ellos jamás harían, porque no hay puerto ni ría ni ensenada que acepte ser la víctima que se sacrifica voluntariamente por salvar a los demás. Esa solución quizá tenga algo de ventajoso desde el punto de vista técnico, pero es políticamente inviable en una democracia, porque ninguna población consultada sobre ese extremo aceptaría semejante solución. Eso únicamente sería posible en una dictadura. 

Lo que le hubiese gustado a Francia, es que el tráfico de barcos basura por nuestros mares sólo fuese problema de España (ya van dos en una década); por eso está irritado nuestro vecino de que el gobierno español haya dejado escapar el fuel de las aguas territoriales de España, de manera que pusieran en peligro las costas francesas. En última instancia de lo que se quejan los que protestan contra los gobiernos de España y de Galicia, es de que tan pronto como la chatarra aquella empezó a descomponerse y soltar su podredumbre, se hubiesen empeñado en alejarla a mares de nadie, en vez de señalar con el dedo una ría y arrastrar hacia ella lo más adentro posible aquel moribundo pestilente. El gran fallo de los gobiernos de España y de Galicia ha sido no haber tenido el valor de condenar a un solo pueblo a cargar con el muerto apestoso, liberando así de la peste a los vecinos próximos y lejanos. 

Pero si hemos de ser objetivos, hemos de reconocer que no sólo a Francia, sino también a Inglaterra convendría que llegase la marea negra, porque la principal responsabilidad no es de orden de manejo técnico de la catástrofe, sino de marco legal. Y puesto que la legalidad de los mares no depende de España, sino de Europa, donde pesan en exceso Inglaterra y su basurero Gibraltareño, lo mejor que podría ocurrir es que la marea negra fuese justa y alcanzase a cada país en la proporción de su responsabilidad en el estado de las leyes del mar. ¡Qué negras quedarían las playas de la pérfida Albión!