Hacia
un nuevo nomadismo
El
hombre «se detiene» de su marcha nomádica, no sólo
para encontrar un medio ambiente apto, sino porque
«encuentra un nuevo tiempo» que andaba buscando. Agotadas
y culminadas sus energías físicas, ahora cede el paso
a otras más sutiles: las mentales y las espirituales.
El
nomadismo del ayer
En el largo proceso itinerante de los tiempos, el hombre
ha pasado por un sin número de estadios. El procónsul
marcó un punto de ruptura en la evolución del hombre,
si aceptamos plenamente las teorías hasta hoy en boga.
De igual manera los restos hallados en Jericó se convierten
en una prueba fehaciente sobre el paso del estado nomádico
al sedentario, ocurrido según se estima hace casi 10.000
años. Esta «revolución neolítica» como es hoy conocida
permitió pasar del status de cazadores y recolectores
a la agricultura y el pastoreo.
Algo muy
similar parece haber ocurrido, según se ha podido constatar,
en Catal Huyuk, donde la ciudad planificada más antigua
conocida hasta hoy, con una antigüedad superior a los
ocho mil años, empezó a modificar su estructura organizativa;
así aparecen viviendas con dimensiones bien definidas,
e incluso hasta el número y la forma de los adobes
para sus construcciones estuvieron sometidos a normas
en su elaboración. Las localizaciones habitacionales
se irguieron al pie de las colinas y montañas como
milenario símbolo de unión indesligable entre el hombre
y la Tierra.
Del
Nómada al sedentario
Muchas son las teorías que versan sobre las causas
que hicieron que los hombres adoptasen una conducta
nómada, y más tarde la modificación a una sedentaria,
base ésta de una real cultura. En Catal Huyuk se puede
observar el «puente de paso» de un estado al otro.
Por ejemplo, la presencia de huellas rituales de manos
sobre las construcciones, muy propias del Paleolítico,
especialmente en su última fase o Magdaleniense, coincide
con la última glaciación de hace unos 10.000 años.
En otros estratos menos antiguos aparecen representaciones
jeroglíficas propias del Mesolítico y el Neolítico,
identificables plenamente con un proceso hacia el sedentarismo.
En cuanto a los factores internos, éstos parecen estar
ligados a principios de concepción, valoración y religiosidad.
El
hombre «se detiene» de su marcha nomádica, no sólo
para encontrar un medio ambiente apto, sino porque
«encuentra un nuevo tiempo» que andaba buscando.
Agotadas y culminadas
sus energías físicas, ahora cede el paso a otras más
sutiles: las mentales y las espirituales. De esta
forma no sólo sería satisfactorio para sus
necesidades externas, sino que éstas entrarían en
sincronía con otras más profundas y propias del
hombre, aparte de sus circunstancias. La «paz» del
sedentario es fruto de la adecuada asimilación de
la vida de «guerra» del nómada. Es entonces
cuando empieza a edificar las bases de una cultura
auténtica basada en la sabia experiencia y en el
reconocimiento del nuevo sentido que le señala la
Vida. Sus múltiples luchas con el implacable clima
y con la fiera fauna, así como su constante
impermanencia, hacen despertar en el nómada el alma
del que más tarde será el poeta, el músico, el
filósofo y el auténtico político.
Su
vestimenta burda y rudimentaria hecha con pieles
crudas, como protección mágica y térmica, junto a
su rudo proceder ausente de toda norma, encontrarán
también en el nuevo valor del sedentario más
estabilidad y menos improvisación en la
indumentaria. Así mismo la cortesía sembrará un
sentido en su ser y proceder permitiendo una nueva
convivencia.
Convivencia
o inconveniencia
La capacidad de una mejor convivenvia del sedentario
trajo también la pérdida de su capacidad de
innovación, aspecto que observamos en su dificultad
para aceptar el cambio, así como en la reducción
de su nivel de recursos ante situaciones de
modificación abrupta. Esto es especialmente visible
en el hombre del período mesolítico-neolítico,
para el que uno de los mayores retos es aceptar el
sentido de perdurabilidad de sus acciones. El paso
de un arte con manifestaciones protectoras ante las
fuerzas misteriosas e inexplicables que lo acosan a
otro basado en una magia de profunda relación y
acercamiento hacia el Misterio que representa la
Divinidad fue un difícil paso, donde el sedentario
tuvo que acudir a la persistencia de su espíritu
nomádico que aún yacía dentro de sí.
El
carisma nomádico
El origen mismo de todas las sociedades de la Antigüedad,
evidenciado en sus mitos, es una fuente de información
evaluable que nos permite constatar un principio con
procesos comunes que impera por encima de las
diferencias de ubicación geográfica o expresión
cronológica. Desde la India hasta Mesoamérica,
desde Groenlandia hasta la Tierra de Fuego, las
sociedades se forjaron a través del duro yunque de
la adversidad.
La formación del
Egipto histórico entre el Alto y Bajo Kem está
ligada al espíritu de Menes o Namur. Entre los
incas Manco Capac es sinónimo de liderazgo a prueba
de toda dificultad, ya que recorrió el sagrado
peregrinaje que lo llevó a la fundación de Cuzco
en el cerro Huanacaure. El largo trayecto que lo
separaba de su origen era el mismo Lago Titicaca.
Entre
los muiscas, igual espíritu encarna Bochica. Otro
tanto ocurrió con los teotihuacanos de Centroamérica
y su gran héroe Quetzatcoatl, que tiene que errar
por los «infiernos» o Mictlán donde recogería
los huesos de sus antepasados para recrear una nueva
Humanidad. No podemos dejar de mencionar a Valmiki
con su personaje Rama, ni a Homero con el diestro e
inteligente Ulises o al eterno peregrino de Sófocles,
nuestro bien recordado Edipo, el de los «pies
hinchados» de tanto caminar. En nuestra moderna
Literatura entra en la palestra el hidalgo andariego
y gran Caballero de la Mancha.
Todos
ellos llevaron dentro de sí la milenaria fuerza del
nómada y la novel semilla del sedentario. Así fue
posible el nacimiento de culturas que aún hoy nos
sorprenden y sobrecogen por sus grandezas y enigmáticos
logros. La «domesticación» de animales y plantas,
la forja de metales, el uso de la rueda, entre otros
muchos e impresionantes logros, no fueron simple
proceso del azar o de las circunstancias, sino de la
persistencia y del saber unir el mundo mágico e
imaginario con el de los hechos o, como ya hemos señalado,
la experiencia del nómada con el nuevo espíritu
creativo del sedentario.
Magia
y Nomadismo
Observamos desde Catal Huyuk en sus estratos VII a X
la presencia de altorrelieves de Diosas madres así
como de cabezas de toros y carneros que ornaban mágicamente
los recintos de sus templos. También el uso del
color con propósitos simbólicos, extraído de óxidos
o sales, como el púrpura del manganeso.
El uso
de espacios geométricos generó una cosmovisión en
la que el naciente sedentario aprendió a descubrir
y a honrar a la Divinidad oculta bajo sus innúmeras
formas. Estas simples formas utilizadas para invocar
a la Divinidad durante este periodo son testigos del
alto contenido mágico que el nómada-sedentario le
otorgará a su vida cotidiana, que se une de manera
indesligable con la del mundo sagrado formando un
Todo en el cual habita y cohabita con todo el
Universo.
Hernando
Gilardi
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