Vamos a ver si nos situamos: si usted
tiene un incendio en su casa, llama a los bomberos y ve que éstos no están
haciendo su trabajo ni mucho menos de la mejor manera posible, pero lo están
haciendo, ¿se pone usted a interferir en el trabajo de los bomberos y a
discutir acremente con el jefe de la patrulla? ¿Qué dirían de usted sus
parientes y vecinos si se comportase de ese modo? La calificación que de
usted harían no sería precisamente piadosa.
Si usted estuviese en condiciones de
escuchar, le dirían seguramente que les dejase hacer la faena a los
bomberos, y que en todo caso se pusiese a su disposición para ayudarles,
aunque usted viese claramente que no es esa la manera de hacer las cosas.
Y añadirían que el momento de pedirles cuentas y llevarlos incluso a
juicio, si apreciase graves irregularidades en el cumplimiento de su
deber, sería una vez apagado el fuego. Después de eso, a por ellos sin
contemplaciones y sin misericordia. Pero no en lo más fragoroso del
incendio, porque la impresión que daría a un espectador imparcial sería
la de quien por las razones que sea (seguramente relacionadas con el
seguro) se empeña en torpedear por todos los medios la labor de los
bomberos porque le interesa que los daños sean lo más graves posible.
Tal parece que ocurre con el tremendo,
continuo y enconado enzarzamiento entre la oposición y el gobierno con
respecto al hundimiento del Prestigio. Se busca por lo visto que eso se
convierta en el más absoluto hundimiento del prestigio del gobierno. Y
eso a toda costa: per fas et nefas, a derecho y a tuerto. Se
necesita ser muy luchador y muy resistente para que ese acoso y derribo no
embote la mente de los responsables de hacer lo que se deba: desde el
principio las decisiones han sido de enorme trascendencia, enorme riesgo e
infinito costo. Tomar decisiones es costosísimo, necesita gran valor. El
que se les añadan a esas decisiones formalidades democráticas, no
contribuye en absoluto a mejorar la calidad técnica de esas decisiones;
porque no tienen nada de político, sino que son estrictamente técnicas.
¿Acaso aligeraría las graves
responsabilidades del director general de una empresa en crisis, el hecho
de que consensuase con los trabajadores sus maniobras para salvar a la
empresa? ¿Acaso serían más acertadas las maniobras de un barco averiado
en medio de una tormenta, si el capitán las consensuase con la tripulación?
Esa fórmula no añadiría ni un gramo más de acierto o de precisión en
sus actuaciones, ni le descargaría de un gramo de responsabilidad, ni le
absolvería de los errores. Eso le serviría únicamente para conjurar las
críticas y las reclamaciones, pero no para acertar.
Por eso se entiende tan mal la obsesión de la oposición
por participar en la toma de decisiones, por compartir con el gobierno una
responsabilidad que no se diluiría por ello; como si se tratase de
decisiones políticas y no técnicas; como si mayores formalidades
democráticas en la toma de decisiones de carácter puramente técnico,
aportasen siquiera un gramo más de garantía de acierto, o aligerasen en
lo más mínimo la responsabilidad que tiene el gobierno de gobernar no sólo
en las maduras, sino también en las duras.
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