150 años de Feria de Abril

 

Reproducimos el capítulo escrito por Nicolás Salas para el libro-catálogo publicado
en 1996 por el Ayuntamiento de Sevilla, con motivo del sesquicentenario de la Feria de Abril

La Feria de Abril celebra su sesquicentenario manteniendo intactas las raíces festeras fundacionales y, al mismo tiempo, renovando en cada generación las formas típicas de acuerdo con los tiempos. En este proceso de continuidad y adaptación permanente, propio de la idiosincrasia sevillana, que sintetiza una manera peculiar de vivir la fiesta, consiste la quintaesencia de la Feria más famosa del mundo. Una Feria que nació como mercado ganadero y agrario, aunque desde su primera celebración tuvo el complemento festero que pronto se convertiría en su razón de ser.

EL origen remoto de los mercados sevillanos ganaderos y agrarios, se pierde en la noche de los tiempos. Antes de la Reconquista ya existían, y poco después, en 1254, el rey Alfonso X el Sabio concedió dos ferias anuales a la ciudad, una en Primavera y otra en Otoño, para promover la compra y venta de los productos agropecuarios propios de la comarca. La creación de estas ferias mercantiles fue ratificada por el mismo monarca en 1263, con ánimo de fijar la población. Y tiempo después el rey Sancho IV confirmó las dos ferias otorgadas por su padre.

La Feria de Abril, fundada en 1846, y la Feria de San Miguel, creada en 1875 para suplir la pérdida del carácter ganadero de la primera, pueden considerarse herederas de los mercados concedidos por el rey Alfonso X el Sabio en el siglo XIII. En efecto, los principales promotores del ferial abrileño, el vasco José María Ybarra y el catalán Narciso Bonaplata, hombres de empresa y concejales liberales en la Corporación municipal sevillana, pretendieron dotar a la ciudad y su comarca de un mercado agropecuario que desarrollara la economía en tiempos de crisis.

El documento inicial de la Feria de Abril tiene fecha de 25 de agosto de 1846, fue aprobado por unanimidad por la Corporación presidida por el conde de Montelirios y contiene una detallada exposición de la realidad social y económica sevillana, así como de los objetivos de convertir a la ciudad en centro de transacciones mercantiles y gran mercado agrario de España. Tanto Ybarra como Bonaplata advierten del peligro de dejar abandonadas a la agricultura y ganadería, al mismo tiempo que proponían perfeccionar las producciones para abaratar los precios de los alimentos.

Con fecha 15 de septiembre de 1846, la Corporación municipal conoció los estudios favorables de la comisión especial encargada de informar el proyecto de Ybarra y Bonaplata, y el día 18 siguiente, el alcalde aprobó las fechas definitivas de celebración a propuesta del Jefe Político, que había indicado los días 18, 19 y 20 de abril.

Y con este calendario se celebró la primera Feria de Abril en 1847, después de que Ybarra y Bonaplata vencieran no pocas resistencias de algunos alcaldes del alfoz, sobre todo del de Mairena del Alcor, donde desde mucho tiempo antes se celebraba una famosa feria ganadera. La ayuda de los alcaldes del Aljarafe fue muy valiosa, pero los ganaderos y labradores se negaron en principio a participar en el mercado sevillano, en favor de los de Mairena y Jerez de la Frontera, ya consolidados.

En la primera Feria abrileña, según testimonio de José María de Ybarra, "se pusieron diecinueve casetas, que vendían buen vino traído de Valdepeñas, así como en otras casetas se vendía mucho aguardiente de Cazalla y de otros lugares de la Sierra [...] Puso una caseta la acreditada buñolería del Salvador y también se pusieron los gitanos que viven en la Cava. Hubo otras seis destinadas a vender chacina fresca. Dos dedicadas a los señores viajantes, una, en el "real", llamada "Fonda de los arados" y también "La Hostería", y otra, junto a la Puerta de San Fernando ("La Fonda"). Fue imposible contar el ganado que entró en el ferial. Vinieron algunos rebaños de borregas y muchos cochinos, así como muchas piaras de cabras y buenas recuas de burros de Ecija y Carmona [...] En los "Arados" y en "La Fonda" se dio bien de comer: caldereta, chorizo, menudo, pescado frito y migas [...] En el ferial hubo varias carretelas. Las mejores, las del conde del Aguila, Taviel de Andrade, Villapineda y la mía. Se vieron muchas mujeres de aúpas [...] El Ejército, como siempre, se portó muy bien y ayudó a la celebración de la Feria [...] La concurrencia de forasteros no bajará de veinticinco mil personas, y bien puede asegurarse que han dejado en Sevilla cuatrocientos mil duros en una semana". Todas las casetas de bebidas del ferial tenían que cerrar a las once de la noche.

Pero no todo fueron facilidades. El mismo José María Ybarra, con fecha 16 de abril de 1847, dos días antes de iniciarse la primera Feria de Abril, escribía a un amigo quejándose con amargas palabras: "Es mucha desgracia la de Sevilla, que no ha de poder conseguir mejora alguna sin que tenga miles de tropiezos que vencer..." Y seguía exponiendo las trabas impuestas desde Madrid a instancias de terceros para entorpecer el ferial sevillano, queriendo cobrar tributos excesivos.

En pocos años, la Feria de Abril se convirtió en el festejo principal de la Primavera, y así lo reconocen las Ordenanzas Municipales de Sevilla en 1850, cuando la ciudad apenas si contaba con cien mil habitantes (112.529 en 1857).

A lo largo de ciento cincuenta años, la Feria de Abril ha creado un vocabulario que expresa las maneras de entender y vivir una fiesta única. Las voces albero, alumbrado, baile y cante, buñoleras, calle del Infierno, callejero, cartel, carruajes y caballos, casetas, real, farolillos, portadas, corridas de toros, paseo de caballos, horarios del ferial, etc., han adquirido definiciones propias en las muy numerosas interpretaciones costumbristas firmadas por los más destacados escritores y periodistas de cada época.

Cinco ciclos básicos

El siglo y medio de historia de la Feria de Abril puede dividirse en cinco épocas, cinco ciclos vitales que coinciden con cambios generacionales de evidente trascendencia ciudadana y que también identifican tanto las más decisivas transformaciones sociales y económicas de Sevilla, de Andalucía y del país en su conjunto, como la evolución natural del tipismo del ferial, que nunca ha sido estático en sus formas. El comportamiento de los ciudadanos residentes en general, no sólo de los sevillanos de nacimiento, y este es un matiz importante, demuestra que los modos costumbristas de la Feria de Abril, lo que generalmente se entendió como "su" tipismo, no han sido una línea continua desde 1847 hasta nuestros días, ni tenía que ser así necesariamente. Sin embargo, así lo entendieron en los años sesenta de nuestro siglo las personas que se opusieron al traslado del recinto ferial desde el Prado de San Sebastián a Los Remedios, basándose en que el cambio de lugar supondría la pérdida irremediable del tipismo.

No hubo una línea continua en las formas de vivir la Feria, pero sí se mantuvieron siempre con fidelidad el carácter festero y sus raíces, de manera que las circunstancias temporales nunca modificaron el espíritu fundacional no mercantil, que es el componente costumbrista más significativo, el que mejor refleja la idiosincrasia del sevillano que vive la Feria abrileña, ya sea de nacimiento o de vocación. Por el contrario, las raíces mercantiles fueron muy pronto marginadas.

Cuando la Feria de Abril nace en 1846, su proyecto y primeras ejecuciones en los años siguientes, reflejaron la vida del entorno, es decir, del campo, del mundo rural, porque debe subrayarse que el ferial nació mercantil, agropecuario e industrial, no festero. Pero a través de los años, el carácter inicial fue deteriorándose, como consecuencia de las influencias del entorno urbano, de la vida social ciudadana. En 1849, sólo tres años después de su primera celebración, Serafín Adame y Muñoz, coautor del libro "Glorias de Sevilla", canta a la Feria de Abril como acontecimiento festero universal.

Que existen sustanciales diferencias entre una Feria campera, como la ideada por sus fundadores en 1846, y otra urbana, social, distinguida, es axiomático. No hay relación posible entre un ferial festero, un acontecimiento social, y un rodeo ganadero y sus productos afines, un mercado anual. Pero lo que nació mercantil se convirtió en pocos años en fiesta social, hasta el punto de fomentarse por el Ayuntamiento y la burguesía el contenido festivo, al mismo tiempo que se relegaba a segundo plano el rodeo ganadero. Esta diferencia sustancial entre campo y ciudad, entre rodeo y verbena, fue una constante en el pensamiento de Joaquín Romero y Murube sobre la Feria de Abril.

1847-1869: Nace un espíritu imperecedero.- Al término de la primera década de la Feria de Abril ya puede considerarse superado el objetivo fundacional, es decir, dotar a Sevilla y su entorno de un mercado ganadero y agroindustrial. Esta pérdida de carácter del contenido económico no afectó al espíritu festivo, sino todo lo contrario, lo potenció hasta alcanzar el predominio absoluto y borrar los orígenes mercantiles.

En 1869 culminaría un proceso de transformación que tiene en Gustavo Adolfo Bécquer el principal testigo de cargo. Nuestro poeta dejó escrito el primer testimonio de denuncia sobre un asunto polémico que se mantendría durante poco más de un siglo; es decir, la pérdida del tipismo fundacional de la Feria de Abril tan sólo veintidós años después de su comienzo en 1847.

Bécquer no podría figurarse que su artículo-denuncia, publicado en "El Museo Universal" de Madrid, el 25 de abril de 1869, condicionaría la vida del ferial durante tres cuartos de siglo, desde el proyecto de traslado presentado por Juan Talavera y de la Vega en 1898, hasta que en 1973 se abandona el recinto del Prado de San Sebastián en favor de Los Remedios.

En esta primera época de la Feria de Abril y aparte de su comienzo, según el programa autorizado por la Reina Isabel II para los días 18, 19 y 20 de abril de 1847, se incluyen otros hechos singulares, como la primera corrida de toros, en la que actuaron Juan Lucas Blanco, de Sevilla, y Manuel Díaz "Lavi", de Cádiz, que mataron reses de los hierros de Taviel de Andrade y Francisco Arjona.

En 1849, el Ayuntamiento insistió a los labradores y ganaderos que participaran en el rodeo abrileño, indicando que lo hacía por última vez, ante el continuado boicot que establecieron al mercado sevillano desde su primer año, en favor de las Ferias de Mairena del Alcor y Jerez de la Frontera. Para atraer a los ganaderos, el Ayuntamiento ofreció, además del Prado de San Sebastián, las dehesas La Isabela, Tablada y Santa Justa, con buenos pastos, añadiendo mejoras en las instalaciones ganaderas: corrales, pilones, pesebres. También en 1849 instaló el Ayuntamiento su primera caseta, con carácter de oficina para controlar el mercado ganadero. La caseta era cónica de tipo militar.

Entre 1850 y 1856 se realizaron nuevas reformas en el recinto del Prado de San Sebastián, para mejorar el mercado ganadero, al mismo tiempo que facilitar el tránsito de carruajes y caballerías sin perjudicar el paseo peatonal. En 1856 y por causa de los problemas que planteaban las riadas en el Prado de San Sebastián, el Ayuntamiento pretendió trasladar el recinto ferial al Campo de Martes, la zona de la plaza de Armas actual. Desde 1856 en adelante, son constantes los esfuerzos del Ayuntamiento para apoyar el carácter ganadero y agroindustrial, al mismo tiempo que se afianza su contenido festivo. Puede afirmarse que en 1859, el carácter festero predominaba ya sobre el mercantil.

El ferial de finales de la década de los años sesenta quedó como referencia obligada por el citado artículo-denuncia de Bécquer. La Feria de Abril, en sólo veintidós años, modificó completamente sus formas y fijó la evolución futura al hilo de los cambios generacionales. Las casetas colectivas y familiares consolidaron su presencia, junto a las comerciales. Incluso se instalaron casetas junto a la muralla del Real Alcázar (1867). Otros hechos de la época, fueron: primera instalación del Circo Price (1863); primeros fuegos artificiales (1864); alumbrado de gas (1866) y final del sistema de petróleo; derribo de la Puerta de San Fernando (1869).

1870-1909: Primeras contradicciones.- Durante el segundo período se consolida la fuerza festera del ferial abrileño, hasta el punto de que el Ayuntamiento crea un nuevo certamen con carácter exclusivamente ganadero, la Feria de San Miguel, fijada para los días 28, 29 y 30 de septiembre y que comenzó a celebrarse en 1875. Sus objetivos eran una réplica del rodeo ideado por Ybarra y Bonaplata en 1846, es decir, un mercado pecuario y de maquinaria y productos agrícolas. La Feria de San Miguel comenzó también en el Prado de San Sebastián, para trasladarse luego a Tabladilla, el Sector Sur y, por último, a Los Remedios. Poco a poco, sin embargo, el ferial septembrino comenzó a incluir casetas con los mismos objetivos feriales de abril, incluso con "Calle del Infierno". Hasta que en los años cuarenta se prohibió el contenido festivo y el certamen comenzó a decaer por causas mercantiles. La última edición oficial de la Feria de San Miguel fue en 1970.

Durante este período se registraron los siguientes hechos: primera prórroga del calendario ferial a petición de los comerciantes y por causas de las lluvias (1870); proyecto no realizado para alumbrar el ferial con energía eléctrica procedente de baterías (1871); la Compañía del Gas niega el servicio por impago del Ayuntamiento (1873); primera bombilla eléctrica, sólo una, instalada en la zona de la actual plaza de Don Juan de Austria (1874); primera caseta con armazón de hierro, la del Casino Sevillano (1875); primera visita de Isabel II, ya Reina Madre (1877); primera utilización de farolillos venecianos (1877); segunda visita al ferial de la Reina Madre Isabel II (1883); tercera visita de la Reina Madre Isabel II (1884); primera iluminación de la calle San Fernando con luz de gas (1885); primera modificación del calendario fundacional y la Feria se celebra los días 28, 29 y 30 de abril (1886); a petición de los comerciantes el programa oficial de la Feria duró por primera vez cinco días (1888); "bodas de oro" de la fundación ferial en tiempos de sequía, celebrados por los periódicos como beneficioso para los visitantes... (1896); la crisis internacional no afecta a la Feria de Abril, que se celebra con gran alegría (1898); Gonzalo Bilbao gana el concurso de carteles del Ayuntamiento (1900); fracasa el proyecto de organizar una cabalgata ferial (1902); el Círculo Mercantil gana el primer premio de casetas con una de estilo japonés (1904); Vuelve el Círculo Mercantil a ganar el premio a la mejor caseta, esta vez con una de estilo árabe (1905).

1910-1939: Cambios sociológicos.- Esta tercera etapa del ferial tiene dos parte, desde finales de la primera década del siglo XX hasta 1936, y durante los años de guerra, cuando por primera y única vez se suspenden los festejos de abril. Este obligado paréntesis tendría una influencia decisiva en la postguerra al renacer las polémicas sobre el tipismo, no sólo en relación con los proyectos de traslado del recinto, sino con las maneras de vivir la Feria, la vestimenta, la música y la forma y contenido de las casetas.

Durante el primer período existieron circunstancias sociales, económicas y políticas que influyeron en el ferial. Desde finales del siglo XIX hasta 1931, cuando se proclama la II República, Sevilla vivió la larga gestación de la Exposición Iberoamericana, entre 1909 y 1929; la crisis nacional identificada con la huelga general de 1917; la prolongada guerra de Africa; las obras de la corta de Tablada; las reformas urbanas; la Dictadura de Miguel Primo de Rivera... Con una consecuencia demográfica que sería capital durante los años treinta: la superpoblación. En efecto, desde 1910 hasta 1940, Sevilla capital y su entorno comarcal recibieron decenas de miles de inmigrantes que llegaron a representar más del cuarenta y dos por ciento de la población censada, más otros miles de personas que malvivían en los suburbios, un "cinturón de la miseria" formado por los parados y desahuciados. Los nuevos pobladores tuvieron influencia populista en el ferial, con la mayor implantación de casetas-tabernas, e incluso en la expansión de la "Calle del Infierno". Al mismo tiempo aumentó el número de casetas individuales, familiares y de grupos.

Durante los años republicanos, cuando el proletariado impuso "Sevilla la Roja", y especialmente en los años del "bienio negro" y la "Primavera Trágica" de 1936, surgieron las críticas al carácter elitista de la Feria de Abril. Las casetas de casinos fueron el blanco de los reproches por su utilización exclusiva, además de excluir al público paseante de los actos que celebraban mediante la colocación de cortinas que cerraban las casetas.

Otros hechos singulares de este período, fueron los siguientes: primera caseta del pueblo (1913); rechazo de la propuesta municipal de nombrar una Reina de la Feria (1913); la dehesa de Tablada deja de ser lugar de exposición del ganado bravo para las corridas feriales, y se traslada el encierro a la huerta de Tabladilla, junto al paseo de la Palmera (1913); apertura del parque de María Luisa el primer día de Feria (1914); primera visita ferial de los Reyes Don Alfonso XIII y Doña Victoria Eugenia (1916); colocación por primera vez del título de Real en la Caseta del Círculo de Labradores (1917); Gustavo Bacarisas realiza el boceto para la construcción de las nuevas casetas de la Feria que ha llegado hasta nuestros días (1919); desmontaje de la Pasarela, símbolo ferial durante muchos años (1921); segunda visita de los Reyes de España a la Feria (1928); primer traslado eventual del recinto ferial desde el Prado de San Sebastián a los terrenos del Sector Sur, con motivo de la Exposición Iberoamericana (1930); tercera visita de los Reyes a la Feria (1930); fuertes críticas en los periódicos al auge de las casetas comerciales frente a las de tipo familiar (1934); por primera y única vez, la Feria de Abril se suspende durante el tiempo de guerra civil (1937-1939).

1940-1972: Reinvento del tipismo.- La más sensible consecuencia de la Guerra Civil de España en la Feria de Abril es la diferencia de criterios entre las generaciones anteriores y posteriores. Mientras en los años cuarenta y cincuenta había hombres y mujeres con ideas fijadas en el pasado, defensoras de un supuesto tipismo cuyas raíces nadie acertaba a precisar, en los años sesenta otras personas más jóvenes, fueron indiferentes a las formas tenidas por exclusivas y vivieron la Feria con el mismo estilo que marcaban las nuevas pautas sociológicas del desarrollismo social y económico. Eran dos mentalidades diferentes, que pueden simbolizarse con el gasógeno y el "seiscientos", es decir, de la España de los "años del hambre" y las cartillas de racionamiento a la España de "pan y utilitario".

Sin duda, esta cuarta época, sería la más influyente en el cambio de mentalidad que hizo posible el traslado del recinto ferial del Prado de San Sebastián a Los Remedios, sin ningún tipo de trauma, aparte de las naturales nostalgias de las generaciones que en su juventud vivieron el ferial en el primer emplazamiento.

Primero fueron los años de mayor auge de los intentos de reinventar el tipismo, los más agresivos contra el modernismo, llegándose a poner en duda la sevillanía de los promotores del abandono del Prado de San Sebastián. Después se impondría en silencio la realidad histórica de la Feria, siempre fiel a sus raíces y siempre dinámica en las formas; es decir, en su constante renovación de las maneras de vivirla. Quedaría demostrado a partir de 1973, que la Feria experimenta una constante renovación de las formas al hilo de los cambios sociológico; o sea, manteniendo siempre las bases fundacionales festeras y adaptándose a las exigencias generacionales, es como la Feria ha logrado perdurar ciento cincuenta años sin abandonar nunca su carácter de festejo universal.

Durante este período hubo los siguientes hechos significativos: reinicio de la Feria de Abril después de la Guerra de España (1940); el Ayuntamiento acuerda celebrarla provisionalmente en el Prado de San Sebastián mientras se resuelve el proyecto de traslado (1940); incorporación al Cabildo municipal de don Manuel Bermudo, como delegado de Feria y Festejos, que impone ideas de revitalización mercantil y recuperación del tipismo de la caseta familiar (1940); la falta de gasolina promueve la recuperación de los carruajes de tracción animal (1944); primera visita colectiva al ferial de los niños acogidos en el Sanatorio de San Juan de Dios, en camiones del Regimiento de Automovilismo (1945); la caseta de los "locos" de la Peña de "Er 77" alcanza su plenitud humorística (1940-1959); centenario de la Feria de Abril (1946 y 1947) que se celebra en 1948; primera portada ferial según el diseño actual (1949); primera visita a la Feria del general Franco y su esposa (1953); el Real Círculo de Labradores monta su caseta con carácter permanente (1954); segunda visita del general Franco a la Feria (1956); tercera visita del Jefe del Estado, general Franco (1961); por primera vez la Feria de Abril se celebra los primeros días del mes de mayo, y los "locos" de la Peña "Er 77" proponen que el calendario oficial indique los "días 31, 32, 33 y 34 de abril" (1962); primera víctima mortal en un incendio de casetas (1964); visitan la Feria los príncipes de Mónaco y Jacquilene Kennedy (1965); nueva visita del Jefe del Estado y su esposa a la Feria (1967); primera visita de los Príncipes Don Juan Carlos y Doña Sofía al ferial (1968); la Feria de Abril se celebra por última vez en el Prado de San Sebastián (1972).

1973-1995: Un traslado sin traumas.- La quinta y última época está marcada por cuatro circunstancias no sujetas necesariamente a servidumbres del pasado histórico. La primera fue el traslado del recinto en 1973, el abandono del Prado de San Sebastián y el comienzo de la actual etapa en Los Remedios. Con su éxito en tierras trianeras, la Feria de Abril debería dejar zanjada para siempre la polémica centenaria que unía el tipismo al recinto, sin paliativos, como hecho consumado e inalterable, en vez de admitir razonablemente que es la sociedad la que imprime en cada generación sus formas de vivirla. De manera que en cada época la Feria es igual y distinta al mismo tiempo: es igual en sus raíces y distinta en sus formas, siempre según las exigencias sociológicas temporales.

La segunda circunstancia debe relacionarse con el futuro e imprescindible traslado del recinto ferial desde Los Remedios a un lugar más adecuado y definitivo. Los mismos fundamentos urbanos y ciudadanos que justificaron el abandono del Prado de San Sebastián, aunque todavía no tan radicalizados, promueven ahora una nueva localización del recinto ferial.

La tercera circunstancia es la masificación del ferial, asunto de suyo polémico. Cuando la Feria de Abril alcanza su consagración como festejo universal, al filo de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, Sevilla tenía una población de ciento sesenta mil habitantes. La sociedad de la época, las comunicaciones y los medios de locomoción no tienen ni aproximadamente comparación con los tiempos actuales.

Los sevillanos de hoy tienen los mismos derechos que sus antepasados para disfrutar de la Feria de Abril; nada más ajeno al espíritu ferial que establecer límites de asistencia más allá de lo razonable y siempre vinculados a la capacidad de organización, al margen de privilegios sociales de ningún tipo.

La cuarta y última circunstancia es consecuencia de las tres anteriores. La elección de un nuevo recinto debe ser definitivo y aportar una síntesis de los valores históricos de la Feria de Abril. Ya no debe haber lugar para la polémica sobre la presunta pérdida del tipismo. Al mismo tiempo debe abandonarse la situación irracional de utilizar exclusivamente el recinto como campo ferial una vez al año, permaneciendo inactivo el resto del tiempo.

Con adecuadas posibilidades de zona verde de uso abierto y permanente y localización adecuada, hay dos territorios válidos. Son la antigua dehesa de Tablada y la zona existente entre el Patrocinio y el Charco de la Pava.

Las raíces inalterables

Durante tres cuartos de siglo, el proyecto de traslado del recinto ferial desde el Prado de San Sebastián a otro lugar más adecuado, fue tema polémico. La causa básica del rechazo al cambio fue la supuesta pérdida del tipismo ferial. "O en el Prado o en ninguna parte", se decía. Mientras tanto, el recinto del Prado fue reduciéndose por autorizar el Ayuntamiento nuevas edificaciones, al mismo tiempo que aumentaban el número de visitantes y la demanda de nuevas casetas familiares, de casinos y comerciales. En los últimos lustros, la gente utilizaba el Parque de María Luisa como anexo diurno del ferial, provocando graves daños con las acampadas, al mismo tiempo que la Plaza de España se convertía en inmenso e inadecuado garaje público. Además de abarrotarse el recinto ferial, las entradas y salidas masivas de gentes colapsaban todos los accesos y dejaban a gran parte de la ciudad incomunicada con la Residencia Sanitaria García Morato.

La idea de trasladar la Feria a Los Remedios fue propuesta por Sánchez Dalp en 1912, y después de la guerra, aprobada inicialmente por el Ayuntamiento en 1940. Desde entonces hasta 1969, ninguna Corporación municipal pudo cumplir el acuerdo de traslado, hasta la llegada a la alcaldía de Juan Fernández Rodríguez y García del Busto (1969-1975), decidido al traslado a Los Remedios. Este alcalde contó para su empeño con la colaboración de casi toda la Corporación municipal, y de manera muy directa y efectiva, con el entonces delegado de Feria y Fiestas Mayores, José Jesús García Díaz.

Además del proyecto de traslado de 1856, que obedeció a razones coyunturales provocadas por las riadas, existe un proyecto remoto de traslado del recinto ferial basado en razones urbanas y fechado en 1898. Entonces, el arquitecto Juan Talavera y de la Vega propuso los terrenos del cortijo Maestrescuela, donde luego se construyó gran parte del barrio de Nervión. La propuesta incluía la urbanización del Prado de San Sebastián, como futuro centro ciudadano, y la recuperación de los objetivos camperos fundacionales de la Feria de Abril en terrenos ganaderos y agrícolas. La propuesta de Talavera fue apoyada en los Juegos Florales del Ateneo de 1900, por Luis Lerdo de Tejada y Vicente Narbona.

Ya indicamos que Gustavo Adolfo Bécquer fue el primer notario que dejó constancia de los cambios operados en las formas fundacionales, sobre todo en lo relacionado con la vestimenta, la música y los objetivos mercantiles de la Feria de Abril. Bastaron veintidós años, entre 1847 y 1869, una generación de ciudadanos, para que la Feria-Mercado ideada por Ybarra y Bonaplata, aparezca ya como una consolidada Feria-Fiesta, y también para que los estilos de vida -vestido, gustos musicales, etc.- evolucionaran y afectaran a sus primitivas perspectivas sociológicas.

Bécquer se convertiría, repetimos, en la referencia obligada y errónea de todos los defensores a ultranza del tipismo ferial. Bécquer no defendió las formas feriales de 1869, sino que las denunció como adulteradas y recordaba como válidas las de su juventud. Bécquer, en su día, y quienes le siguieron durante un siglo, pretendieron fijar el tipismo del ferial en una época determinada y que permaneciera inalterable, en vez de considerar que en el fondo se ha mantenido siempre la línea típica, pero adaptada en su forma a las exigencias de los tiempos.

En mi libro "Las Ferias de Sevilla" (1974) se incluyen las razones a favor del traslado y en contra de la supuesta pérdida del tipismo ferial. En muy apretada síntesis, son las siguientes:

No puede afirmarse que la Feria de 1972, última celebrada en el Prado de San Sebastián, respetara las características fundacionales de 1846. Los sevillanos de 1847 instalaron el ferial en un ejido, es decir, un "campo común donde suelen reunirse los ganaderos o establecerse las eras". Un lugar alejado del casco urbano, donde había que desplazarse en carruajes o bestias; en un sector rural e inundable de las afueras de la ciudad. Es verdad que el Prado de San Sebastián mantuvo estas características durante todo el siglo XIX y primeros lustros del presente, para transformarse en zona interior urbanizable con motivo de las construcciones realizadas para la Exposición Iberoamericana.

Desde entonces, el Prado como recinto, y desde muchos años antes la sociedad en su forma de vivir la Feria, habían roto con el pasado mercantil y costumbrista sin dejar de mantener las raíces primitivas. Esta realidad la podemos contrastar precisamente en los escritos que fueron esgrimidos para defender un supuesto tipismo estático.

En efecto, Bécquer recordaba en 1869 las maneras típicas de la Feria de su juventud, que considera perdidas o gravemente adulteradas. Desde entonces, este fenómeno se ha repetido cíclicamente. Los críticos de principio de siglo añoraban el ferial que Bécquer consideraba adulterado; en los años veinte se fijaban como básicos los modos feriales de 1900, y en los años cuarenta y cincuenta se añoraba una Feria que premiaba al Círculo Mercantil por una caseta que figuraba un palacio japonés.

Precisamente en los años cuarenta y cincuenta es cuando con mayor fuerza se intenta reinventar un tipismo ferial respecto a casetas, vestimenta y música. Pero no existían criterios básicos válidos para fijar el tipismo de acuerdo con una época, ni siquiera admitiendo varias etapas claves. Desde 1861 hasta 1968, un siglo con colmo, la caseta, el exorno y su morfología, son constantes motivos de discusiones en los periódicos y casinos. Se debate su tipismo ignorando las raíces. Si en 1972, último año de la Feria en el Prado de San Sebastián, se hubiera respetado escrupulosamente la tradición, las casetas tendrían que haber sido cónicas, como las primeras, todas de lona blanca y llamarse "casillas".

Con la vestimenta las diferencias son aún más radicales. El vestido masculino y femenino de los primeros tiempos fundacionales y hasta bien entrado el siglo XX, no fue el corto campero y el traje de volantes, vestimenta que sólo utilizaban los caballistas y las muchachas jóvenes. A la Feria de Abril sevillana, las clases pudientes iban vestidas a la última moda de París. Los hombres llevaban casaca y cubrían su cabeza con sombrero hongo o chistera, luego usaron sombrero flexible y mascota; la utilización generalizada del sombrero de ala ancha sevillano o cordobés y el sin corbatismo se impuso después de la guerra civil española. El sombrero o la gorra lo utilizaban las clases media y obrera como prenda habitual. Otra evolución perfectamente comprobada es la del traje de flamenca o faralaes.

Con la música las polémicas fueron más constantes. Bécquer, en su artículo citado de 1869, criticaba el uso de pianos en las casetas, mientras echaba de menos la guitarra y otros instrumentos de cuerda. Sin embargo, con el paso de los años, el piano se consideró el instrumento musical básico y se denunciaba la utilización de orquestas con instrumentos de viento.

En cada época, la música ferial predominante fue la que estaba de moda, hasta el punto de que el Ayuntamiento fijó horarios obligatorios para la música y el baile por sevillanas. La música extranjera estaba autorizada después de las doce de la noche y en casetas con las lonas echadas. Incluso las sevillanas clásicas han sido generalmente sustituidas por las sevillanas rocieras.

El tribunal del tiempo ha sentenciado que la Feria de Abril tiene tantas bases típicas como generaciones de ciudadanos -sevillanos y metecos- la han vivido. Cada generación vivió "su" Feria a tope y la recuerda como única e insustituible, inolvidable. Hay que aceptar que cada generación le ha dado al ferial su carácter temporal, pero manteniendo siempre el mismo espíritu festero inicial y la estructura histórica intocable: caseta-familia o grupo; casinos-grandes colectivos; vino-cante-baile; caballo-carruaje...

Y el hábitat sevillano. La tierra meridional y la luminosidad del cielo, su enclave geográfico, condicionan la forma de ser de las personas y dan carácter a la Feria de Abril. Un ciclo vital que suma ya ciento cincuenta años.

Nicolás SALAS  Marzo-abril 1996

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